CORAÇÂOZINHO PORTUGUÊS
Por toda la ciudad relucen los quiosques de estilo art nouveau para saborear una ginja de cereza. Y los petiscos de mar y los pasteis de nata tientan desde renovadas tabernas, terrazas y castillos. Sobre el río Tajo, lo mejor sigue en pie.
Los tranvías de color amarillo canario todavía repiquetean por las empinadas colinas, y nunca se pagará poco más de un euro por los pastéis de nata, el clásico pastel de hojaldre portugués. Sin embargo, hoy se conoce más a la capital portuguesa por su escena culinaria al rojo vivo y sus refinadas instituciones culturales, que incluyen un nuevo museo en el malecón. Lisboa conserva el encanto desteñido de la Vieja Europa, pero con un torrente de emocionantes lugares nuevos e inspiración fresca proveniente del otro lado del Atlántico, que parecen prepararla para una nueva edad de oro.
Día 1. En la colina
La mejor perspectiva de la ciudad de techos de terracota se obtiene desde la colina más alta, en el distrito de Graça. Comience con el Convento de Gracia, cuya capilla barroca abrió hace poco sus puertas al público luego de restauraciones recientes (entrada gratis). No es tarea fácil familiarizarse con Fernando Pessoa, el escritor de las formas cambiantes, considerado uno de los más grandes poetas de Portugal. No obstante, es lo que se propone la Casa Fernando Pessoa, un museo y centro cultural en el barrio residencial Campo de Ourique. El museo se encuentra en la última residencia del autor, y es un tesoro escondido de las obras de principios del siglo XX de Pessoa –la mayoría de ellas se publicaron tras su muerte–, entre las que se encuentran poemas escritos bajo tres heterónimos bien desarrollados. A través de muestras interactivas, los visitantes se familiarizan con el lenguaje del poeta: “Estoy comenzando a conocerme. No existo”. También hay una colección de retratos de Pessoa, en diversos estilos (entrada € 3). Para un banquete de petiscos (la palabra portuguesa para tapas) de mariscos, reserve una mesa en Peixaria da Esquina, en un tranquilo rincón de Campo de Ourique, donde sirven mariscos frescos en todas sus formas: crudos, curados, marinados o a la parrilla. Comience con una copa de Douro branco y un carpaccio de pulpo tan delgado como una hoja de papel, aderezado con cilantro, frituras de camote y unas gotas de aceite
de oliva (€ 13,50). Luego pruebe los platos marinados, como el salmón cítrico con maracuyá, jengibre y cilantro (€ 9,60), seguido de la versión corregida y aumentada de las amêijoas à Bulhão Pato: un tazón humeante de almejas sazonadas con un poco de limón, ajo y más cilantro (€ 17,50). La vida nocturna de Lisboa alcanzó nuevas alturas cuando la ciudad se llenó de una ola de bares en terrazas. Escondido en el mirador Terraços do Carmo, el bar Topo Chiado es un espacio abierto relajado con vista al castillo y el elevador de estilo neogótico de hierro forjado de Santa Justa. La exploración nocturna podría continuar hacia el oeste, en Rio Maravilha, un nuevo lugar en un cuarto piso, en el área emergente de LX Factory. En la terraza lo esperan espectaculares vistas del río Tajo y el puente 25 de Abril, un doble del puente Golden Gate de San Francisco, en Estados Unidos.
Día 2. Corchos y pasteles
El máximo ejemplo de la panadería portuguesa lo ocupan los pastéis de nata, un pastel de hojaldre relleno de crema pastelera. En la flamante Pastelaria Alcôa, en el ajetreado distrito de Chiado, hileras de esas tartaletas doradas se exhiben al lado de una variedad de los denominados pasteles monacales, cuyas recetas,
que ya tienen siglos de antigüedad, se originaron en los conventos y monasterios católicos. Otra especialidad menos conocida pero muy galardonada es el Torresmo do Céu, un postre con relleno de almendras y cítricos. Portugal, donde se encuentra una tercera parte de los bosques de alcornoque del mundo, ha imaginado todos los usos posibles de este material natural y sostenible. Compre recuerdos elaborados con corcho que van más allá del típico tapón de botella en Cork & Co. Tras una breve caminata hacia el norte, encontrará más productos innovadores en Pelcor, como sombrillas y bolsos para golf hechos de corcho. Al suroeste del centro de la ciudad, el hermoso distrito ribereño de Belém se define por sus atractivos emblemáticos: el Monasterio de Jerónimos, la Torre de Belén del siglo XVI y, desde 2016, la fachada futurista del MAAT, el Museo de Arte, Arquitectura y Tecnología. Este último toma el ejemplo de otras capitales europeas –como el Tate Modern de Londres y el Centrale Montemartini de Roma– al darle nueva a vida a una planta eléctrica, además de las nuevas salas de exposiciones cubiertas por relucientes azulejos blancos, donde se muestra arte de clase mundial (entrada, € 9). La Taberna da Rua das Flores tiene la atmósfera desgastada de una vieja cantina de Lisboa, con piso de azulejos, sillas de madera y mesas de mármol. Lo que la distingue de las demás es su cocina innovadora con productos frescos del mercado. El menú diario –garabateado en un enorme pizarrón, que los meseros explican pacientemente–, podría incluir ostras con un toque de wasabi, caballa tártara con alga marina y crocantes camarones secos, una deliciosa pila de papas a la francesa y setas de cardo locales. Para acompañar, una botella de Tejo tinto y, de postre, un poco de queso de oveja portugués. Esta abundante cena para dos tiene un costo de 50 euros (solo efectivo). Después de comer, dé una vuelta por el Pub Lisboeta en el distrito cada vez más lleno de vida Príncipe Real. Este bar acogedor y pequeño abrió hace pocos años; en su interior hay mesas abarrotadas, una barra de azulejos de color esmeralda y una variedad de cervezas artesanales de Portugal; pruebe alguna de Oitava Colina, de Lisboa.
Día 3. A los quiosques
En un impresionante espectáculo de colonización inversa, Brasil se ha apropiado de una majestuosa mansión en Príncipe Real: Casa Pau-Brasil es una boutique y sala de exposiciones de importantes diseñadores y marcas de ese país. Encontrará modernos trajes de baño de Lenny Niemeyer, sombreros estilo Panamá con un borde naranja de Frescobol Carioca, barras de chocolate Rio’s Q y sillones exquisitos de madera pulida diseñados por Sérgio Rodrigues. En los quiosques de refresco, que reviven la hermosa arquitectura art nouveau en plazas, parques y miradores, sea uno más de los que disfrutan la ginja, un licor tradicional de cereza. En la Plaza de las Flores, por ejemplo, un pequeño parque arbolado con una fuente en el centro.