De secretos y miserabilidades humanas
Un melodrama rural con intensas pinceladas costumbristas, ambientado en la España profunda, de viñedos y familias numerosas que esconden demasiados secretos, es lo que propone el director iraní –dos veces ganador del Oscar– con esta pieza que atrapa y mantiene en vilo al espectador.
Y lo hace porque toma un tema de nuestro tiempo: el secuestro de una niña casi adolescente, traviesa, inquieta y arriesgada, que una noche que se corta la luz brevemente en el pueblo, en medio de los festejos de una boda, desaparece.
Este es el matiz principal de una historia que ventila innumerables secretos y también sentimientos que no siempre parecen sinceros, y esconden tanto sed de venganza como insatisfacción por esa vida cuya cotidianidad tiene por escenario el campo, el trabajo en la tierra y los viñedos.
Asghar Farhadi demostró en El viajante y La separación, o en A propósito de Elly, que sabe hurgar en personajes cuyas vidas han sido marcadas por contextos familiares, en su mayoría, lideradas por un patriarcado sobre el que giran las tradiciones y la moral. Acá se mueve muy bien sobre un entramado de situaciones que, como una espiral, evoluciona desde lo superficial al drama intimista y hasta social. Porque a partir del secuestro se destapan conflictos que tienen que ver con la venta de las tierras, la superficial aceptación entre yernos y nueras o el rencor de viejos amores que nunca perdonaron el abandono.
El realizador sabe muy bien cómo ir despertando en el espectador una emocionalidad contenida, que a veces desorienta un poco, o transmitir una sensación de rechazo. Lo cierto es que, sin darse cuenta, el público termina casi hechizado por estos personajes y su drama, que por instantes parecen abusar de lo lacrimó- geno, o de una inexplicable indiferencia por parte de algunos miembros de esa familia, que no esconden egoísmos ni necesidad de venganza.
Si bien lógicamente se destacan las muy cómodas actuaciones de una Penélope Cruz, que aborda muy bien el dolor y el llanto, o un Javier Bardem tan bonachón y divertido como reacio a las palabras cuando se lo humilla, junto a un Ricardo Darín más introvertido, pero eficaz, acá también hay que observar a los protagonistas secundarios, avales de una historia de matices tan humanos como de inevitable identificación con el que la observa.