VIVIR EN ESTADO PURO
La mayor ciudad de Nueva Zelanda se construyó sobre 49 volcanes y convierte sus productos rurales en un estandarte mundial. Un museo enaltece el pasado maorí y la isla Waiheke es un refugio de argentinos.
Si todos los caminos llevan a Roma, en Auckland, la mayor ciudad de Nueva Zelanda, todas las vías modernas conducen a Britomart, la nueva zona cool que puso en valor el puerto enlazándolo como un segundo escalón de interés turístico, contiguo al Central Business District (CBD). Aquí hay de todo: desde gimnasios que estimulan el yoga masculino hasta un portentoso local de 430 m2 de la joyería Tiffany (33 Galway St.), en la que un póster de Audrey Hepburn compite con los brillos dorados que irradian las vitrinas, y el personal, con guantes de cuero, enseña a los visitantes inmensos diamantes de NZ$ 5 mil. Además de piedras preciosas, el ex barrio portuario quiere imponerse como zona de vanguardia. Allí tienen sus locales diseñadores kiwis como Trelise Cooper, Kathryn Wilson y Karen Walker, que se hicieron su buen nombre fabricando prendas vintagecool, zapatos y ropa para usar de día, respectivamente. En Britomart, la gastronomía reina y hace honor a una constante en todo el país: las producciones estacionales, de la huerta a la mesa. Dos clásicos son las ostras Kaipara (NZ$ 4) o el cordero asado ( NZ$ 34). Las opciones son varias (One Tree Grill, Amano, Ortolana, etc.) y casi todas ellas brindan una vista soberbia de la escollera Queens Wharf, un embarcadero de alto tránsito (se dice que uno de cada cuatro habitantes de Auckland tiene barco) que lo único que logra es incentivar el irresistible deseo de hacerse a la mar, algo sumamente fácil en esta ciudad que creció mirando el horizonte. De hecho, cualquier día podrá acercarse hasta el muelle 2 de la terminal de ferries Fullers y en 30 minutos arribar a la isla Waiheke, luego de un distendido paseo por el Golfo Hauraki y las islas Rangitoto y Motutapu. Las partidas son cada 30 minutos (www. fullers.co.nz). En la isla podrá contratar un tour guiado de Ananda Tours, que lo llevará a todo lo importante (las distancias requieren un vehículo): probar ostras de la Bahía Te Matuku, degustar vinos en algunas de las 27 bodegas (hay mucho malbec y nada menos que 32% de la producción mundial de syrah) y saborear quesos de campo. Especialmente atractivo resulta Stonyridge, un viñedo manejado por Stephen White, un yoga máster formado en Borgoña y Napa Valley, quien, cada mañana, da dos horas de yoga a su personal. El predio produce el vino rojo más caro de toda Nueva Zelanda (entre NZ$ 315 y NZ$ 700, según el añejamiento). De los 9.500 habitantes de Waiheke, 950 son argentinos. Para cuando los viñedos trillaron el suelo fértil, los hippies ya habían colonizado este edén
virgen y la marihuana era un monocultivo. En los 80 llegó el ferry y todo cambió. La isla bucólica de 19,3 kilómetros de largo y 640 metros de ancho en algunos tramos se transformó en el rancho cool de los kiwis (los nativos neozeandeses), que ahí buscaban su lugar en el mundo. Al atardecer (chequee los horarios de regreso), otro ferry lo devolverá a Auckland desde la Bahía Matiatia. Hacia el oeste del puerto, la zona del Viaducto conecta con otro hito de la estética portuaria, el barrio Wynyard. Los galpones se revitalizaron y nueve restaurantes y bares se aglomeran en North Wharf, que ya cuenta con un tranvía de 1,5 kilómetros de recorrido, plaza y espacios abiertos, donde pasar el día o la noche prematura.
Hacia atrás
Aunque convengamos que su nombre de pila espanta a turistas, el Museo Memorial de Guerra de Auckland es uno de los imperdibles de la niña bonita de Nueva Zelanda. Cerca de la Universidad, el predio conjuga la redondez de un coliseo con la elegancia del emplazamiento sobre una colina, y no está dicho todo ya que es parte de una obra que estará concluida dentro de dos décadas. Sin duda, pasarlo por alto significaría irse de la ciudad habiendo escamoteado el mayor acopio oficial de la cultura maorí, que se compone de un millar de artículos que incluyen enormes edificaciones de templos y viviendas en tamaño real, embarcaciones a vela, máscaras guerreras y ceremoniales, objetos de la vida doméstica como peines, espejos, canastas y cestería de toda índole, collares, prendas de vestir, lanzas y muchos artículos más. Impresionan, por su sencillez y líneas primitivas, las esculturas de bronce o madera y, sobre todo, el material fotográfico de tiempos no tan remotos (años 50 y 60). Todo presentado en forma armoniosa, sin amontonar y con haces de luz
que “escriben” sobre el suelo palabras sugerentes como “subsistencia”. Al irse, cuando cae el sol –que en invierno es a las 17–, una extensa caminata por la explanada da pie para pensar que las sociedades más desarrolladas, aunque jóvenes como Nueva Zelanda, solo han podido realmente crecer reconciliándose con su pasado aborigen. Sin duda, a pesar de las largas décadas de lucha y sangre derramada, británicos y maoríes han fumado la pipa de la paz y unos se enriquecen de los otros. En el mundo de la antropología cultural eso se denomina transculturación y es, incluso, una fase más profunda que el multiculturalismo, el respeto de la cultura ajena, andamio esencial en los países en construcción. La entrada cuesta NZ$ 25 y pagando NZ$ 20 más se puede acceder al espectáculo de las 11 a.m., en el que se interpretan danzas y canciones de la comunidad aborigen. Todos los carteles están en inglés y maorí y el gift shop reproduce obras originales para comprar y regalar. La producción agraria es sumamente importante en Nueva Zelanda. Por eso, una manera original de recorrer Auckland es mediante un tour gastronómico. The Big Foody es una empresa con varias opciones peripatéticas (recorridos por el mercado portuario, desgustaciones, geotours, etc.). Las caminatas y charlas al paso brindan otra mirada y la ocasión de conocer la importancia de la producción láctea en el país, que la miel de Manuka es tan saludable que se utiliza incluso para elaborar vendas sanitarias y que el aceite de Matakana encabeza rankings mundiales, entre otras cosas. Pero todos los laureles se los lleva la heladería Giapo. “Solo hay dos edificios en Auckland donde se hace cola para entrar: uno es Skytower y el otro es Giapo”, asegura Elle, integrante de The Big Foody. Sus dueños, Annarosa y Giapo, son napolitanos. Ella, farmacéutica y él, licenciado en Economía, rompieron la fórmula y quisieron hacer algo desconocido. Así surgieron helados de leche de búfalo, combinados con papas fritas especiales o incluso tomate. Un festival para todos los sentidos que corrobora la venta de 14 mil helados por día, en verano.Si aún restan tiempo y energías, solo mide 16 kilómetros el Sendero de la Costa, uno de los nueve paseos extra large que ofrece la Isla Norte, con paisajes escénicos para caminantes empedernidos. Esa ruta costera recorre la cintura del istmo de Auckland, desde el Puerto de Waitemata hasta el Puerto Manukau. El trayecto enlaza varios parques naturales y hay un pico moderado que merecería un ascenso si se aceptan todos los desafíos: por ejemplo el Monte Eden (195 m). Antes de respirar hondo y echar un ojo al Mar de Tasmania, comprobará cuán imponente es Auckland, que asoma la cabeza sobre 49 volcanes del Pacífico, y sentirá un escalofrío.
*Desde Auckland.
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