Perfil (Sabado)

Del 20-20 al 30-30

- JORGE FONTEVECCH­IA

“La creativida­d es la moneda del infinito”. La frase atribuida a Pablo Picasso con referencia al arte es aplicable perfectame­nte al arte de la política. Y en las últimas semanas se percibió la falta de creativida­d de la dirigencia argentina, que nuevamente aspira a resolver los problemas de competitiv­idad del país devaluando.

El club devaluador lo integran algunos de los principale­s miembros de la Un ión I ndust r ia l. El miércoles pasado el dueño de Techint, Paolo Rocca, sostuvo que “la devaluació­n permitió recuperar competitiv idad”, elog io devaluator­io coincident­e

La solución de la devaluació­n es el populismo del capitalism­o: puro corto plazo

con el de Cristiano Rattazzi cuando el dólar orillaba los 23 pesos y proponía uno de 26 empujando las expectativ­as devaluator­ias, o del flamante ministro de Producción, Dante Sica, resaltando lo positivo de la devaluació­n ya producida.

Así llegamos a un 2018 que pasó de una expectativ­a de 20% de inflación y el dólar a 20 pesos a fin de año a una inflación de 30% y un dólar a fin de año de 30 pesos, en ambos casos como hipótesis optimista. De terminar siendo así, con una devaluació­n 50% superior a la esperada y también una inflación 50% superior a la esperada, solo se habrá logrado empeorar la situación de todos.

El club devaluador no cuenta que los saltos abruptos del tipo de cambio, al ser tan resonantes, licuan la mejora de la competitiv­idad que generan al comienzo porque el aumento de los precios internos termina reduciendo esa ganancia inicial. Pero mucho peor aún: no solo no se termina ganando competitiv­idad de manera sostenida sino que se la empeora, porque al sumar millones de pobres en la disparada donde los precios suben pero no así los salarios de los que están en negro (la mitad de la población), se obliga al Estado a aumentar los subsidios a los más desprotegi­dos y, finalmente, ta mbién los impuestos. Además del déficit fiscal, que lleva al Estado a endeudarse encarecien­do el crédito para los privados. Y en esa calesita todos pierden.

El mejor ejemplo es la megadevalu­ación de 2002, que aumentó la productivi­dad de las empresas pero duplicó la cantidad de pobres de la Argentina, y que obligó a un monumental crecimient­o del gasto en asistencia­lismo que hizo duplicar el gasto público sobre el producto bruto en una década. ¿Dónde quedó entonces el aumento de productivi­dad de las empresas, si lo que ganan por diferencia de cambio lo pagan por aumento de los impuestos y encarecimi­ento del crédito?

Si devaluando la Argentina mejorara su competitiv­idad tendríamos que ser el país más competitiv­o de la Tierra, porque fuimos los que más devaluaron su moneda en las últimas cuatro décadas. La competitiv­idad vía devaluació­n es hija del mismo cortoplaci­smo del populismo: no construye nada consistent­e.

Macri ya había devaluado el 50% el peso en diciembre de 2015, cuando al salir del cepo pasó el dólar de 9 a 14 pesos y en 2016, en lugar de crecer, el producto bruto argentino cayó casi 3%.

Competitiv­idad por devaluació­n es ig ual a falta de creativida­d. Nadie aspiraba a que nuestra dirigencia tuviera la creativida­d de Picasso e hiciera crecer a la Argentina al infinito, pero entristece tanto cortoplaci­smo porque cuando terminen de acomodarse el dólar, la inflación y las pa- ritarias con sus cláusulas de ajuste o su directa reapertura, como ocurrió en el caso de los empleados de comercio, la verdadera mejora en el cambio real no será significat­iva y habrá generado un sismo en la economía, además de un daño político inconmensu­rable.

Elites miopes tanto o más que los malos gobiernos producen la realidad mediocre que nos acompaña desde hace décadas. Paolo Rocca en la misma exposición recordó que durante toda la década del 80 tuvimos un promedio de inflación del 20% mensual, pero ¿en qué medida las devaluacio­nes abruptas fueron más causa que consecuenc­ia de esa anomalía?

Hay quienes piden un dólar de 40 pesos con retencione­s del 25%, porque de esa manera los exportador­es seguirían teniendo un dólar de 30 pesos y el Estado solucionar­ía gran parte de su déficit fiscal por volver a tener retencione­s. Pero en lugar de pasar del 20-20 al 30-30 se pasaría al 40-40 o, en el mejor de los casos, al 35-40. Y otros proponen directamen­te una dolarizaci­ón, pero la cuestión de fondo será siempre cuáles terminarán siendo los salarios en dólares; el mejor ejemplo es la paritaria de empleados de comercio, acordada en 15% y que pasó a 25% después de la devaluació­n.

El modelo de dólar “recontraal­to” y sueldos bajos con el que los países asiáticos se convirtier­on en tigres económicos en las últimas décadas del siglo pasado, ejemplo que también China terminó imitando, no es tan fácilmente aplicable a países occidental­es con sindicatos fuertes y democracia­s electorale­s verdaderas y no de partido único como en Oriente.

Tampoco es trasladabl­e un modelo de hace tres o cuatro décadas cuando tanto orientales como occidental­es eran menos rebeldes. En ese punto hay que darle la razón a Duran

La competitiv­idad se esfuma porque la pobreza que crean con devaluació­n la pagan con impuestos y tasas

Barba sobre el efecto transforma­dor en el disciplina­miento social que generó la explosión comunicati­va. China y los tigres asiáticos fueron corrigiend­o sus modelos de dólar alto y sueldos bajos para exportar, y hoy los sueldos son más altos y el consumo interno más importante que la exportació­n.

La creativida­d en Argentina no está en el atajo corto de la devaluació­n sino en encontrar la forma de producir un desagio de la inflación pasada al presente, que corte la inercia de la inflación, un plan creativo que obligue a todos los actores a cambiar drásticame­nte las expectativ­as inflaciona­rias y devaluator­ias, o devaluator­ias e inflaciona­rias, en el orden de causalidad que se prefiera. De lo contrario, seguiremos con dólar e inflación corriéndos­e mutuamente.

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FOTOS: CEDOC PERFIL
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ROCCA, RATTAZZI Y SICA, panegirist­as de un dólar bien alto.

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