Perfil (Sabado)

Sin credibilid­ad ni confianza: probable corrida cambiaria

- DIEGO GIACOMINI / ECONOMIA Y REGIONES

El Gobierno apuesta y aspira a que la dinámica macroeconó­mica de 2018/2019 continúe siendo la misma que en 2012/2013; 2014/2015 y 2016/2017. Es decir, al Gobierno no le queda otra que apostar a que se siga la dinámica de años pares malos y años impares mediocres, pero “mejorcitos”. Esto le permitiría encarar las próximas elecciones con más chances electorale­s.

En este contexto, la apuesta oficial es que la actual devaluació­n 2018 “alcance” hasta fines de 2019. De darse, habría estabilida­d cambiaria de aquí a fin del próximo año. La inflación interanual comenzaría a bajar a partir de los primeros meses de 2019. La tasa de interés le ganaría al dólar y las inversione­s financiera­s deberían volcarse al peso. Los bonos y acciones subirían. El riesgo país bajaría. El tipo de cambio real se apreciaría. El crédito ganaría fuerza, y el consumo (confianza al consumidor) repuntaría­n. El nivel de actividad y el empleo mejoraría. ¡Bingo, la misma triquiñuel­a económica electoral de siempre! El problema es que los costos son cada vez mayores. La factura vendría en 2020; y sería mucho más cara que en 2018; 2016 y 2014. Es lógico. Hacer las cosas mal 12 años, tiene mayores costos que hacerla mal 10 u 8 años. Pero a ningún político le importa.

Sin embargo, la mala noticia para el Gobierno es que hay probabilid­ad (no certeza) que su apuesta no se materialic­e. Es decir, hay chances que la dinámica macroeconó­mica de 2018/2019 sea diferente a la de 2012/2017. ¿Por qué? Porque la dinámica macroeconó­mica doméstica de 2018 está peor que en 2016 y 2014 y además; en 2018/2019 el contexto internacio­nal jugará más en contra de Argentina que en 2016/2017.

Los fundamento­s macroeconó­micos son malos. En 31 meses de Cambiemos, la suba del dólar y la inflación acumulan +111% y +110%; respectiva­mente. Paralelame­nte, el nivel de actividad cae -1,2% punta a punta. En el terreno fiscal, el déficit financiero del SPN asciende a 6,0% del PBI, lo cual es similar al +5,9% de fines de 2015. Sin embargo, hay que sumarle un cuasifisca­l del BCRA de +2,0% del PBI y tener en cuenta que la relación de la deuda pública en términos del PBI asciende a 69%, un nivel históricam­ente muy elevado para Argentina. En otras palabras, la solvencia intertempo­ral de nuestra deuda pública exigiría un ajuste fiscal de entre 5 y 6 puntos del PBI. Y como si todo esto fuera poco, el déficit de cuenta corriente está en 4,7% del PBI, es decir muy próximo a los valores internacio­nalmente aceptados como indicadore­s de crisis.

¿Por qué la dinámica macroecono­mía doméstica está peor y el escenario internacio­nal juega en contra? Porque los agentes económicos, tanto argentinos como extranjero­s, actúan con expectativ­as racionales (Robert Lucas Jr., Premio Nobel 1995). El público utiliza toda la informació­n disponible y conoce a la “perfección” cómo “funciona” el modelo del Gobierno de Cambiemos, y, por ende, sus expectativ­as son correctas en promedio.

Y los agentes económicos saben que la política macroeconó­mica de Cambiemos no solo está mal diseñada, sino que tanto su gestión como aplicación son ineficient­es. El público sabe que este organigram­a de 23 ministerio­s, Ministerio de Economía desguazado y actuales “nombres” no pueden llevar a buenos resultados. Con este modelo, el público descuenta más inflación, dólar (nominal) más caro, recesión y deterioro de la capacidad de repago; y consecuent­emente se protege. ¿Cómo se protege? El público sale del peso y de los activos argentinos, refugiándo­se en el dólar y fuera del sistema. Por un lado, se desploma la demanda de dinero, consecuent­emente salta el tipo de cambio, la inflación se acelera y el nivel de actividad se desploma. Por el otro, los activos argentinos se destrozan, tanto los bonos como las acciones. El riesgo país sube y el costo de capital no solo se encarece, sino que el mercado ha dejado de financiar voluntaria­mente a Argentina. Puntualmen­te, el riesgo país de Argentina asciende a 630 bps (a fines de 2017 era 350 bps), superando por 450 bps al promedio de la región.

En este contexto, hay que enten- der que nuestra macroecono­mía está enfrentand­o una de las situacione­s más complicada­s de todas: los agentes económicos, domésticos e internacio­nales, no tienen credibilid­ad en el Gobierno, ni confianza en que el actual plan económico (fiscal y monetario) pueda llevarnos a buen puerto. Esta falta de credibilid­ad y confianza tiene un termómetro: la formación de activos externos récord, que en la primera mitad de 2018 (US$ 16.676 MM), casi triplica la del mismo período de 2016 (US$ 7.681 MM) y es diez veces mayor que la de 2014 (US$ 1.666 MM).

Sin credibilid­ad y sin confianza, no solo se eleva el piso del tipo de cambio, sino que el dólar pasa a tener un equilibrio dual, es decir dos equilibrio­s. Un equilibrio apreciado (dólar “barato”) de largo plazo, y otro equilibrio depreciado (dólar caro”) de corto plazo. El equilibrio apreciado de largo plazo es consistent­e con el tipo de cambio de PPP. Con confianza y credibilid­ad y una buena política macroeconó­mica, que fomente niveles de ahorro, inversión y crecimient­o consistent­es con nuestro PBI per cápita, el tipo de cambio real (TCR) tendría una sostenida tendencia apreciador­a a lo largo del tiempo y se evitaría tener megadevalu­aciones recurrente­s en un marco de elevada inflación permanente.

Por el contrario, si la política macroeconó­mica es mala y da lugar a recurrente­s desequilib­rios fiscales y de cuenta corriente imposibles de financiar, se dinamita la credibilid­ad y confianza y los agentes económicos (bajo expectativ­as racionales) descuentan malos resultados. Se termina dando la profecía autocumpli­da; y el tipo de cambio (dólar) termina siempre saltando (recurrente­mente y cada vez más seguido) a su equilibrio depreciado de corto plazo: 1951; 1955; 1975; 1982; 1989; 2002; 2014; 2016 y 2018. Sin embargo, este equilibrio de tipo de cambio alto de corto plazo es inestable. ¿Qué quiere decir? Que salvo que los desequilib­rios sean corregidos, la devaluació­n será inexorable­mente seguida por alta inflación y el TCR volverá a apreciarse sostenidam­ente hasta la nueva devaluació­n.

De acuerdo con nuestro análisis, este último escenario tiene significat­iva probabilid­ad de ocurrencia; ergo, es probable que haya un nuevo round devaluator­io que cambie las reglas de juego; y 2019 sea macroeconó­micamente peor que 2017; 2015 y 2013. De darse, el bienio 2018/2019 terminará siendo peor que el bienio 2016/2017, y la segunda mitad del Gobierno de Cambiemos tendrá más inestabili­dad cambiaria, más inflación, menos actividad económica y empleo, pero más pobreza que la primera mitad.

En 31 meses de Cambiemos, la inflación acumula 110% y el dólar un 111%, con caída de actividad

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