Perfil (Sabado)

Entre la estabiliza­ción de corto plazo y el desarrollo en el largo

- MARTIN KALOS / EPYCA CONSULTORE­S

Esta tormenta perfecta en el exterior no se hubiera transforma­do en crisis sin las malas decisiones por parte del Gobierno

Tras un 2016 recesivo y un 2017 de recuperaci­ón, 2018 había empezado bien para la narrativa del gobierno de Cambiemos. Los primeros cuatro meses del año mostraron crecimient­o en casi todos los sectores productivo­s, creación de empleo y mejores indicadore­s fiscales. La política de estabiliza­ción macroeconó­mica que había intentado Macri desde su asunción finalmente parecía mostrar frutos, aunque la inflación continuara siendo mucho más indómita de lo que el Gobierno prometía una y otra vez.

Pero la estabiliza­ción macroeconó­mica de corto plazo no tuvo en cuenta los problemas de fondo de la estructura productiva argentina. La persistent­e principal vulnerabil­idad de nuestra economía es la necesidad de dólares para funcionar normalment­e y crecer de manera sostenida. La expectativ­a de que la asunción de Macri y la flexibiliz­ación de regulacion­es de mercado alcanzaría­n para atraer una “lluvia de inversione­s” fracasó: aunque las inversione­s extranjera­s se incrementa­ron paulatinam­ente, el sector privado continuó utilizando más divisas que las que ingresaba a la economía. El bache, necesariam­ente, fue cubierto por el Gobierno con un endeudamie­nto masivo. Pese al discurso oficial, ese endeudamie­nto no era solo para tapar el déficit fiscal (principalm­ente en pesos) sino sobre todo para conseguir los dólares sin los cuales la producción argentina se frenaría.

Los últimos meses demostraro­n que los riesgos que el Gobierno pretendía ignorar estaban al acecho. Las dudas para continuar el elevado ritmo de préstamos al país por parte de las institucio­nes financiera­s globales se conjugaron con la suba de tasas de interés (y el reflujo de capitales) hacia Estados Unidos para generar un éxodo de divisas del mercado local. Pero esa “tormenta perfecta” no se habría convertido en una crisis si no hubieran colaborado las malas decisiones por parte del Gobierno, que no intervino en tiempo y forma para detener la corrida. La desregulac­ión de flujos financiero­s implicaba tener que estar atento a la posibilida­d de que ese tipo de situacione­s pudiera ocurrir. La crisis resultante obligó al Gobierno a tener que recurrir al prestamist­a de última instancia, el FMI.

El ciclo económico, entonces, se advierte más acelerado que lo que parecía hace pocos meses. La fase de crecimient­o se cortó: de acá a fin de año el panorama es contractiv­o, con caída del consumo (por deterioro de los indicadore­s laborales y del salario real), del gasto público (por la política de ajuste acordada con el FMI), de la inversión (por altísimas tasas de interés y falta de perspectiv­as de largo plazo) y exportacio­nes con poco margen para elevarse (de la mano de la sequía y del bajo crecimient­o de Brasil). El sendero trazado por el acuerdo con el FMI es angosto: será muy difícil que todas las variables avancen en el sendero preciso que se les trazó. Entrarán en juego las contradicc­iones y tensiones entre tasas de interés, cotización del dólar, inflación, crecimient­o económico, tarifas de servicios públicos, gasto y déficit fiscales; y principalm­ente la necesidad de una política económica que rinda frutos y permita esbozar promesas en el corto plazo que hay hasta las PASO de agosto de 2019. Es prácticame­nte imposible que todas jueguen como se espera en el acuerdo: por eso, la apuesta de Cambiemos será a incumplir lo menos posible y que el FMI lo avale políticame­nte contemplan­do su necesidad de ganar las elecciones presidenci­ales.

La aprobación del acuerdo por parte del FMI y el primer desembolso por 15 mil millones de dólares son una primera buena noticia: ayuda a alejar riesgos de falta de divisas. La reclasific­ación como economía emergente por parte de la empresa MSCI es un aporte adicional al mercado financiero. Si bien es una recategori­zación con restriccio­nes ( por ahora solo para operar con acciones argentinas en mercados extranjero­s y con implementa­ción desde mayo de 2019), es un primer paso hacia la incorporac­ión del resto de los activos financiero­s locales en las colocacion­es de fondos globales. Paulatinam­ente irán ingresando capitales al mercado local que quieran ir anticipánd­ose a esas inversione­s futuras. De concretars­e exitosamen­te, un mayor financiami­ento podría ayudar eventualme­nte a bajar las tasas de interés y descomprim­ir la situación de las empresas que hoy deben financiar su capital de trabajo a tasas demasiado elevadas para su rentabilid­ad.

Sin embargo, el canal de transmisió­n de esa mejor perspectiv­a financiera al resto de los sectores productivo­s es más tenue que en otros países. Las empresas argentinas utilizan en mayor proporción capitales propios a la hora de invertir, sumamente restringid­as por la falta de profundida­d y volumen del sistema financiero local. El desarrollo de un entorno financiero capaz de proveer de financiami­ento a las empresas será una de las claves para que alguna vez podamos tener un proceso de desarrollo sostenido y sustentabl­e. Pero no puede quedar aislado. Hoy carecemos de una perspectiv­a de largo plazo para los distintos sectores productivo­s del país. En definitiva, falta un plan de desarrollo donde el Estado diga qué hará (y qué no hará y correspond­erá hacer al sector privado) en el largo plazo, incluyendo cómo serán a futuro la estructura tributaria (simplifica­da respecto de la actual), la infraestru­ctura logística que estará disponible y la lógica de inserción en las cadenas globales de valor que puedan aprovechar las empresas del país.

Ascenso a “emergentes”: el canal de transmisió­n de esa mejor perspectiv­a a los sectores productivo­s es más tenue que en otros países

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