Una rubia debilidad en medio de la posguerra stalinista europea
Título original: Zimna wojna Dirección: Pawel Pawlikowski Intérpretes: Joanna Kulig, Tomasz Kot, Agata Kulesza, Borys Szyc y Cédric Kahn Origen: Polonia (2018) Duración: 88’
El polaco Pawel Pawlikowski, ganador de un Oscar por su anterior film, Ida, se atreve a filmar en un blanco y negro, intrigante y fascinante a la vez, para contar una historia de amor, se diría imposible, cuyo telón de fondo es la Guerra Fría.
La película atraviesa países –Polonia, París, Alemania– y épocas –de 1949 a 1964–. En medio de esa amplia elipsis temporal, el cineasta diseña un relato cinematográfico, cuyos protagonistas, la pareja Joanna Kulig-Tomasz Kot, quedarán tan grabados en el espectador, tal vez, como Emmanuelle Riva y Eiji Okada en Hiroshima mon amour, o Anouk Aimée y Jean-Louis Trintignant, en Un hombre y una mujer. Aunque este amor es más rebelde e impredecible, y los sentimien- tos y las emociones deben disimularse, en especial si no se comparte el stalinismo que extiende sus tentáculos comunistas soviéticos a Europa después de la Segunda Guerra.
Zula, una chica polaca, criada en el medio rural y con una imagen que impacta más que sus canciones, cautiva al compositor y pianista Wiktor, cuando este en 1949 viaja por la Polonia profunda en busca de talentos que representen el folclore de su país y se conviertan en la carta de presentación de la cultura socialista para exponer en el mundo. Aunque sin olvidar, lógicamente, que no solo de canciones de montaña se nutre el hombre, también de los líderes del proletariado y de las reformas agrarias, como bien lo explica el jefe del partido.
Lo concreto es que esa música folclórica nostálgica y trepidante, con bailes al estilo cosacos, que el cineasta quiso rescatar de su país, ocupa buena parte de esta producción tan insólita como sorprendente, filmada en un blanco y negro, compuesto de claroscuros que acentúan más ese revival de posguerra inmerso en recuerdos de un pasado que no volverá, pero que tiñe el dolor de las pérdidas mediante una pareja que parece adelantarse al hippismo que arribaría en los 60.
El cine de Pawlikowski tiene algo de la trilogía de los colores de su compatriota Krzysztof Kieslowski, y su heroína en este caso, la polaca Joanna Kulig, ilumina la pantalla con su inconformismo, en escenas como cuando baila el tema de Bill Haley, el clásico Rock Around the Clock en un club parisino. Tomasz Kot es el complemento ideal de esta historia, que el director dedica a sus padres.