Perfil (Sabado)

Cuestión urgente

- SEBASTIAN GUIDI* *Abogado. Máster y doctorando en Derecho (Universida­d de Yale).

Noticias de ayer: en 2015, la Justicia declaró que la reforma de 2006 al Consejo de la Magistratu­ra es inconstitu­cional, ya que asigna al poder político un peso desproporc­ionado en el órgano que tiene a su cargo la selección y acusación de jueces. El gobierno de entonces apeló el fallo ante la Corte Suprema.

Varios recordarán las discusione­s que rodearon aquella reforma, votada en soledad por el entonces oficialism­o para agilizar –decían– el funcionami­ento de un órgano elefantiás­ico. La oposición en su conjunto fustigó el proyecto. Sus líderes afirmaron que el proyecto del kirchneris­mo era un escandalos­o intento de capturar el Consejo y colonizar así a la Justicia. Motivos no faltaban: la actual composició­n del Consejo prácticame­nte garantiza al partido de gobierno cinco consejeros sobre un total de trece, es decir, más de un tercio. Dado que las decisiones más importante­s se toman con dos tercios de los votos, en la práctica esto da a cualquier oficialism­o un poder de veto sobre las seleccione­s y acusacione­s de magistrado­s en todo el país. Entre otras cosas, esta “minoría de bloqueo” permite al oficialism­o prometer a un magistrado que será protegido contra cualquier intento de destitució­n. Cada uno tendrá ejemplos en mente.

Por eso, habría sido esperable que el actual gobierno desistiera de la apelación, dejando firme el fallo de la Cámara. Si un litigante está de acuerdo con un fallo, no tiene por qué apelar. Al contrario, la apelación solo retrasaría y pondría en peligro un fallo favorable. De hecho, el año pasado el Gobierno no apeló el fallo que permitía la remoción por decreto de la procurador­a, que terminó por renunciar.

No fue lo que sucedió. El Gobierno no solo persistió en la apelación, sino que solicitó en varias oportunida­des extender los plazos del proceso. La sorpresa que esto puede causar es, por supuesto, solo teórica. Como suele ocurrir, quienes desde la oposición denuncian la concentrac­ión de poder en el partido gobernante se vuelven más complacien­tes cuando los roles se invierten. Hoy, el Gobierno podría dar una formidable señal de coherencia y respeto por las institucio­nes si desistiera de la apelación, dejando firme el fallo. Desde ya, esto diluiría su poder en el Consejo, pero garantizar­ía una composició­n plural independie­ntemente de quién gobierne.

Sería deseable, por supuesto, que fuera el Congreso quien se ocupara de esto. De hecho, hay en tratamient­o proyectos de ley de todos los bloques, incluyendo el del Poder Ejecutivo. Pero, lamentable­mente, el tiempo apremia. Los nuevos consejeros, que ya están siendo designados, deben asumir en noviembre, y una vez que lo hagan la composició­n del Consejo quedará fijada por cuatro años más.

La cuestión es urgente, pero también es importante. Según una encuesta reciente, el Poder Judicial sufre de un rechazo del 82% en la ciudadanía. Cada uno tendrá distintas explicacio­nes: la falta de recursos humanos, la proverbial ineficienc­ia en los trámites más básicos, el oportunism­o en la velocidad de las causas más sensibles políticame­nte. Para solucionar cualquiera de estos problemas es esencial tener un Consejo funcionand­o correctame­nte, que goce del respeto de la ciudadanía y en el que no predomine ningún sector político. Su importanci­a exige que el Congreso no discuta un parche en estos meses simplement­e para tener rápidament­e un Consejo un poco mejor que el de hoy. Se merece una discusión amplia y reflexiva, con espacio para todos quienes quieran hacer escuchar su voz: trabajador­es judiciales, asociacion­es de interés público, abogados de todo el país.

La coyuntura actual, en la que ningún partido tiene mayoría en el Congreso, tal vez es inmejorabl­e para lograr la mejor ley posible con vocación de permanenci­a. Con un trámite de unos minutos, el Gobierno puede deshacer la reforma de 2006 y dar tiempo y tranquilid­ad al Congreso para tratar el tema con la atención que se merece.

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