DONDE NACIO
El río Sena tiene dos islas naturales, Saint-Louis y La Cité, en donde los historiadores creen que nació la capital de Francia, Allí hay plazas más antiguas que la Revolución, paseos costeros que son Patrimonio de la Humanidad y sorpresas a cada paso.
París le debe la vida al Sena. La ciudad nació en una de sus islas, L’ île de la Cité (isla de La Ciudad), y ahora este célebre río fluye por debajo de 37 puentes en un recorrido de 12,8 kilómetros. A lo largo de sus bancos de piedra, que en conjunto se consideran Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, es visible cada faceta de la capital francesa. ¿Historia y arquitectura? Desde las torres medievales de la Catedral de Notre Dame hasta el entramado de fierro de la Torre Eiffel del siglo XIX, la ribera del Sena ofrece un sorprendente estudio, que se complementa con las estructuras posmodernas como el Instituto del Mundo Arabe. ¿Arte y diseño? En las sombras del Louvre y el Museo de Orsay, una miríada de museos menos famosos también contienen tesoros de talla mundial. ¿Gastronomía y festividades? Una senda gastronómica que garantiza la satisfacción de epicúreos y hedonistas por igual. Incluso algunas áreas verdes –los jardines de las Tullerías, el Jardín Botánico– se despliegan entre la mole urbana. Además, moverse cerca del río es muy fácil. Basta tomar el autobús ribereño 72, el
bateaux-mouche por el río o solo caminar por los paseos peatonales de la ribera.
Día 1. Al vuelo
Una vista espectacular de París no tiene por qué incluir filas insoportables, boletos que cuestan una fortuna ni visitas a la Torre Eiffel. El Globo de París es un globo cautivo de helio (adultos,
€ 12) que se eleva 137 metros por encima del parque modernista André Citroën, y ofrece una vista imponente de los famosos bulevares y monumentos, incluyendo la torre cercana que construyó Gustave Eiffel. De vuelta al suelo, se puede tomar una copa de vino por € 5 en La Javelle, un conjunto de bares al aire libre alrededor del Sena, intercalados con luces de colores y muebles de segunda mano. Desde el bacalao con la entrada de caldo tailandés hasta el postre de tapioca con leche de coco, los vientos tropicales soplan por toda la cocina de RadioEat. Los altos ventanales con vistas al Sena y el puente Bir Hakeim (conocido por los fanáticos de la película Ultimo
tango en París) satisfacen cualquier antojo, mientras los conciertos en el auditorio ayudan a saciar la sed de música en vivo. Una cena para dos cuesta € 100. El Palacio de Tokio es como una casa de la risa para adultos cultos. Los estetas y los bibliófilos pueden dar
rienda suelta a sus placeres hasta la medianoche en las salas de exhibición repletas de exposiciones de arte contemporáneo (entrada, € 12) y una librería llena de tomos y revistas dedicadas al arte. Nada mejor para disfrutar una bebida que el elegante restaurante Monsieur Bleu o Les Grands Verres, un espacioso restaurante y bar de estilo industrial chic que durante los meses cálidos se extiende hacia un patio con columnas al aire libre (un trago, € 12). Si quiere añadir música para bailar, termine la noche en la discoteca Yoyo.
Día 2. Gratis, al fin
La palabra “gratuit” (“gratis”, en español) casi nunca se escucha en París, hasta que visite el Pequeño Palacio neoclásico. El Palacio conocido también como el Museo de Bellas Artes de la ciudad de París se construyó para la Exposición Universal de 1900 y alberga una amplia (y gratuita) colección de arte europeo, que incluye desde las urnas griegas hasta las escenas religiosas flamencas. Podrá admirar las naturalezas de Cézanne, el romanticismo oscuro de
Gericault y los torsos de Rodin. Los arcos, las columnas, las estatuas clásicas y los mosaicos de escenas faraónicas decoran la enorme terraza al aire libre del Minipalais, el restaurante que se encuentra en el Gran Palacio –un espacio de exposiciones todavía más amplio que el Pequeño Palacio y que también se construyó para la Exposición Universal de 1900–. La comida para dos allí cuesta alrededor de € 100. Con museos inmensos y famosos como el Louvre y el Museo de Orsay que está casi al lado, el museo más pequeño y discreto de la Orangerie corre el riesgo de pasar inadvertido. No obstante, las dimensiones más modestas de este antiguo invernadero del siglo XIX se compensan con la potencia artística concentrada. Las atracciones más famosas son las pinturas de nenúfares de Monet, además de la colección de posimpresionismo que es espectacular. Grandes nombres como Henri Rousseau, André Derain y Maurice Utrillo tienen salas aparte, mientras que varias de las figuras más representativas del arte aparecen en varios lienzos: las delgadas damas sentadas de Modigliani; las odaliscas orientales de Matisse y los desnudos melancólicos de Picasso. Entrada, € 9. La principal senda de comercio del Sena llega más allá de los puestos de los buquinistas –vendedores de libros viejos– y atraviesa las islas ricas en historia, la isla de La Ciudad y la isla de San Luis. Pueden recrear su propio Louvre en La Reine Margot, una tienda que más bien parece un museo y que vende arte y objetos de la Grecia clásica, el antiguo Egipto, el Imperio Romano y otros más, así como joyería de inspiración arqueológica de creadores contemporáneos. Luego pueden recrear su propio jardín en el Mercado de las Flores. Abierto desde 1830, es un paraíso de horticultura de orquídeas poco comunes, cactus esculturales, jabones florales, mermeladas de fruta y muchas cosas más. Para terminar, cruce el puente de Saint-Louis y deambule por sus elegantes calles (Charles Baudelaire y los Rothschild vivieron aquí) hasta la Upper Concept Store, una cafetería y tienda de moda dedicada a diseñadores internacionales independientes. La larga fila un poco más adelante en la misma calle es para Berthillon, la heladería favorita de los parisinos. Comer pescado en la ribera del Sena es una actividad obligada, gracias a Le Vent d’Armor, que abrió en 2016. Nicolas Tribet, ex cocinero del palacio presidencial de Francia, dirige el pequeño restaurante, que es un rincón de platos de mariscos perfeccionados. Una cena de tres tiempos para dos personas cuesta unos € 120. Otra lección de vocabulario:
péniche significa barcaza, y en París comúnmente se refiere a los barcos anclados donde los lugareños pasan noches de fiesta amenizadas con música en vivo (en ocasiones) y vino frío (de rigor). Cada una tiene su música, multitudes y vista característica. Desde el restaurante Péniche Marcounet, un estrecho navío de un siglo de antigüedad con toques neoindustriales y una lista de bandas de jazz, se puede ver la isla de San Luis. Durante las noches cálidas, las multitudes burguesas y bohemias se vuelcan sobre las bancas hechizadas de cajas de embalaje a lo largo del muelle y ordenan jarras de chardonnay (€ 12).
Día 3. En el parque
El París urbano se disipa en el Jardín Botánico, una venerable reserva de áreas cubiertas de pasto, árboles altos y senderos, además de las construcciones antiguas y majestuosas. Abundan los trotadores, los que van a almorzar al aire libre y otro tipo de especies exóticas, incluyendo unas 170 diferentes en el zoológico –que supuestamente es el segundo más antiguo del mundo–, así como alrededor de 900 en las “colmenas” y cientos, quizá miles, más en los enormes invernaderos. El más impresionante de estos últimos, construido a la escala de una catedral, envuelve un neblinoso y denso mundo parecido a una selva donde los caminos conducen para ver todo tipo de especímenes africanos, asiáticos y sudamericanos así como estanques y cuevas artificiales. La entrada al invernadero tiene un costo de
€ 7. Para ver por última vez la capital francesa desde lo alto –aunque ahora de manera virtual– se puede ir al Pabellón del Arsenal. El espacio de exposición, dedicado a la arquitectura y la urbanización parisina, cuenta con un mapa digital interactivo de 37 metros donde se puede observar París a vista de pájaro (con tecnología de Google Earth) que captura cada calle y estructura, permitiendo desplazarse, hacer una panorámica, elevarse y acercarse a la ciudad con solo tocar el panel maestro. Luego viaje por la historia de París caminando por la circunferencia de la planta baja, donde las cronologías ilustradas (animadas por pantallas planas y paneles de pantallas táctiles) lo lleva desde el período medieval hasta el día de hoy, en un homenaje a las contribuciones innovadoras de Le Corbusier y otros arquitectos. Y lo mejor… esta institución también es “gratuit”.