Triunfo de un relato discreto que no se priva de casi nada
Chloé decide consultar a un terapeuta porque sufre de constantes dolores en la zona abdominal y ella intuye que puede atribuirse a un viejo conflicto psicológico de su traumática infancia.
El terapeuta que la atiende, Paul –interpretado por Jérémie Renier, que estuvo en nuestro país filmando Ele
fante blanco, con Darín y dirigido por Pablo Trapero–, también carga con un secreto sin resolver: uno de ellos es que tiene un hermano gemelo.
A partir del encuentro entre esos dos personajes, el francés François Ozon comienza a desarrollar un contrapunto escénico típico de su filmografía, en el que caben el constante juego de espejos, la dominación de un personaje por otro, el sometimiento y ese suspenso de climas enrarecidos en los que la sensualidad y la sexualidad le permiten sostener una constante de dominador-dominado.
Con influencias de producciones propias, como La pis-
cina y Frantz, Ozon se apoya en el libro de Joyce Carol Oates para ir desenredando una trama que tiene un vértice extraño y misterioso, el de los “gemelos caníbales”, un fenómeno biológico para el que la ciencia tiene una explicación clara al respecto.
Acá los gemelos de la historia son psicoanalistas y están peleados, uno niega al otro. A medida que avanza el metraje el espectador se entera de que ambos guardan celosamente un secreto, tanto como el que atesora la confundida Chloé, paciente y amante, que trabaja en uno de los museos más sofisticados de París, el Palais de Tokyo.
Con estas cartas sobre la mesa, el cineasta construye un thriller psicológico, en el que realidad y fantasía se dan la mano para “tirar” sobre la platea un menú en el que como ocurre siempre con Ozon no se priva de nada y en el que el cuerpo de sus intérpretes es forzado a experimentar diversas funciones.
En esta producción como en otras de Ozon el contenido y la forma están muy bien distribuidos, aunque el guion esquiva situaciones más profundas, para regocijarse en un vacío estético agradable de ver, pero que no aporta demasiado a un complejo relato, en el que la actuación de Marine Vacth es superlativa, al lado de un Renier que asume el compromiso de un doble papel, el de personificar a los gemelos Paul y Louis.