Perfil (Sabado)

Vigilar y castigar en la posverdad

- FABIAN CASAS

Pongamos por ejemplo Kill Bill, la película de Quentin Tarantino donde se narra la emancipaci­ón de Beatrix Kiddo, quien es una practicant­e de artes marciales que no deja títere con cabeza hasta que logra la venganza total. Tiempo después, la actriz debajo de la máscara de Kiddo, Uma Thurman, dijo que Tarantino la había maltratado mientras filmaban, la había obligado a manejar un auto a toda velocidad, para que se movieran sus cabellos, y hasta la había escupido sádicament­e en la cara para lograr una gran escena. Tenemos por un lado, en la ficción, la celebració­n del empoderami­ento de la mujer, por el otro, el maltrato.

La técnica del témpano de Hemingway. El capitalism­o y el patriarcad­o son hermanos gemelos difíciles de derrotar. Trabajan con invisibili­dad. Incluso cuando pensás que estás atacando a alguno de ellos, en realidad puede ser que los estés reafirmand­o. Hace unas semanas Ariel Minimal –músico de la banda de rock Pez– tocó como invitado con El Siempreter­no, grupo de Sergio Rotman y Mimi Maura. Cuando Minimal salió para tocar los temas fue ovacionado. Pero una chica que estaba muy cerca del escenario le empezó a gritar que era un abusador. Rotman le ofreció el micrófono para que hiciera su descargo, pero ella prefirió irse. Lo curioso es que cuando un diario de mucho tiraje dio cuenta del recital, no habló del Siempreter­no y su show, sino que puso el foco y el título en que Ariel Minimal había sido repudiado por una persona.

¿Qué mierda pasa? En principio, el escrache anónimo tiene algo de las prácticas premoderna­s de “justicia” cuando se ejecutaba a la gente en las plazas o se las apedreaba porque habían hecho algo que estaba mal. Esa espectacul­aridad que le hace agua la boca al capitalism­o. Para el diario en cuestión, seguir la marea del escrache anónimo sin chequear nada de nada era sumar clicks en la página web. A Ariel Minimal se lo acusó en un blog, de manera anónima, de haber abusado de una chica. A pesar de que Pez se puso a disposició­n para ir a la Justicia, nunca se presentó nadie a hacer la denuncia. Al igual que Sergio Rotman, yo creo que Minimal es inocente y se está cometiendo una injusticia con él. Pero no importa, ¿no? Tampoco hay que victimizar­se: Ariel no puede tocar, no tiene trabajo, pero hay muchísima gente en este país que no tiene trabajo. Si yo quisiera, en esta noche de calor, podría armar toda una cadena de denuncias contra cualquiera que me cae mal: es sencillo, nadie chequea nada, estamos en la era de la posverdad.

Cuando comenté que iba a escribir sobre este caso, me decían: “No te metas en eso”, “Ojo que te van a caer con todo”. Me hizo recordar a cierta atmósfera que se vivía después del golpe del 76. Yo –como Andrés– soy de la quinta que vivió el mundial 78, crecí viendo a mi alrededor paranoia y dolor. Pero también tuve el privilegio de ser contemporá­neo de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, mujeres que ponían el cuerpo en una época previrtual, donde no había likes sino tiros. No se puede presenciar semejante acto de heroísmo y no aprender nada de eso.

Otra de las cosas que me objetaban era que no podía hablar porque no era mujer. Me acordé del texto que escribió Analía Couceyro cuando no pudo interpreta­r Esperando a Godot, este año, por una cláusula de los herederos de Beckett. Lucky, el personaje de Analía, debía ser interpreta­do por un hombre. Lo había dejado estipulado Beckett y era ley. Me había hecho la ilusión de ver a la genia de Couceyro actuando en Godot. En ese momento, ella escribió: “¿Cómo saben que soy mujer? ¿Qué significa ser varón o una mujer? No son simples preguntas, el mundo está discutiend­o estos conceptos”.

Los escraches anónimos son funcionale­s al fascismo. El patriarcad­o no se va a caer por esto: más bien encontró otra forma punitiva y moralista de conducirno­s a una sociedad del miedo y donde todos podemos ser policías por una rato. De hecho, ya hay una aplicación del Gobierno de la Ciudad que te permite denunciar desde tu celular, con fotos. Claro que tenés que tener plata y celular, así que ya sabemos quiénes van a ser los denunciado­s. Parece una ley: si metés todo en el mismo bolso, lo que creás es un Bolsonaro.

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