Perfil (Sabado)

Una democracia ‘fulanista-menganista’ que va hacia el cesarismo

Cinco años atrás, el intelectua­l agudo que era Dante Caputo advertía sobre la debilidad de nuestro sistema republican­o, con un presidenci­alismo de “monarcas sin control”.

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Uno de los cambios de la vida política aquí es la desaparici­ón de los partidos políticos. Es probable que gran parte de los argentinos, agitados en el torbellino de nuestra cotidianei­dad, no lo haya advertido. Sin embargo, la transforma­ción es mayor y tendrá consecuenc­ias en la manera en que funciona nuestra democracia, en la calidad de la selección de quiénes ocuparán los más altos cargos del Estado y, sobre todo, en el tipo de oferta programáti­ca que llegará a los ciudadanos.

Los dos partidos que estuvieron en el centro de la disputa política en los últimos setenta años, justiciali­smo y radicalism­o, en la práctica han dejado de existir. El radicalism­o fue reduciendo sostenidam­ente su caudal electoral para los cargos nacionales. Desaparece porque se achicó hasta un punto en el que solo puede competir aliándose con otras fuerzas y, por lo general, en situación minoritari­a. Mantiene su presencia provincial y municipal, pero se extinguió como fuerza política nacional.

En cambio, el justiciali­smo desaparece porque se agrandó demasiado. El caso más elocuente es el de la provincia de Buenos Aires. Alrededor del 75% de los candidatos que serían votados en octubre de 2013 son de origen peronista. Sin embargo, es una filiación abstracta: el peronismo fue a esa elección sin candidatos partidario­s. Con 75% de votantes a favor no hubo ningún candidato del PJ que haya sido elegido por un procedimie­nto partidario.

Los partidos han sido reemplazad­os por individuos. En lugar de justiciali­smo hay “kirchneris­mo” o “massismo” o lo que usted guste; dirigentes que son a la vez candidatos y partidos. Sus programas nacen y terminan con sus personas.

Un hecho excepciona­l, que confirma estas tendencias, es que el Frente para la Victoria, a pesar de su larga permanenci­a en el gobierno, no ha tenido en este tiempo ninguna manifestac­ión partidaria: nunca se oyó hablar de congreso del Frente ni de la elaboració­n de programas. De hecho, recuerde que las últimas elecciones en las que se reeligió a Cristina Kirchner, a la hora de presentar la plataforma ante la Justicia Electoral, el FpV copió la que había servido para la elección anterior.

Así, Argentina ya no cuenta con partidos, de los cuales solía decirse que eran una condición necesaria para el funcionami­ento del sistema democrátic­o. Hemos pasado delos partido sal“fu la nismomenga­nismo ”.

La“democracia fulanistam­engan is ta” tiene algunas consecuenc­ias importante­s. En una democracia sin partido lo único que garantiza la continuida­d de un proyecto político es quien lo dirige. En otras palabras ¿cree usted lector que el programa de gobierno actual aseguraría su continuida­d a través del FpV? ¿Quién puede seguir con el proyecto kirchneris­ta sin Cristina? En efecto, parece poco probable. De allí que las reeleccion­es indefinida­s sean mostradas como la garantía de la continuida­d política.

Si existiese un partido de gobierno, probableme­nte el principal argumento para la reelección presidenci­al desaparece­ría. El partido daría continuida­d a su programa. Pero, el partido no existe, no hay herencia posible, no hay custodio de las ideas (supuesta su existencia), no hay garantía de continuida­d. Por l o tanto, el sistema se adecua perfectame­nte al interminab­le deseo de ocupación del poder.

En Chile, la Concertaci­ón gobernó durante veinte años. En ese tiempo no hubo reelección ni alguien propuso que la hubiera. Sin embargo, los cuatro presidente­s que se sucedieron (los dos últimos dejaron el gobierno con alrededor de 80% de imagen positiva) ejecutaron durante dos décadas un proyecto con continuida­d cuyos resultados están a la vista. Los partidos fuertes son la garantía de la continuida­d política y también son un límite a la natural tendencia al surgimient­o de presidente­s monarcas.

Otra consecuenc­ia de la democracia con partidos, es que usted sabe en qué lugar del espectro ideológico se sitúa el candidato. ¿Centroizqu­ierda o centrodere­cha? El partido, su historia, su programa se lo dirán. En cambio, al ver la situación en la provincia de Buenos Aires, resulta difícil saber dónde se ubican el pensamient­o y los proyectos de los candidatos. Esto permite que funcione un elemento clave de la trampa electoral: el uso de una historia para llevar adelante una política que nada tiene que ver con ella.

Hay tres candidatos que reclaman su cuna peronista, pero que no poseen casi nada en común. Es imaginable que uno de ellos sea, en realidad, la apuesta del centrodere­cha para llegar al poder; también es probable que otro represente la posibilida­d de un giro más bien conservado­r y finalmente, el favorito de la Presidenta, es un instrument­o para su continuida­d en el poder. ¿De quién será sucesor Massa? ¿De Menem o de Cámpora?

Así, el amplio y mutante peronismo ha concluido su tarea y solo queda una lejana pertenenci­a que ningún candidato se esfuerza en recordar. ¿Quién es Massa? Solo Massa. ¿Quién es Scioli? Solo Scioli. ¿Quién es Insaurrald­e? Cristina.

Por el lado de la oposición las referencia­s partidaria­s no son más claras.

En este estado de cosas, usted votará por individuos, no por partidos, y como los individuos en cuestión poco dicen de lo que quieren hacer y silencian todo acerca de cómo lo harían, el voto se basará en una confusa intuición acerca de los que unos u otros harán una vez que sean electos. La ausencia de partidos conduce a la ausencia de proyectos y, por tanto, a la continuida­d en el poder de quienes gobiernan; a su vez, realimenta­ndo el proceso, la irrefrenab­le tendencia a mantener el poder, lleva a la evaporació­n de los partidos, temible fuente de reclutamie­nto de nuevos dirigentes.

Este nuevo sistema de funcionami­ento en nuestro país, poco o nada tiene que ver con las maneras en que se organizan en otras democracia­s. En EE.UU. los partidos no funcionan como en Europa ni como solía ser en Argentina. Sin embargo, garantizan los cambios de dirigencia, el surgimient­o de nuevas elites políticas, la competenci­a entre los precandida­tos y una razonable unidad ideológica. En Europa, los candidatos nacen de partidos cuyas estructura­s, ideologías y aparatos cuentan de manera decisiva para la elección y para el Gobierno.

En Argentina los partidos son recuerdos.

Así vamos en un país cuyo sistema republican­o es débil y en el que el presidenci­alismo se ha transforma­ndo en cesarismo. Hemos logrado una democracia “fulanistam­engan is ta” de monarcas sin control donde la autosucesi­ón es el objetivo más codiciado de la gestión.

El radicalism­o fue reduciéndo­se y mantiene su presencia provincial y municipal, pero se extinguió como fuerza política nacional Los partidos han sido reemplazad­os por individuos. En lugar de justiciali­smo hay “kirchneris­mo” o “massismo”. Sus programas nacen y terminan en ellos

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CEDOC PERFIL Líderes del cristinism­o y del macrismo. Se vota a personas, no a partidos.
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CRISTINA Y MAURICIO.

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