Marionetas no aptas para menores de 18
LJUAN MANUEL DOMÍNGUEZ as marionetas definen en Estados Unidos cientos de miles de infancias. No es una exageración: desde Plaza Sésamo a Los Muppets, sobre todo por el ánimo didáctico del primero, las marionetas, los puppets, son leídos como algo cálido, producto de un grupo de artistas (liderado por Jim Henson) que marcó determinadas intenciones y ambiciones cada vez más extintas a la hora de productos mainstream infantiles y no tanto. ¿Quién mató a los pu
ppets? está dirigida por Brian Henson, hijo de Jim, fallecido en los años 90. El tic porteñopsicoanalizado puede hablar de rebeldía y de mostrar aquello que no vemos hacer a Miss Piggy y demás Muppets. Pero Brian Henson ha mantenido en pie el imperio Henson por décadas, y hasta ha dirigido algunas películas y shows de Los Muppets (no la última encarnación en televisión ni en el cine).
Brian se crió entre marionetas, por ende, su idea (basada en un guión surgido hace 16 años) de generar una película con puppets no apta para menores de 18 años es tan solo un eslabón natural en su acercamiento a la comedia. La idea nace en Puppet Up!, show improvisado donde Henson y pandilla se ponían explícitamente gráficos y guarangos
con sus muñecos. Aquí esa idea se traduce a la ¿Quién
mató a Roger Rabbit? en seguir a un detective privado puppet en una Los Angeles noir y donde marionetas y humanos conviven, y eso incluye tensiones raciales, abusivas y de clase. Ese detective (una marioneta conducida por Bill Baretta, parte del cast tradicional de Los Muppets) y su ex compañera, esa bomba nuclear que detona lo ordinario llamada Melissa McCarthy, deben resolver asesinatos de puppets mientras una serie de secuencias que buscan alterar lo ya visto y hecho con marionetas (salvo, claro, ese hito que fue Meet The Feebles!, de Peter Jackson cuando toda- vía adoraba tener mal aliento cinéfilo). ¿Quién mató a los puppets? es una película distinta, única, en un panorama donde la comedia, sea cuál sea su grado de improvisación o de guión refinado, se ha acomodado en moldes antes de, como bien indica su misión primaria, destruirlos. La comedia aquí es salvaje, incluso cuando se tropieza con el género y su narración. No todos los días se ve a una marioneta eyaculando durante 30 segundos. Eso deja en claro lo frígida de nuestra comedia contemporánea. Y que Brian Henson quizás conoce a la perfección qué puede, y qué no, hacer un puppet.