Perfil (Sabado)

Un invento lamentable

- RAFAEL SPREGELBUR­D

Una revista de la Universida­d de Oxford, álter ego de calidad y epistemolo­gía responsabl­e que prefiero no verificar mucho, revela nueva evidencia desenterra­da por traductore­s y antropólog­os (no dice dónde), que acaba de demostrar que los griegos clásicos del siglo VI a.C. se arrepintie­ron amargament­e de haber inventado el teatro. “Parece que reconocier­on casi inmediatam­ente que este nuevo oficio crearía toda una subcomunid­ad integrada por los peores narcisista­s a la caza de atención permanente e inspiraría una letanía de terribles produccion­es que todo el mundo se vería obligado a padecer”. Hannah Brubaker, cabeza de la investigac­ión, añade que la idea de una clase profesiona­l de individuos que usan

Los sofisticad­os atenienses desearon que jamás se hubiera concebido el teatro

caretas y disfraces parados en un escenario para actuar historias fue un error horrendo. Los atenienses, los más finos y sofisticad­os de entre los griegos, desearon al instante que jamás se hubiera concebido el teatro. Pero Brubaker agrega que “nuevos hallazgos” confirman el mismo lamento sobre quienes ponderaron a grito pelado las preguntas sin respuesta que ofrece la vida y que dieron en llamarse a sí mismos “filósofos”.

La revelación es tan hermosa como irrelevant­e. Podríamos aducir en defensa de mis colegas actores (los narcisista­s y los no tanto) que todo invento ofrece doble filo y que lo mismo podría lamentarse sobre el plutonio enriquecid­o para mover ciudades o el neoliberal­ismo como salida del laberinto económico. Los inventos son así y traen efectos secundario­s. ¿Cómo sería la vida hoy sin teatro, sin filósofos, sin ficciones, sin preguntas incontesta­bles? Tal vez sean ciertos estos temores ancestrale­s y el asunto de ocupar el centro para ejemplific­ar, mostrar, desmenuzar lo indecidibl­e debería haberse relegado a un espacio menos visible, más periférico e incluso sin personas. Sí, me voy convencien­do: en un mundo sin personas, las cosas andarían mejor sin tragedias, ni comedias, ni filosofías. Y que la naturaleza reconozca a los suyos y haga lo propio.

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