La actualidad del texto de Ibsen se siente en un duelo antagónico
Desde el programa de mano el adaptador, traductor y director del espectáculo, Lisandro Fiks es muy consciente de las versiones anteriores de Un enemigo del pueblo de Henrik Ibsen. Incluso cita las fechas de las que se hicieron en el teatro San Martín: 1972 y 2007, con puestas de Roberto Durán y Sergio Renán, respectivamente. Deja de lado la de Andrés Bazzalo en el año 2001 y la más reciente, la que trajo el alemán Thomas Ostermeier para el FIBA (2013).
La obra estrenada en Oslo (Noruega) en 1883 conoció la versión norteamericana a cargo de Arthur Miller en 1950. Dos hermanos se ven enfrentados porque ambos tienen distinta ética. A uno le pesan más los intereses económicos que la sanidad de la ciudad; el otro, como médico no puede ser cómplice de una obra pública que perjudique a la población.
Fiks presenta un vínculo muy estrecho con el teatro musical, ya que desde el año 1999 hasta el 2012 integró el grupo “Los Amados”. Fue dramaturgo, intérprete y director de su propio material, así: 1982 obertura solemne (2012) y sus más recientes, 25
millones de argentinos (2016) y Mala Praxis (Madrid, 2017). Su versión eligió el camino de acercar la historia ubicándola en un aquí y ahora, donde sus personajes toman mate, hay alguna vegana y el pue- blo queda en la Argentina. Lo fundamental se mantiene, así como el pensamiento del intendente y el poder del diario del lugar, con sus posibles vaivenes de intereses.
Es un texto de y para actores y la dirección de Fiks encontró en su elenco el mayor de lo aciertos. El juego antagónico entre Juan Leyrado y Raúl Rizzo resulta un duelo interpretativo. Matices, energía, voz y presencias. Cada uno consigue de su personaje los claroscuros necesarios. No son protagonistas lineales, sino humanos. Y junto a Edgardo Moreira, Viviana Puerta, Romina Fernandes y Bruno Pedicone consiguen sortear el desafío que está propuesto desde Ibsen y que los anteriores directores también comprendieron, aunque con diferencias.
Casi al final la platea se transforma en el pueblo, hay una caída de la supuesta cuarta pared y sin agredir, ni molestar, al espectador se lo invita a participar con su voto. Y sorprende cómo la mayoría acepta este jugo, que por primera vez –y ésta sí es una decisión del actual director- se hace con la luz de sala prendida. Este doctor de la historia, un Quijote moderno, capaz de enfrentar a los poderes con sus principios inalterables reconocerá al final que: “El hombre más fuerte del mundo, es el que está más solo”. Un espectáculo que invita a la reflexión, con las armas teatrales.