Una película que fascina por los
Inés de Oliveira Cézar decide tomar una versión del detrás de escena de la obra La terquedad, de Rafael Spregelburd, para crear un relato que, como suele caracterizarla, juega con mitos (aquí el de la representación), con figuras (aquí las de la obra) y la forma en que su presencia, o su forma de existir destilados, crea tonos y cambios en la naturaleza. Aquí obra y película se cortejan, se observan y van y vienen, creando un entretejido de evocaciones, de belleza, de tensión real y palpable, de impulsos y recelos.
Ese recorrido lo hace Abril (María Figueras), quien se encuentra en un estado de distorsión. Su cuerpo parece sufrir problemas de salud y, al mismo tiempo, su vida sentimental parece distorsionada, en crisis precisamente por ausencia de una identidad. Entonces, Abril decide alejarse, viajar. Y, como siempre en Inés de Oliveira Cézar, casi con potencia impresionista, ahí en la naturaleza, en el cruce de los sentimientos y el mundo, es donde su cine sabe dar sus mejores y más libres, más excepcionales, pasos.
Será en ese viaje donde Abril y la película jueguen a cambiar de identidad, a moverse sin dejar huella. Y ahí es donde aparecen sus mejores momentos, donde De Oliveira Cézar mira como casi nunca en su obra: absorbiendo toda la potencia que su cine y sus ganas de expandirse en el mundo (aquí la ficción de la obra y la realidad del cine, la ficción de la identidad y la realidad de lo que vemos en pantalla) poseen y traduciéndolas en imágenes sentidas, fascinantes, poderosas.