Con texto del gran Pablo Picasso en La Boca
El espacio escénico y el texto teatral son de por sí convocantes. Querida Elena es una antigua casa en La Boca, cuyo propietario, el artista plástico –artista múltiple– Eduardo Spíndola convirtió, desde 2006, en museo, en sala teatral, en una obra de arte en sí misma. Allí se realizan las funciones de El deseo
atrapado por la cola. Se trata de una pieza escrita en 1941 por el pintor español Pablo Picasso, leída públicamente por primera vez en 1944 en París, bajo dirección de Albert Camus, con participaciones de la talla de Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre; el estreno escénico mundial fue por primera vez en 1967 en SaintTropez.
Sobre esta atractiva plataforma, la concreción del espectáculo en su versión porteña, bajo la dirección de Ramiro García Zacarías, logra, además, buenas interpretaciones en todo el elenco, ritmo escénico, aprovechamiento del espacio. Estos logros son fundamentales para tejer una red que contenga al espectador, que se enfrenta a un texto marcado por una estética surrealista: la lógica es más poética que narrativa o teatral. Las palabras circulan, se asocian, producen juegos sonoros –la traducción del francés al español los mantiene–: “Temor de los cambios de humor del amor”. Se construye una estructura en la que, voluntariamente, no se delinea un argumento con situación inicial, conflicto y resolución. Sin embargo, el punto de partida, que se escenifica en una de las habitaciones de Querida Elena, deja en claro que los personajes se encuentran en un hotel. Comparten una estética clown y el hecho de que “todos le debemos al fisco” y, especialmente, una experiencia vital intensa: tanto en los placeres –de la comida, de la bebida, del sexo– como en los sufrimientos: uno de los personajes lanza la hipérbole: “Hambre de lobo y sed de océano tengo”; otro se incendia verbalmente: “Estoy soñando fuego mientras tengo litros de kerosene”.
Entre los personajes que se buscan, se provocan, aparecen por las ventanas, se esconden en un subsuelo, saltan sobre una cama elástica están el Patón, la Tarta, la Cebolla, los Dos Perritos… Entre ellos, suenan instrumentos como una melódica, un violín, que ejecutan fragmentos de Sobre el puente de Avignon. En medio de ese caos lúdico, el peligro viene del afuera, un mundo que remite al ascenso del nazismo en París. Aterran las sirenas y los ruidos de armas. Entonces, los personajes alcanzan a proponer, cual De
camerón: “Cerremos con doble llave las casas destruidas por los hombres y abracémonos sin juzgar, sin saber los nombres”.