El cine de Godard convertido en caricatura El
nombre “Godard” es probablemente el más mercuriano de la historia del cine. Mientras el director francés, que fundó varias formas de cine solo para ser termita de sus propios logros y así corroer cualquier tic que pudiera intentar definir su obra, estrena en Cannes, se estrena esta película en nuestro país. La película es dirigida por Michel Hazanavicius, que recibió dardos (de gran parte de la crítica) y el Oscar (de la Academia de Hollywood) por su anterior film, El artista. Aquella era una celebración mentecata, pero no por eso menos atómica en su energía del cine mudo. Sí, tenía pulsiones más parecidas a la publicidad, pero había un riesgo (de unos escalones, tampoco un salto al vacío) y lo que Hollywood hizo con una película que intencionalmente era superficial define más a los protestantes más billonarios del mundo que a cualquier otra cosa. Aquí Hazanavicius decide contar a Godard, idea a la que Godard reaccionó diciendo que se trataba de una idea estúpida y el equipo de marketing del film lo usó como promoción. No es difícil asociar la construcción del director que hace el film a esa operación de venta.
Se cuenta París, a fines de los 60, con Godard en plena revolución. La idea es contar al genio, pero, precisamente, la marca “genio” viene acompa- ñada de una trampa y una idea ñoña del término: este Godard es casi una caricatura rancia sobre la genialidad, que incluye brotes, gritos, modos burgueses prediseñados, anteojos rotos por la policía e instantes de gracia más televisiva que dueños de un sistema nervioso de cine. Hazanavicius termina otra vez apelando en demasía a la superficie, y, parece que no lo nota: su Godard es tan real como Iron Man.