La Bioeconomía y los feedlots
“SI volviera a armar un feedlot de cero no lo haría como el que tengo hoy”, me comentaba esta semana Roberto Guercetti, titular de Conecar, uno de los feedlots que mejor trabaja en la Argentina y que tiene 11.000 animales en los corrales. Básicamente, la crítica que este empresario ganadero se hace hoy se basa en su mirada respecto de lo que viene. Y se prepara para ese futuro. De alguna manera el feedlot como lugar de encierre para la producción de carne ha llegado a su techo. “Incluso con los costos de logística y producción los números cierran cada vez más finos. Hay que agregarle actividades”, me decía. Y complementaba su visión pensando que los nuevos feedlots se arman “ad hoc” como consecuencia de las planta de etanol, por ejemplo. Teniendo disponible el subproducto de las plantas -la burlanda- luego de obtener el biocombustible, la consecuencia lógica es que haya cerca corrales para transformar en carne ese subproducto de alto valor proteico y energía similar al grano. “A su vez hay que pensar que de las deyecciones y efluentes se puede producir biogás y biofertilizantes. Tenemos que apuntar a la bioeconomía como nuevo concepto de nuestras actividades productivas”. Estas ideas que provienen del ámbito privado potencian los negocios y permiten proyectar nuevas expectativas. Porque cla ra mente si estos procesos de la bioeconomía son auditados y certificados se puede contar con sellos calidad y etiquetados que permitan pensar en mercados que paguen más por nuestros productos. Por caso, por cada kilo de carne Wagyu se pueden pagar 100 euros, al tiempo que un kilo de carne argentina se paga 8. Guercetti se ilusiona. “Eso es marketing. Hay que trabajar para capturar más valor. Y la bioecnonomía nos brinda una gran ayuda.
“Los feedlots como lugares de producción sólo de carne llegaron a un techo”.