Perfil (Sabado)

POR LA RUTA A DEL COCO

Al norte de Salvador y en un radio de pocos kilómetros se esparcen pueblos de pescadores y villas turísticas de primer nivel. Entre el encanto de Praia do Forte e Imbassaí, playas casi desiertas, pero con palmeras

- FEDERICO AGUILA

Playas paradisíac­as, palmeras e inalcanzab­les kilómetros de arenas blancas. El viaje ideal se encuentra a la vera de un camino que invita a zambullirs­e en los mejores paisajes del nordeste brasileño. La ruta del coco (estrada do coco) comienza al norte de Salvador, a la altura del aeropuerto internacio­nal de Bahía, y en un radio de pocos kilómetros recorre pueblos de pescadores, villas turísticas de nivel internacio­nal y rincones casi inexplorad­os por el turismo, donde una hamaca meciéndose bajo un cocotero es todo el lujo que se puede encontrar.

En esta zona del estado de Bahía, las palmeras son el telón de fondo de un camino que combina exquisita gastronomí­a y días a puro sol. Aunque existen autobuses y taxis para llegar ll a cada c uno de los lo balnearios r al norte de Salvador, el plan más práctico es alquilar un auto. El camino asfaltado está en perfecto estado y el coche permite adentrarse sin ataduras en cualquiera de estas joyas bahianas.

Itacimirim

La primera parada de la ruta del coco aparece apenas se cruza el río Pojuca, a unos setenta kilómetros del aeropuerto internacio­nal. Cuenta con una infraestru­ctura más modesta que la vecina Praia do Forte, lo que permite obtener mejores precios tanto en departamen­tos como en posadas. Itacimirim aún mantiene cierto encanto de los pueblitos de pescadores esparcidos por la costa bahiana antes de la llegada masiva del turismo. La playa de Espera es la más apetecible de Itacimirim. Su nombre proviene de las mujeres que aguardaban en la costa la vuelta de los pescadores. La franja de arena entre el mar y el río le da un encanto particular al entorno, un destino en el que la naturaleza y la tranquilid­ad se imponen sobre la vida nocturna y el confort. No hay que perderse una comida sagrada en alguno de los bares de playa: croquetas de pescado acompañada­s, como siempre, de una cerveza.

Praia do Forte

Saliendo otra vez hacia la ruta, solo hay que manejar siete kilómetros para encontrars­e con uno de los destinos más atractivos de todo Brasil: Praia do Forte, el centro turístico del litoral norte bahiano. Por la coqueta calle principal se mezclan las tiendas de artesanías con las de diseño y de primeras marcas. Praia do Forte se destaca por su intensa vida nocturna y su oferta gastronómi­ca. Aunque tal vez hay un exceso de pizzerías, hay varios restaurant­es de comidas típicas donde probar una exquisita moqueca (el guiso típico de esta zona de Brasil con leche de coco, de pescado o camarones). Durante el día, un mar de tonos celeste y turquesa invita a hundir los pies en la arena. Junto a una iglesia digna de postal, hay una playa de aguas mansas y tranquilas que suele estar abarrotada durante los fines de semana. A unos cien metros, en la playa del Lord, las piscinas naturales –se forman con la marea baja que queda retenida en el enorme arrecife– permiten

que los chicos se metan al mar varias veces al día. Hasta allí van los peces tropicales de todo tipo y tamaño. También acá hay varios bares de playa para pasar el día y hasta alquilan esnórquel con fotógrafo incluido. Uno de los orgullos de Praia do Forte es su espíritu conservaci­onista, que tiene al Proyecto Tamar como su nave insignia. Se trata de un museo con estanques y acuarios con más de 600 mil litros de agua salada, donde se puede apreciar la fauna marina de la región, con las tortugas como las estrellas principale­s. El castillo García D’Avila merece una escpada.

Levantado en el siglo XVI, es la estructura de piedra más antigua del país y un claro ejemplo de arquitectu­ra militar portuguesa. Las opciones de alojamient­o en esta villa turística, con algunas semejanzas a la carioca Buzios, son variadas. Es posible elegir desde las más modestas posadas hasta un hotel de nivel internacio­nal, como el Tivoli Ecoresort Praia do Forte, ubicado a pocos minutos del centro, accesible a pie, y donde es posible pasar varios días sin necesidad –o ganas– de salir de las instalacio­nes. El complejo se asienta sobre una hermosa bahía de aguas calmas y cálidas, en un predio de 30 mil hectáreas

de selva tropical en el que conviven con los huéspedes animales silvestres tales como monos, aves y lagartos. Para disfrutar de semejante entorno natural, las 287 habitacion­es fueron dispuestas frente al mar y hay varias piscinas para relajarse. El lugar fue reconocido como el mejor hotel familiar de América Latina por sus actividade­s para chicos y por el Club Careta Careta, un espacio completame­nte dedicado a los infantes, con restaurant­e propio, parque acuático y actividade­s durante todo el día. Además, en un área de cuatro mil metros cuadrados se encuentra uno de los spas más completos de la región.

Imbassaí

Saliendo de Praia do Forte rumbo al Norte, la estrada do coco regala una de las mejores vistas. De un lado, suaves colinas tapizadas de campos verdes por donde se pone el sol, s y del otro, un mar esmeralda flanqueado por una barrera interminab­le in de palmeras sobre la playa. p Luego L de recorrer otros quince kilómetros, se llega a Imbassaí. Las dos calles del pueblo desembocan en una pequeña plaza principal, el último lugar al que se puede llegar motorizado. Nada más caminar unos pasos, sorprende la belleza del río Imbassaí, que desemboca unos metros más adelante en el mar. Para llegar a la orilla se puede ir a pie o subirse a bordo de una jangada, balsa que serpentea por el río. Las aguas mansas del Imbassaí, con un tono rojizo y una exuberante vegetación en sus márgenes, contrasta con un bravío mar de feroces olas. La playa tiene una pequeña franja de sombrillas y mesas abarrotada­s, que, al alejarse solo unos pasos, parece casi virgen. El mar es solo para valientes, o para los amantes del surf o el windsurf. Por eso, la mayoría de los visitantes eligen el río para bañarse y tomar sol, y el mar queda para admirarlo o darse una zambullida rápida en la orilla. Un experienci­a para no perderse en Imbassaí es sentarse en una de las lenguas de arena sobre el río y pedir un pescado a la parrilla. Cualquiera de los bares de playa se lo alcanzará hasta la orilla, recién hecho y con una cerveza. También se pueden alquilar kayaks y tablas para practicar stand up en el río. Los amantes de la aventura solo tienen que alejarse un poco para encontrar inmensas playas de arena blanca, con dunas y palmeras como telón de fondo. Entre lagunas, ríos y pantanos, se pueden contratar paseos a caballo o en buggy.

San Antonio y Costa do Sauipe

Otra vez en la ruta, la estrada do coco propone en menos de diez kilómetros dos destinos completame­nte opuestos. Costa do Sauipe es un complejo cerrado con resorts de nivel internacio­nal, restaurant­es y tiendas de marcas de lujo. La vida v all inclusive en su máximo esplendor. Atención: At la entrada al complejo solo está est reservada a los huéspedes hu de los hoteles. hot A Ap pocos minutos, la Playa P de San Antonio Ant devuelve a los visitantes visi la imagen de cómo c sería esto sin turistas. turi El camino para entrar entr a San Antonio es de tierra. ti Las calles de las tres tr o cuatro cuadras que conforman c esta villa de pescadores, donde las ropas cuelgan de los alambrados y las gallinas caminan libremente, son de arena y los fines de semana abren un par de bares que ofrecen cangrejo y pescado. Al otro lado de una duna, aparece en todo su esplendor una agreste y solitaria playa para caminar o quedarse bajo la sombra de una palmera. La vida en modo Brasil.

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 ??  ?? VIRGENES. A cada paso de la estrada do coco se pueden encontrar playas casi desiertas, ríos con exuberante vegetación y filas interminab­les de palmeras.
VIRGENES. A cada paso de la estrada do coco se pueden encontrar playas casi desiertas, ríos con exuberante vegetación y filas interminab­les de palmeras.
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FOTOS SHUTTERSTO­CK UNIDOS. En Praia do Forte, la piscina infinita del Tivoli Ecoresort se funde con las aguas calmas y cálidas de la bahía. Está rodeado de 30 mil hectáreas de selva tropical.
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Galería de fotos en: fb/perfilcom IG:@perfilcom
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 ??  ?? FUERTE. El castillo García D’Avila, del siglo XVI, fue restaurado y remonta a los viajeros a los tiempos de la colonizaci­ón portuguesa.
FUERTE. El castillo García D’Avila, del siglo XVI, fue restaurado y remonta a los viajeros a los tiempos de la colonizaci­ón portuguesa.

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