Demasiada frialdad estética para hacer terror efectivo y con alma
La escudería SánchezBayona (es decir, el aquí director Sergio G. Sánchez y el director de la más reciente Jurassic World) se lanza al género gótico sureño escueto, bien clásico, con más profesionalismo que nervios reales. Hay algo de la escuela Bayona, que en sus peores días puede verse como una especie de compresión de algunas ideas industriales (cierto talento para reproducir, sin copiar, escenas que respiran tics industriales, como puede ser en el caso de Jurassic
Park las escenas de desastre: ninguna es particularmente personal, no parecen agregarle nada propio u original, pero tampoco están mal ejecutadas).
Aquí el género que se ejecuta es, como se dijo, el terror gótico, aquel que antes que nada depende del mobilia- rio ominoso y las constantes tensiones de maderas que chirrían. Y vale aclarar: Sánchez logra genuinos instantes donde sus desamparados y la presencia de lo sobrenatural funcionan en pantalla. Al menos algunos.
Pero hay algo de frialdad en el asunto. Hay algo que parece entumecer lo que en otros films se siente más vivo, más interesado en recorrer esos pequeños espacios que el género deja a la vista para que lo alteren sin que lo muten. Aquí todo parece medido en extremo, casi en un punto que prácticamente diseca al mismo tiempo que hace predecible, en el peor sentido, sus intenciones: la decadencia, la soledad de los niños que escapan a la sociedad, las sombras, el contraste entre la naturaleza y el gótico, la aparición de lo sobrenatural. Cada ítem funciona, seguro, pero con un modo autómata.
Lo extraño es que nada se ve fuera de lugar, salvo el desenlace (demasiado obvio, demasiado gastado para que fuera la recompensa final para el espectador de un relato más complicado que complejo) y eso es lo que termina jugándole en contra al film de Sánchez. Es demasiado obediente y poco hereje; tanto así que termina siendo un avatar de una forma de ser cine antes que una película.