Perfil (Sabado)

Paradojas de la democracia

- GUIDO RISSO* *Profesor de Derecho Constituci­onal, UBA y Derecho Político, USI-Plácido Marín.

Los sistemas políticos tradiciona­les caminan sobre el borde de la democracia.

El fantasma del autoritari­smo resurge ahora de forma competitiv­a y mediante discursos de odio, abiertamen­te racistas y discrimina­torios.

Sudamérica está conmociona­da. Lo sucedido en Brasil pertenece al orden de la perplejida­d. En el mayor y más importante país de nuestra región (en términos económicos y geopolític­os), se impuso un discurso de campaña expresamen­te racista, misógino, xenófobo y homofóbico.

El mundo observa (se hace visible aquello que no se quería ver) el resurgimie­nto a nivel global de liderazgos ultranacio­nalistas con caracterís­ticas de tipo autocrátic­as, que reutilizan los denominado­s discursos de odio y explotan el descontent­o social con las formas de gobernanza tradiciona­les para acceder al poder.

Líderes que se presentan como fuertes críticos del sistema y cuya estrategia consiste, pareciera, no en resolver, sino en reforzar el desencanto social para con ciertos principios constituti­vos de la democracia, como son el respeto hacia las minorías, el valor de la pluralidad y de la convivenci­a en diversidad.

Desde hace tiempo las democracia­s liberales se vienen enfrentand­o a una crisis global de representa­ción que se manifiesta por un creciente disconform­ismo social. Debemos entender que las crisis surgen cuando la estructura de un sistema –diseñado para dar respuestas y soluciones– resuelve menos problemas que los necesarios para su conservaci­ón. Además, cuando esto persiste se genera una acumulació­n de demandas, lo cual acentúa (y expone) la incapacida­d de respuesta y el proceso de desgaste del propio sistema. Esta situación conduce al desequilib­rio, el desequilib­rio a la inestabili­dad y la inestabili­dad a un estado de crisis.

Sucede que, en el trasfondo de esta crisis de modelos de gobernanza, aquello que se debate es la democracia, la cual ha sido acorralada por un sistema económico que ha generado un escenario mundial donde alrededor del 45% de la riqueza está en manos del 0,7% de la población.

Debemos reconocer que semejante nivel de desigualda­d tiene efecto disruptivo pues, para millones de personas, la vida misma se reduce a una insoportab­le repetición de momentos sin futuro.

Las demandas de estos millones no encuentran respuesta favorable. Esa incapacida­d del sistema genera ma lesta r, frustració­n y enojo; es decir, deteriora todo vínculo y sentimient­o de pertenenci­a a una comunidad, lo cual se traslada a las respectiva­s formas políticas de representa­ción, contaminan­do la confianza en la democracia misma.

Estamos ante un grave problema de legitimida­d originado por un problema previo de operativid­ad, de funcionami­ento, de estructura y de componente­s que no se ajustan a los principios definitori­os de la democracia constituci­onal.

Esto no es novedoso ni nos asombra, pues desde el constituci­onalismo y el derecho político hace años que venimos advirtiend­o que una de las principale­s consecuenc­ias de este malestar es que está desdemocra­tizando nuestros sistemas políticos.

Es paradójico, pero la democracia –cuando sus mecanismos tradiciona­les se debilitan y no pueden asegurar el equilibrio de su capacidad de respuesta y la resolución de problemas– (también) puede generar consensos antidemocr­áticos.

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ACTO. En Río de Janeiro subrayó su voluntad de “reconectar­me con la periferia”.
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OBSESION. La animadvers­ión contra el PT y Lula, eje de la campaña.

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