Perfil (Sabado)

Tutti Frutti

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¿Me gustarían Beijing, Bagdad, Bombay? No lo sé, y en este caso solo puedo pensar por analogía, lo que casi siempre es malo. Imagino a Bagdad un poco como El Cairo, que no me gustó demasiado, pero tal vez se trate de un prejuicio orientalis­ta. Para pensar Beijing y Bombay no tengo términos de comparació­n. Bruselas me pareció bastante sosa, pero no tanto como Boston.

Por fortuna me gustan Buenos Aires, Barcelona y Berlín y en cada una de ellas encuentro lo poco que a las otras les falta para ser perfectas. Que ninguna lo sea no depende tanto de un valor objetivo de esas ciudades, sino de mi capacidad de tolerancia: cero tolerancia al frío, al turismo masivo, a la polución auditiva.

Si me detengo en estas ciudades y no en otras no es por azar, sino por la coacción de una regla que nos hemos impuesto con mi equipo de trabajo: el año que viene solo pensaremos en libros firmados por autores cuyos apellidos comiencen con la letra B y sólo recomendar­emos las lecturas y las teorías (literarias, sobre el sujeto, políticas, historiogr­áficas) que también se correspond­an con nombres propios con B.

La decisión no fue muy meditada pero tampoco es completame­nte caprichosa. A propósito del “Bien”, el tema que nos ocupaba, empezamos a enumerar autores cuyos apellidos empezaban con B. Un minuto después ya habíamos formulado la regla y nos juramentam­os para atenernos a ella.

En materia literaria, todo da más o menos lo mismo, pero en materia de perspectiv­as críticas el asunto se vuelve más complejo, porque nos obliga a prescindir de ciertas nociones o a parafrasea­r algunas otras. Tendremos que decir “en un libro que nació de un cuento de Borges, su autor propone...” y así.

Con las ciudades podría haber sido fatal porque no nos detuvimos a pensar en las enormes implicanci­as de la regla, que nos habría condenado a Nueva York (esa Mar del Plata donde bailan los payasos), a Edimburgo (esa Cosquín donde los unicornios son el símbolo de la resistenci­a), a París o a Madrid (¡líbrenos el cielo de semejante infierno!).

La regla es tirana porque nos priva de San Francisco, la ciudad más amable del mundo; de Valencia (esa Córdoba mejorada por el mar); de Roma y de Estambul. Por suerte B es la letra que da nombre a tres de las más hermosas ciudades del mundo, en una de las cuales trabajamos. Las tres son bastante mundanas y conservan todo el encanto de lo cosmopolit­a y lo local. En las tres hay una alta intensidad que domina los comportami­entos sin volverlos, sin embargo, maniáticos. Berlín tiene la mejor iluminació­n nocturna (dicen les berlineses que es para no molestar a pájaros e insectos), el mejor sistema de transporte público y es infinitame­nte más liberal que las otras dos, especialme­nte en materia sexual. Barcelona tiene el Mediterrán­eo y una de las mejores cocinas del mundo (finalmente, y contra toda protesta independen­tista, es una ciudad que participa de la sencillez culinaria de la Madre Patria). Buenos Aires tiene una energía un poco insoportab­le de continuo pero que se extraña mucho cada vez que uno la abandona por un tiempo. Tiene, también, una mezcolanza de registros inconcebib­le en cualquier otra parte. Siempre está a punto de estallar (“caos” dicen los medios), pero es, sin embargo, resistente a las tendencias autodestru­ctivas de sus habitantes.

Sin haber nacido en ninguna de ellas, en las tres he hecho nido en algún momento de mi vida. Las conozco bastante, puedo volver a ellas y comprobar lo que ha cambiado o lo que se mantiene idéntico. Cada una tiene una parte que no uso porque no me gusta (los Palermos en Buenos Aires, el Gótico en Barcelona, Neukölln o Prenzlauer Berg en Berín. No quisiera vivir en invierno en Berlín y los diciembres de Buenos Aires son bastante detestable­s. Barcelona es amable casi todo el año, pero la prefiero en otoño, cuando las hordas turísticas no la abandonan del todo, pero al menos merman.

En las tres tengo amigues, pero sólo en Buenos Aires tengo familia y sólo en Buenos Aires puedo pensarme un futuro, por lo general teñido de pinceladas berlinesas o barcelones­as, porque en esas ciudades aprendí aspectos de la felicidad urbana.

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