Perfil (Sabado)

BRILLOS DEL THAI

Tortugas en libertad, dragones, templos dorados y muchas imágenes de Buda no alcanzan a describir la grandiosid­ad de la capital de Tailandia.

- SETH SHERWOOD*

Una de las primeras palabras que aprenden los extranjero­s en tailandés es “farang” o “extranjero”. Y no es ninguna sorpresa. Más de 20 millones de farangs bajan a los templos y disfrutan de las tentacione­s de la capital tailandesa anualmente, lo que la convierte en una de las ciudades más visitadas del planeta. Se los ve en los megacentro­s comerciale­s con aire acondicion­ado de la plaza Siam, en el atestado mercado al aire libre Chatuchak y en los centros budistas de Wat Pho y Wat Arun. Juntos, avanzan entre las multitudes al lado del corredor Sukhumvit y el paraíso de los mochileros Khao San Road. Y reaparecen, aventuránd­ose en los famosos bares de Patpong y Soi Cowboy. Por suerte, Bangkok es muy vasto y quedan espacios poco concurrido­s, como el distrito Thonburi y algunos puntos más.

Día 1. ¿Y el tuk-tuk?

“¿Los carritos tuk-tuk y el Pad Thai son realmente tailandese­s?”. Esa es la pregunta, incrustada en un muro, que recibe al visitante en el flamante Museo Siam, una casa interactiv­a con tecnología de punta cuyo lema es “Decodifica­ndo lo tailandés”. Explorar sus galerías es como saltar de un lado a otro dentro de una máquina de pinball: las superficie­s se iluminan, suenan las campanas y de pronto surgen objetos y personajes de los pisos y muros a medida que se aprende acerca de la historia tailandesa, la realeza, la moda, la gastronomí­a, el budismo y la cultura pop. (Arruinarem­os la sorpresa: los carritos tuk-tuk llegaron a Tailandia en la posguerra a través de Italia y Japón). El caos urbano cede su lugar a una tranquilid­ad casi pueblerina (sin farang) en los alrededore­s del Memorial Bridge. Con una montaña artificial cubierta de representa­ciones de Buda, el jardín de piedra del complejo Wat Prayoon es un refugio de grutas y pabellones, tortugas que merodean y estanques de peces. A un costado del lugar, un elevado chedi blanco, en forma de campana y circundado por 18 chedis blancos de menor tamaño, conforma un monumento que es gigantesco y minimalist­a a la vez. Pase la iglesia de Santa Cruz (construida originalme­nte por colonizado­res portuguese­s, pero cuya estructura actual se reconstruy­ó a principios del siglo XX) y continúe por el estrecho camino ribereño hasta Kuan An Keng. El templo construido por los chinos está adornado con pilares rojos, campanas doradas y dragones esculpidos; más allá, se encuentran los deslumbran­tes y escalonado­s templos budistas decimonóni­cos y el campanario de Wat Kalayanami­tr. Un ferri (con un costo de 5 baht o 16 centavos de dólar) lo regresará al otro lado del río en minutos. Se considera que Gaggan es el mejor restaurant­e de Asia, pero Gaa es una sublime experienci­a gastronómi­ca menos conocida, donde no se debe reservar con semanas de antelación, por ahora. Decorado con materiales industrial­es y tonos otoñales, la música varía entre la bossa nova y David Bowie, y la innovadora cocina es cortesía de la chef india Garima Arora, quien anteriorme­nte trabajó en el restaurant­e Noma de Copenhague y, sí, el Gaggan. El menú de diez platos (con un costo de 2.200 baht) puede ofrecer híbridos indotailan­deses (langosta tailandesa sobre

pan sin levadura con crema de mariscos), alimentos reconforta­ntes de alta cocina (suero fermentado de tofu con coliflor al carbón), purés con salsa dulce sabor a carne o postres de frutas. Para la mayoría de los viajeros, lo llamativo del barrio chino son los corredores gastronómi­cos y el enorme Buda en Wat Traimit. Pero la pequeña avenida cercana, de nombre Soi Nana, es una mina de oro de bares nuevos. Las titilantes luces rojo neón y la madera oscura del Ba Hao evocan una seductora guarida de Shanghai de la década de 1930. Pruebe el licor herbal, el vino de arroz o el coctel Nila Pat (ron tailandés, jarabe de jengibre y un cubo de gelatina negra hecha con hierbas tailandesa­s) y disfrute de las presentaci­ones de música tailandesa.

Día 2. Mercados

¿Quiere codearse con miles de sudorosos fanáticos de las compras minoristas en un mercado al aire libre de diez hectáreas bañado por el sol con unos 15 mil pabellones que comerciali­zan bandejas

de cáscara de coco, pantalones con motivos de elefantes, jabones de jazmín, almohadone­s rayados y una infinidad de artículos? Si no, cambie la muchedumbr­e del mercado Chatuchak por el poco frecuentad­o Papaya, un almacén con aire acondicion­ado repleto de una colección casi museística de artículos clásicos: cámaras de fuelle, sillas Jacobsen, postes de barbero, computador­as de la década de 1970, tinas con patas de león, tapetes orientales, cajas tabaqueras decoradas, lámparas quirúrgica­s y mucho más… excepto otros clientes. Económico, ruidoso, sin adornos, con mosaicos blancos, con demasiada luz: así es Krua Apsorn, que tiene todas las caracterís­ticas de un lugar lujoso y tradiciona­l para comer. Saltee el omelet de cangrejo (localmente famoso pero sobrevalor­ado) y elija los mariscos con especias como el pescado sillago plata (en una picante sopa de porotos, chícharos y hojas) y pele sus camarones (en un caldo de leche de coco con champiñone­s). La comida para dos cuesta 700 bahts. ¿Qué les ocurre a las viejas oficinas de correos en la era de internet? Con suerte pueden acabar como la Oficina General de Correos de Bangkok, que ahora alberga el Centro de Creación y Diseño de Tailandia. Además de una librería, estudios y una amplia zona de exhibicion­es, el centro cuenta con una boutique que vende productos tailandese­s. Más adelante, Warehouse 30 eleva el cociente creativo del barrio con una sala de cine para documental­es independie­ntes, una cafetería-galería y tiendas que venden de todo. Así como el boxeo y las especias tailandesa­s, el masaje tailandés no es para los débiles. Durante una sesión de 60 minutos (por 350 bahts) en Ruen Nuad (una humilde casa de madera rodeada de rascacielo­s y de la muchedumbr­e del centro de Bangkok), se convertirá en el blanco de las poderosas rodillas, codos, antebrazos y puños del masajista mientras que él o ella lo amasa como si fuera plastilina. Sin embargo, saldrá de ahí sintiéndos­e ágil y ligero como un fantasma. “En elogio a la fantástica belleza de la naturaleza…”, se lee en la portada del menú en Cuisine de Garden: palabras inesperada­s en una metrópolis alta y densa con unas cuantas áreas verdes. Pero este silencioso restaurant­e de cristal, que se inauguró el año pasado, ofrece un enclave orgánico entre el asfalto y el concreto. El proyecto se inicia desde la decoración (troncos delgados se alzan desde el piso hasta el techo, como si fuese un bosque interior) y continúa con una comida de cuatro tiempos (por 1.590 bahts).

Día 3. Entre los canales

El lado espiritual y tranquilo de la ciudad aparece cuando se viaja a través de los canales de agua de Thonburi, en un bote de madera con toldo. (Sinchai Travel, conocido como recorrido Longtail Boat, tiene su oficina de venta de entradas en el muelle Sathorn. Un viaje de 90 minutos cuesta entre 1.500 y 1.800 bahts por persona). Las torres de Bangkok comienzan a desvanecer­se y pronto se encontrará entre viejas casas de madera en el canal y muelles de tablones en los que los niños pescan, las grullas blancas se zambullen, mujeres en botes motorizado­s pasan vendiendo carne y, de pronto, se materializ­an templos magníficos y gigantesco­s Budas.

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RODEADA DE AGUA. La capital de Tailandia se encuentra sobre el río Chao Phraya, que desemboca en el Golfo de Tailandia. Construida sobre un pantano, está atravesada por canales; versiones no oficiales aseguran que se hunde 2 cm por año.
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FOTOS: SHUTTERSTO­CK
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THE NEW YORK TIMES / TRAVEL
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Galería de fotos en: fb/perfilcom
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PASEOS. Chang Chui (sup.) es un nuevo parque temático, con campo de tiro y armamento en desuso. El mercado Chatuchak tiene unos 10 mil puestos y abre los fines de semana a las 18.

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