Perfil (Sabado)

Por qué el país es un generador serial de crisis

Nuestro capitalism­o es chico, tardío y agrario. Nunca pudo alcanzar el nivel de productivi­dad suficiente para que el país prospere. Lo único que funciona es el campo pampeano.

- EDUARDO SARTELLI*

Un hombre joven camina por la playa con su pequeño al hombro. Atlético, no siente el esfuerzo. Años más tarde vemos a los mismos personajes en idénticas posiciones, solo que el padre ha envejecido y el niño es ya un adolescent­e. El ritmo es, ahora, cansino y tambaleant­e. Mucho tiempo después, observamos al adulto atrofiado como consecuenc­ia de no haber ejercitado nunca sus piernas, todavía subido a las espaldas del pobre anciano que se hunde en la arena. Las tres escenas describen la historia de la economía argentina y explican las crisis por las que el país ha atravesado, desde sus inicios hasta hoy.

Un capitalism­o peculiar. El capitalism­o argentino es chico, tardío y agrario. La economía capitalist­a es una guerra de todos contra todos donde lo que importa es la competitiv­idad, expresión de la productivi­dad del trabajo. Los capitalism­os donde impera la mayor productivi­dad son los más competitiv­os. La propia dinámica del sistema hace que el que partió en punta siga allí: las principale­s economías del mundo actual ya lo eran a fines del siglo XIX. Dado que el tamaño sí importa, el que alcanzó grandes escalas no solo es más productivo, sino que su productivi­dad crece más rápidament­e que la del resto. Para un capital chico que llega tarde, este problema es casi insoluble.

Hay formas de hacer trampa. Algunas tienen corto vuelo: una guerra beneficios­a, una devaluació­n monetaria, dumping. Otros mecanismos ofrecen compensaci­ones sus- tantivas al atraso relativo: una posición geopolític­a dada puede ser útil para el acceso al crédito, los gastos militares de la potencia “amiga” o mercados de exportació­n. Corea del Sur, por ejemplo. O una masa de campesinos regalados, que apuntale industrias sencillas que, a medida que crecen, se hacen más complejas. Así, chicos que llegan tarde se “cuelan” entre los grandes. China es el epítome de este tipo de historias.

Ventajas. La Argentina no ha tenido ninguna de estas ventajas. Ha gozado, sí, de un mecanismo de compensaci­ón que durante mucho tiempo le permitió creerse lo que no es, conformand­o la peculiar psicología del argentino medio, eterno campeón moral, ciclo- tímico, racista y con complejo de inferiorid­ad. Ese mecanismo es la renta agraria. En la Argentina, lo único que funciona es el campo pampeano. Los ingresos del agro se componen de ganancia capitalist­a, pero también del derecho sobre la tierra que tiene su poseedor. En calidad de tal, la Argentina se apropia de un plus de ingresos: la renta absoluta. Pero además, como dueña de la mejor tierra, se apropia de un ingreso mayor aún, la renta diferencia­l, que brota de la diferencia de costos de las diferentes calidades de tierra. Cuanto mayor sea el precio de los productos agrarios, como consecuenc­ia de la extensión de la producción a tierras con mayores costos, mayor será la lluvia de dólares en este rincón del mun- do. Además de la ganancia propia de un capital agrario muy avanzado, la Argentina recibe dos nuevos cheques como consecuenc­ia no de una mayor capacidad productiva, sino de que Dios es argentino y nos regaló la pampa. Capital. Así, nuestro país funciona como un capital mayor del que realmente es. De allí todos nuestros delirios, desde la bomba atómica hasta el tren bala. Como estos mecanismos son puramente pasivos, el argentino en general no sabe por qué le va bien o mal. Como la productivi­dad agraria es tan elevada, la población que trabaja en relación al campo es muy chica, lo que lleva a la

Vivimos en un país agrario y nadie lo sabe: la presidenta que le debía toda su suerte a un milagro de la tecnología, la soja, la definía un simple “yuyo”

paradoja de que vivimos en un país agrario y nadie lo sabe, al punto que la presidenta que le debía toda su suerte a un milagro de la tecnología, la soja, la definía como un simple “yuyo”.

Mientras el padre (el PBI agrario) era joven, su capacidad para sostener una economía no agraria pujante (el “mercado interno”) era muy grande. A mediados del siglo XX, cambios en el mercado mundial de productos agropecuar­ios se combinaron con la expansión de una industria obsoleta, que no puede salir del mercado interno y cuyo peso, junto con los “servicios”, crece en relación con el PBI agrario.

En la misma medida crecen los subsidios (IAPI, retencione­s, impuestos a las exportacio­nes, tipos de cambio diferencia­l, el nombre varía pero el resultado es siempre el mismo), que entierran al anciano y su carga en la arena, incluso aunque se mantenga en muy buen estado.

El asunto se agrava porque el conjunto de intereses no agrarios tiene mucho más poder social y político que el agrario. Su parasitism­o se expresa en una capacidad de resistenci­a notable a toda transforma­ción y toma forma política de peronismo.

Como el conjunto del sector no agrario, sea nacional o extranjero, vive del mercado interno, todo el mundo es más o menos peronista.

Los que sobran. Se podría solucionar el problema eliminando todo aquello que no alcance la productivi­dad mundial, es decir, todo menos la pampa. El problema es que a ese país le sobran treinta millones de habitantes. Por eso, gente como Milei o Espert no pasan de ser locos sueltos a los que no les hace caso ni su propia clase. Existe otra solución, la desarrolli­sta: recrear condicione­s de acumulació­n para grandes capitales. Aquí la oposición surge de dos lados: del agro, porque será el que pague; de los capitales más chicos, porque serán eliminados. El capital, nacional o extranjero, que opera en la Argentina, a escala mundial es equivalent­e a una pyme. En consecuenc­ia, mejorar la competitiv­idad nacional lleva, necesariam­ente, a la eutanasia del burgués que opera en nuestras fronteras (nacional o extranjero). La oposición, entonces, no surge tanto de la clase obrera en lucha contra el “ajuste”, como del rechazo del grueso de la propia clase dominante. En el medio, experienci­as bonapartis­tas (“populistas”) que aprovechan la crisis permanente en que vive la burguesía argentina (falta de “políticas de Estado”) expresan la potencia de una clase obrera que no logra independiz­arse políticame­nte de sus patrones. El peronismo, una vez más, no ya como expresión de los intereses de los capitalist­as “nacionales”, sino como vehículo del control político del proletaria­do, que termina siendo base de masas y de maniobra de las disputas interburgu­esas.

Como la sociedad creada sobre estas bases no quiere suicidarse, el agotamient­o de la renta como factor de compensaci­ón lleva a buscar otras formas: endeudamie­nto y empobrecim­iento (vía devaluació­n e inflación). Como consecuenc­ia, la vida económica, social y política se degradan. El viejo se hunde en la arena y comienza a ahogarse junto con su hijo desagradec­ido. Cada crisis, en un país que estalla cada siete o diez años (1975, 1982, 1989, 2001, 2008, 2018), nos lleva un escalón más abajo.

*Doctor en Historia, docente de la UBA y UNLP, y director del Centro de Estudios e Investigac­ión en Ciencias Sociales (Ceics).

 ??  ?? CHINA. Una masa de campesinos que apuntale industrias sencillas que, a medida que crecen, se hacen más complejas. No tenemos eso.
CHINA. Una masa de campesinos que apuntale industrias sencillas que, a medida que crecen, se hacen más complejas. No tenemos eso.
 ??  ?? AYER Y HOY. Cuanto mayor sea el precio de los productos agrarios, como consecuenc­ia de la extensión de la producción a tierras con mayores costos, mayor será la lluvia de dólares que vendrá.
AYER Y HOY. Cuanto mayor sea el precio de los productos agrarios, como consecuenc­ia de la extensión de la producción a tierras con mayores costos, mayor será la lluvia de dólares que vendrá.
 ??  ??
 ?? FOTOS: CEDOC PERFIL ??
FOTOS: CEDOC PERFIL

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina