Perfil (Sabado)

Por qué sigo vivo

- SEBASTIÁN WAINRAICH*

Una vez que subo al escenario, ya está: soy pleno, feliz, entiendo por qué sigo vivo. Pero cuando manejo mi auto hacia el teatro o cuando espero en el camarín o cuando me visto en el camarín o cuando estoy en las patas del escenario a punto de empezar la función, pienso que no voy a poder. No, no me va a dar el cuerpo, el corazón y el alma para estar arriba del escenario una hora y veinte. Pero una vez que subo, ya está. Si tenía ganas de ir al baño, arriba del escenario se pasan. Si me dolía la cabeza, arriba del escenario se me pasa. Si una angustia me atravesó esa semana hasta dejarme sin aire, arriba del escenario de algún modo la voy a resolver. En el escenario soy pleno, feliz y entiendo por qué sigo vivo. Pero antes hay algo en el pecho que se traba, las piernas me pesan como dos macetas, la incertidum­bre me deprime y miles de preguntas que me hago no consiguen respuesta:

¿Para qué hago esto? ¿Por qué? ¿Cuándo se me ocurrió hacer un unipersona­l? ¿Qué carajo le pasa a mi autoestima que me arrastra a hacer un unipersona­l? Tengo apenas dos teorías:

1. Tengo una autoestima enorme y necesito que todos me miren mientras hago mis monólogos de civil y mis cuatro personajes.

2. Tengo una autoestima arruinada y necesito que me quieran.

Pero una vez que subo al escenario me olvido de la autoestima y entiendo que acá hay deseo y necesidad de hacer este unipersona­l. Hago lo que deseo y necesito. Por eso soy feliz ahí arriba. Juego como un niño, como cuando yo era un niño y me encerraba solo a jugar en mi pieza. (Digo pieza. No cuarto, no habitación, no dormitorio. Pieza) Ahora juego en el escenario, me olvido del público y hablo de si conviene ser sincero o no, del paso del tiempo y mi cuerpo, de los absurdos códigos del fútbol. Entonces me transformo en un barrabrava que cree que se adaptó a la sociedad y después vuelvo a ser yo y hablo de cómo me jugaba mi papá y cómo le juego a mi hijo y más tarde me transformo en una mujer y es como si estuviera solo y me olvido del público. Pero de repente llegan las carcajadas y es un abrazo que justifica todo. Me siento en mi banco y me río de los lugares comunes que me decían en el velorio de mi hermano y un silencio pesado se mezcla con algunas risas nerviosas y entiendo por qué necesito estar ahí. ¿Risas por una muerte que causó tanto dolor? ¿Hay límites en el humor? No. Sí. ¿Por qué me río de algunas tragedias y de otras no? ¿Por qué hago chistes con el nazismo pero no con la dictadura? ¿Y con las mujeres? Ya no es gracioso la jabru, mi jermu, mi señora, mi suegra, mi mujer me rompe las bolas. Se puede decir pero ya no es gracioso. Qué miedo ser solemne y baja línea en una show de humor. Escapo de ahí y hablo de nosotros los varones y la ola feminista. ¿Qué hacemos? ¿Qué pensamos? ¿Tenemos miedo? Doy ejemplos que no los quiero decir acá porque fuera del contexto teatro no funcionan. Pero los doy en el escenario y las risas de mujeres y varones me hacen sentir que todo va a estar bien. Y en el saludo final me quedaría mil días pero a la vez me voy rápido, ¿porque quién me creo que soy? El tercer acto es en el camarín. Si algún amigo o colega vino a ver la función y no pasa por el camarín a saludarme considero que vivió una noche espantosa, no sabe cómo decírmelo y prefiere evitar el encuentro. Hay otros que sí se acercan al camarín y me dicen cosas:

—Por Dios, lo que me reí. Hacía rato no me reía así.

Pienso que esa frase no significa nada. Ni me aclara cuánto es un rato y por qué se rió tanto la última vez. En definitiva, no se lleva nada de acá. Yo creía que era una obra con distintos climas y con reflexión. Se ve que no. Otro:

—Me sorprendió la obra, me reí pero me gustó que te metas con temas profundos y que le escapes al chiste fácil.

Le pareció un bodrio. Nada le causó gracia y me dice esto de compromiso. Otro:

—Me encantaron los personajes. No sabía que actuabas.

Cuando estoy de civil no le gusta, le parece que siempre hago y digo lo mismo. Es lógico, a mí como espectador me parecería lo mismo. Otro:

—Me gustó todo pero la verdad es cuando hacés de vos sigue siendo lo mejor.

Le aburren los personajes. Escribí, ensayé y hago cuatro personajes pero no los pudo apreciar. Es culpa mía que no supe llegarle.

Una noche, después de la función, me llegó una carta. Una espectador­a que se había ido antes del final. No le gustó la parte que hablo de Dios y que bailo, canto y le dedico una canción. Eso decía en la carta. Que ella era creyente y que se sintió burlada y ofendida. Que me escuchaba en la radio y que sabía que yo no lo hacía para burlarme de ella pero ella se sintió burlada y ofendida. En tiempos de tanto enojo e indignació­n, me gustó que ella mostrara su descontent­o con respeto y cariño. Enseguida decidí que yo tenía razón y que ella estaba equivocada. Al rato dije que nadie tenía razón y nadie estaba equivocado. En la semana me pregunté para qué me metía en esos temas si la gente solo quiere reír. Pensé que en la parte de Dios se ríen un montón. Y entendí que otros podían ofenderse y enojarse. ¿Quiero yo enojar y ofender? ¿Quiero solo hacer reír? ¿Qué quiero? ¿Sé lo que quiero? Me hice tantas preguntas toda la semana que llegué cansado al teatro, casi sin fuerzas y sin ganas de hacer la función. Cuando estaba en las patas del escenario para arrancar supe que no iba a poder y que esa noche más espectador­es se iban a enojar y a escribirme cartas para que yo lo supiera. Pero una vez que aparecí en el escenario fui pleno, feliz y entendí por qué sigo vivo. *Conductor, humorista y actor. Presenta su unipersona­l Frágil en el teatro Maipo.

 ?? FOTOS: GZA. MAIPO ?? NO TAN SOLO. Sebastián Wainraich junto al equipo que le permite llevar adelante Frágil en el escenario del Maipo. El humorista confiesa que se siente pleno y feliz en el ámbito teatral.
FOTOS: GZA. MAIPO NO TAN SOLO. Sebastián Wainraich junto al equipo que le permite llevar adelante Frágil en el escenario del Maipo. El humorista confiesa que se siente pleno y feliz en el ámbito teatral.
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