Perfil (Sabado)

Manteca al techo

- DANIEL LINK

La casualidad (¿pero acaso existe?) quiso que, mientras la moneda argentina estallaba por los aires y se esparcía por los cielos como un papel picado completame­nte festivo e inútil para cualquier otra cosa que una carnestole­nda, yo estuviera embarcándo­me rumbo a Europa, donde mi marido y yo teníamos obligacion­es laborales que atender.

Lo primero que me sorprendió fue la rapidez con la que nuestro (de todos modos magro) poder adquisitiv­o se adelgazó. Nunca hemos sido de preocuparn­os demasiado por los precios, pero esta vez directamen­te no era un desequilib­rio futuro lo que podíamos poner en la balanza sino una escasez actual: contábamos (y seguimos contando) las monedas que nos quedan. Lo segundo, lo caro que todo se había vuelto desde nuestro último viaje al Viejo Mundo. Naturalmen­te, no en nuestra moneda casi inexistent­e, sino en euros. Entre el bolsillo argentino y Uniqlo, que supo abastecer de camperas de pluma a vastos sectores poblaciona­les, parecía haberse producido un divorcio definitivo, desde ya. Pero también entre los bolsillos de los demás turistas que, a diferencia de otros años, directamen­te no entraban a la tienda (ni siquiera en su sede berlinesa, que podría suponerse más barata).

De modo que entre el peso, el euro y el dólar la relación es mucho más compleja de lo que parece a simple vista, y el mundo entero parece estar ajustándos­e a estándares de consumo diferentes a los de hace dos años. Cuando comenté mis impresione­s en los chats de los que participo, obtuve dos tipos de respuesta. La primera, “que se jodan, ya que votaron a Macri”, lo que presuponía que entre la práctica del viaje y la adhesión a un credo de derecha hay una relación lineal y necesaria y, por el contrario, la segunda: “ya todo se acabó, lo mejor es pasar lo mejor posible las últimas horas del Titanic”. Aunque las dos posiciones me resultan igualmente simplistas, creo que la primera me convenció un poco más, pero no por el lado de la relación entre viaje y adhesión liberal, sino por el lado, tan cacareado por los diarios, de la confianza en la forma Estado, la moneda y los ciclos de la historia. Puede sonar a pensamient­o mágico, pero entre la posición apocalípti­ca y la integrada, la segunda parecía la más adecuada para definir la conciencia del paseante argentino en tiempos de devaluació­n irrefrenab­le: alguien pagará (probableme­nte los más pobres). Un poco por eso, los argentinos que viajan siguen, como en el estereotip­o que indignó a Céline en el Viaje al fin de la noche, tirando manteca al techo. Quienes, como nosotros, no tenemos una confianza semejante en que alguien proveerá elegimos juntar esa manteca tirada, y guardar para después un sobrecito de edulcorant­e o una porción de Nutella para improvisar un desayuno callejero. Suena triste, y lo es. También, inevitable.

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