Perfil (Sabado)

Guerra eterna

- RAFAEL SPREGELBUR­D

Lola Arias no solo logró reestrenar esta semana su obra

Campo minado en el sitio central que se merece, el San Martín, sino que además trajo la película Teatro de guerra, suerte de transcripc­ión al cine, simultánea pero libérrima. Ambos objetos son diferentes aunque el tema y sus protagonis­tas sean los mismos. Lola construyó estas piezas explosivas a partir de la convivenci­a, la fricción, el malentendi­do, la amistad y el pavor de tres veteranos de Malvinas con tres veteranos de Falklands. Argentinos e ingleses son enfrentado­s con una versión opuesta y simétrica de la mayor experienci­a traumática que les ha tocado vivir en este planeta. En el material –lo describí alguna vez– late un pulso de dimensione­s mitológica­s.

La película magnetizó en el Bafici. ¿Por qué ordenar el material en dos lenguajes diferentes, cine y teatro? Lola parece explicitar con espíritu tarkovskia­no que filmar es siempre esculpir en el tiempo. Como un recuento poético de confesione­s, errores, castings, strippers, omisiones, el montaje está lejos de encajar en el rubro documental; es más bien una performanc­e donde el tiempo es el protagonis­ta.

Una operación ejemplar hecha de tiempo: estos veteranos, envejecido­s sobre una herida abierta, escenifica­n una situación real ocurrida en la trinchera. Primero muestran cómo fue y cómo se representa, y luego dejan sus lugares a seis actores jóvenes que los imitan, los reemplazan, los desplazan, los liberan. Solo para tomar distancia y ver la escena en la que ellos ya no están. Yo ya lo decidí: esta última secuencia me rondará toda la vida.

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