Un ícono del terror enfrenta su pasado
Michael Myers vuelve. También vuelven los sonidos e ideas con las que John Carpenter lo convirtió en el perfecto cierre al terror de autor de los años 70: una sombra moral que mezclaba a un psicópata con una fuerza de la naturaleza. Un terror de los suburbios que cortaba, literalmente, libertades sexuales hormonales. No fue Myers el primer slasher, pero sí fue quien permitió la moda en escala industrial de cucos morales de los años 80 que fueron regurgitados una y otra vez por el cine, y que además, fueron convertidos en juguete de Comic Con recientemente. El director David Gordon Green decide en la nueva Halloween ignorar esas pésimas/medianas/algunas que otras decentes secuelas (incluso la que ya incluía el regreso de Jamie Lee Curtis como scream queen con actitud). Todo aquí implica saludar al original con devoción, con sonrisa, con distancia y entendiendo donde puede y donde no morder hoy esta forma de terror basada en un gigantón con una máscara del Capitán Kirk degradada que anda a los cuchillazos gore.
Lo que antes era jugar y ro- zar sin querer queriendo a la sociedad y sus miedos (sexuales, de clase, de género) mientras se generaba una perfecta máquina de suspenso es ahora un sentido modo de leer el cine de terror de Carpenter y la vida de la criatura y su víctima (Jamie Lee Curtis, destruyendo ese mote como un perro destruye un hueso: hasta el tuétano). Halloween 2018 muestra a sus habitantes décadas después, con estrés, con furia y ambos lados de la máscara (Myers y el personaje de Curtis) listos para la venganza. Sabe reírse, pero también sabe crear por partes iguales una criatura que destruye el cine que sale miles de millones y deja que Curtis genere una revolución tan solo por ser Curtis. Hay guiños puntuales, poderosas inversiones de roles respecto del original y se siente, en cada rincón del guión y cada idea visual de las imágenes, un cariño genuino por el cine que cala hasta los huesos. Y que tiene con no ser mero gesto de nostalgia.