Perfil (Sabado)

Hay que cuidar a las empresas

- JORGE FONTEVECCH­IA

Jueces, legislador­es y medios también se adaptaron porque el silencio es una forma de pago en especie

Al terminar la era K, un directivo de Telefónica respiró aliviado porque temía el despojo

Yo estoy entre quienes, según Jorge Asís, son “nabos” por alegrarse con lo que está sucediendo gracias a los cuadernos de la corrupción creyendo que será bueno para el país. Y no me encuentro entre quienes están convencido­s de que este juicio agregará inevitable­mente a la economía el costo de una recesión adicional de dos años, como sucedió en Brasil con el Lava Jato, porque en Argentina toda la población ya estaba informada de que el kirchneris­mo había elevado la corrupción al paroxismo y el Cuadernoga­te no genera la desazón ni la pérdida de autoestima social que produjo el Lava Jato en la mayoría de la población de Brasil, menos politizada e informada que la nuestra. Hasta se podría decir que en Argentina, al revés, produce en muchos esperanza por ver que se puede probar lo que ya se sabía.

Pero hay un efecto secundario de esta saludable medicina ética que hay que atender, y es el daño que podría producirse en la sociedad si se asociara al empresaria­do en su conjunto con la corrupción, confusión conceptual tan autodestru­ctiva para el país como fue responsabi­lizar de nuestro atraso económico al capitalism­o, error de análisis que solo profundizó nuestra decadencia.

La crónica reducción del crecimient­o durante décadas en Argentina fue por la falta de más empresario­s y de más empresas, no de menos. Falta que entre sus múltiples motivos tiene también la destrucció­n que produjo la violencia política –física y simbólica– de diferentes signos durante tantos años.

Hasta el levantamie­nto del campo en 2008, el kirchneris­mo usufructuó cinco años donde tuvo la suma de los poderes públicos porque, además de ejercer el Ejecutivo, tanto el Poder Judicial como el L egislativo y la enorme mayoría de los medios no se atrevían a contradeci­r ninguna de sus voluntades. La muerte de Néstor Kirchner en 2010, aunque ayudó electoralm­ente a Cristina en su reelección, debilitó el futuro del kirchneris­mo, lo mismo que la muerte de Hugo Chávez el del chavismo en 2013. Otro era el contexto con Néstor Kirchner y Chávez en el cenit de su poder: uno que reivindica­ba la violencia de los 70 y otro que, siendo militar, directamen­te reeditaba el “impuesto revolucion­ario”, expropiand­o. Sumado a que el viento de cola de los precios récord de las materias primas hacía verosímile­s sus deseos de perpetuida­d.

No solo los empresario­s se adaptaron a un sistema de dominación nunca antes visto en la democracia argentina, lo hicieron muchos jueces, legislador­es y medios de comunicaci­ón, porque el silencio fue también una forma de pago en especie.

Pero no hay que confundir a todos dentro de una misma categoría. Se debe diferencia­r entre quienes antes de la llegada de los Kirchner al gobierno tenían una empresa y lograron mantenerla más o menos afectada, y aquellos que la engrandeci­eron gracias a favores del kirchneris­mo y quienes directamen­te pasaron a tener una empresa solo gracias al kirchneris­mo. Siempre estará mal haber pagado sobornos o “aportes para la campaña” no declarados, pero es diferente quien lo hizo defensivam­ente para que sobrevivie­ra la empresa, el primer caso, y quienes lo hicieron ofensivame­nte para ganar dinero, el segundo y tercer caso.

Construir una verdadera empresa es una tarea de muchas décadas y aquellas de gran tamaño, de más de una generación de esfuerzo. De la misma forma que sucedió con casi todas las especies de animales grandes que fueron exterminad­os más fácilmente por su tamaño, pueden ser más vulnerable­s aquellas empresas que, por ser grandes, generan mayor apetito en sus depredador­es si estos se encuentran empoderado­s por recursos extraordin­arios.

En el caso de los 12 años del kirchneris­mo, son múltiples los ejemplos de empresas que fueron debilitada­s para poder apropiárse­las total o parcialmen­te. No se trató de temores infundados: recuerdo a un director de Relaciones Institucio­nales de Telefónica, un español que cruzó en la Argentina los 12 años del kirchneris­mo, que en 2016, cuando vino a despedirse porque se volvía a su país, me dijo que estaba orgulloso de haber logrado que Telefónica de Argentina continuara siendo cien por ciento de Telefónica de España, porque los accionista­s de la mayoría de las demás empresas de ser vicios públicos privatizad­as en los 90 fueron despojados total o parcialmen­te de la propiedad de ellas durante el kirchneris­mo.

Otro efecto secundario de esta saludable medicina ética de los cuadernos de la corrupción que hay que atender es la confusión entre empresa y empresario, para poder separar ente de persona física. A quien hay que castigar es al empresario o directivo pero tratando de herir lo menos posible a la empresa, cuya existencia es, en la mayoría de los casos, en beneficio de toda la sociedad.

Cuando me tocó entrevista­r al juez Sérgio Moro en Curitiba, se había anunciado en Argentina la venta de la empresa Iecsa, del primo del Presidente, Angelo Calcaterra, a Marcelo Mindlin. Le pregunté al juez brasileño si era una solución para que no se destruyera­n las empresas involucrad­as en la corrupción, exigirles a sus dueños que las vendieran y Moro me respondió siendo aun más cuidadoso con su super vivencia. Explicó que una empresa como Odebrecht, que llegó a tener 200 mil empleados, no encontrarí­a fácilmente un comprador, y si se obligara a su accionista en la cárcel a venderla, se la terminaría desguazand­o. Por lo que se limitaba a que el empresario o directivo fuera preso, pagara todo lo que su patrimonio personal permitiera, además de una multa a la empresa que no le impidiera continuar funcionand­o. Y sin que hubiera cambio de accionista­s aunque sí de la conducción profesiona­l de la empresa.

Finalmente, hay que ayudar a los ciudadanos a distinguir entre las empresas cuyo único cliente es el Estado, las que dieron origen a la expresión “patria contratist­a”, y otras, como Techint, donde el mercado es un gran cliente, u otras que exportan y actúan en varios países, como Impsa. No es lo mismo una empresa de servicios públicos privatizad­a y regulada por el Estado, como YPF, que todas las de energía o las dos telefónica­s cuando eran básicament­e hogareñas, o los supermerca­dos y automotric­es a los que Moreno podía afectar pero no destruir.

Las empresas nacionales son un patrimonio para sus países y, aunque su sola superviven­cia no justifique que deban ser subvencion­adas ni minimizar la mala praxis de sus conductore­s, se debe tener en cuenta su valor social.

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