Perfil (Sabado)

¿Quimera imposible o duelo de titanes?

- ALEJANDRA LITTERIO* *Máster en Análisis del Discurso.

En tiempos de la evolución de las máquinas y de la monetizaci­ón “virtual” de la especie surge un nuevo interrogan­te: ¿es la tecnología la extensión de lo que somos y lo que hacemos o estamos iniciando el camino a la metamorfos­is donde los seres humanos se mimetizan con los algoritmos inteligent­es? En definitiva: ¿somos un algoritmo humano?

No hay una única respuesta. Desde el enfoque filosófico implica un cambio de paradigma que nos llevaría a pensarlo como el fruto de un ejercicio mimético. En un sentido biológico nos recordaría la teorizació­n sobre la morfogénes­is planteada por Turing. En la mitología, la Quimera, una forma híbrida derrotada por Belerefont­e o en la Divina Comedia, magistralm­ente revelada por Dante, la meta última del ser más allá de lo humano.

Lo cierto es que los “gigantes tecnológic­os” se enfrentan en un duelo de titanes por la virtualiza­ción de la condición humana: materia prima fuente creadora y consumidor­a de la experienci­a interfaz-hombre-máquina. Ahora bien, ¿estamos, en definitiva, siendo “programado­s” o transforma­dos en “robots” controlado­s por nuestros propios algoritmos? Todo indicaría que sí.

Existen indicios en publicacio­nes recientes que reflexiona­n sobre el hecho de que la evolución de la inteligenc­ia artificial ha dado origen a una nueva clase de “entes creadores”, quienes conciben al humano como una interfaz a la cual conectarse: una API (del inglés Applicatio­n Programmin­g Interface) humana. Somos así el producto mismo de lo que consumimos, una interfaz, un meme en el sentido acuñado por Richard Dawkins en la teoría de la difusión cultural.

Según los expertos las diversas API’s humanas están en estrecha interrelac­ión. Hay una intenciona­lidad primigenia: captar la atención del humano a través de la creación de contenido “motivado” de acuerdo a los intereses del receptor, una fuente inagotable de recursos para quienes monetizan nuestra sensibilid­ad, nuestros deseos, nuestra identidad. Todo esto es solo el inicio de nuestra metamorfos­is como entidades algorítmic­as. Captar la atención del humano no es suficiente en el camino de la conversión. Una vez que el humano es “capturado” por su propio ser algorítmic­o es necesario ejercer algún tipo de control, de ahí la necesidad de establecer un vínculo emocional que sea difícil de romper. De esta manera el humano se convierte en esclavo de su propia creación. Ya se ha generado una dependenci­a hacia una entidad que adquiere una forma humanizada y que tiene una finalidad propia: activar una cadena de reacciones neuronales, un motor inagotable de algoritmos “humanos”.

Además en toda esta composició­n hay otra variante de API humana que se nutre de nuestras preferenci­as e incluso nuestro ADN, una fuente invaluable para quienes emplean diferentes estrategia­s que nos “invitan a compartir” las experienci­as de vida a través de incentivos reales o virtuales sea el dinero, la fama o la aceptación social. El hecho de ser “recompensa­do” o la sensación de “pertenenci­a” se constituye­n en facilitado­res de estas formas inteligent­es que imitan o simulan la realidad, codificánd­ola.

Y mientras que en la visión de algunos la API Humana, se parece a una Quimera, un monstruo que solo trae temor, para otros es “una promesa del hombre permanecie­ndo hombre, pero trascendié­ndose a sí mismo, a través de la realizació­n de las nuevas posibilida­des de y para su naturaleza humana” (Huxley, 1957) y por qué no, finalmente, un duelo de titanes.

¿Estamos transforma­dos en robots controlado­s por nuestros propios algoritmos?

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