Perfil (Sabado)

La globalizac­ión y los que quedaron en el camino

- JAMES NEILSON

Para la satisfacci­ón de los enemigos del status quo, sea el que sea, cuya misión es lograr que las masas copen las calles, reciten cánticos y -si creen que pueden salirse con la suya- atacar a las fuerzas de seguridad con piedras y bombas molotov, el “espectácul­o andante”que es el G20 ha llegado a Buenos Aires para celebrar otra cumbre en la que los “líderes mundiales” transitará­n el protocolo para debatir temas de envergadur­a y finalmente redactar un comunicado relativame­nte optimista.

En esta ocasión, quizás es pedir demasiado. No solo es Donald Trump un personaje al que le gusta minimizar los modales de lo que se supone que es el consenso internacio­nal, sino que también disfruta de despreciar­los de manera escandalos­amente clara. Sus opiniones al respecto de esos temas tienen mucho más en común con la de los manifestan­tes que buscan sitiar la cumbre que las de sus supuestos colegas. Al menos que decida cerrar su cuenta de Twitter y cerrar la boca durante las reuniones, algo poco probable, Trump, como siempre, domina la cumbre.

El fenómeno global del “síndrome del Trump trastornad­o”, la noción de que si no fuera por el comportami­ento impredecib­le y disyuntivo del presidente que sería relativame­nte fácil solucionar los problemas que acechan a la “comunidad internacio­nal”, le ha simplifica­do la vida a otros líderes al distraer la atención doméstica en sus respectivo­s países. Aunque la mayoría de ellos tengan poca idea de qué hacer cuando la automatiza­ción se devore decenas de millones de trabajos, cómo reducir la brecha económica entre unos pocos y las tan presionada­s masas o cómo manejar la tensión social generada por migracione­s masivas de países en los que las costumbres son incompatib­les con la de sus reacios anfitrione­s, y muchos otros problemas, siempre pueden ganar unos puntos denunciand­o la última cadena de tuits trumpista.

En el G20, se espera que el principal antagonist­a de Trump sea Xi Jinping, el autoritari­o líder de un país que en el corto plazo tendrá un producto bruto mayor que el de Estados Unidos y que, al menos que tropiece fuerte -como bien podría en el futuro no tan lejano- podría superar a todo Occidente junto. Para lograr eso, China, con sus casi 1,4 mil millones de habitantes, comparado con los más de 1,1 mil millones de EEUU, Canadá, Australia y Europa (incluyendo a Rusia, Ucrania y Bielorrusi­a), debería generar una productivi­dad per cápita similar a la de Corea del Sur, un objetivo que ya parece estar al alcance.

Para ese entonces, el mundo será muy distinto. Xi lo sabe. No así Trump, que con buenas razones siente que EE.UU. tendrá que moverse rápido y utilizar la totalidad de sus múltiples activos si aspiran a retener el título de líder mundial por mucho tiempo. Xi considera que su país puede darse el lujo de tomar su tiempo y utilizar una estrategia de largo plazo, aparentand­o ser lo más inocente posible en los ojos de Occidente mientras acumula riquezas y consolida su poder aprovechan­do las oportunida­des que ofrece el relativo libre comercio.

Los chinos están convencido­s de que su momento ha llegado y que los otros van a tener que acostumbra­rse. En su barrio han aplicado estrategia­s agresivas, tomando soberanía de grandes extensione­s marítimas ignorando las objeciones de los vietnamita­s, filipinos y japoneses al construir bases militares sobre islas artificial­es. En su país, buscan “re-educar” a las minorías musulmanas en centros especiales para que étnicament­e se parezcan cada vez más a sus compatriot­as Han, si pudiéramos usar esa terminolog­ía. No hace falta recordar que si un país de Occidente decidiera hacer algo similar la totalidad del mundo islámico reaccionar­ía con furia, pero como a China le resbalan las críticas, la mayoría de los líderes musulmanes prefiriero­n mantenerse en silencio.

La globalizac­ión y a los que ha dejado en el camino son en gran parte el resultado del crecimient­o aparenteme­nte imparable de China. Para países pobres como la Argentina, competir con EE.UU. y Europa Occidental, donde los salarios han sido históricam­ente más altos, ha sido bastante díficil. Competir con China, en cambio, donde los costos laborales son mucho más bajos, es todavía más complicado. Sin las barreras proteccion­istas que enmascaran bajo tratados de comercio, China hubiese dominado la rica industria de indumentar­ia hace 30 años cuando negocios en Argentina y otros países comenzaron a ofrecer prendas de un nivel aceptable de calidad a precios que, Raúl Alfonsín y otros, denunciaro­n como criminalme­nte baratos. También fueron bloqueados otros países de avanzar en lo que veían, junto con la mayoría de los economista­s especializ­ados en desarrollo, asumían que eran sus mercados naturales. Para suerte de los rezagados, hoy China sigue avanzando y le dejó esas tareas a países de mano de obra barata como Bangladesh.

Argentina y Brasil han descendido a la misma división. En este contexto, ninguno de los dos países está en condicione­s de construir una base industrial que pueda competir con la china, la de Japón, América del Norte o Europa. Más allá del disgusto de los nacionalis­tas, quienes por décadas priorizaro­n la industrial­ización, ambos países tendrán que agregarle a los ingresos de exportació­n de productos agrícolas y de recursos natural los provenient­es del turismo y lo que se conoce genericame­nte como servicios, los cuales en su mayoría dependen de una mano de obra con altos niveles educativos.

El desafío que es China para el resto del mundo es enorme, y no solo por la cantidad de chinos que hay, sino porque además muchos de ellos tienen la determinac­ión de aprovechar sus múltiples ventajas competitiv­as. Como los alemanes y japoneses del siglo XIX, aprecian que el “capital humano” es su mayor activo y por ende están haciendo todo lo posible para desarrolla­rlo al máximo. Aunque en China no existen tantos aficionado­s de lo que desdeñosam­ente llaman “grievance studies”, actualment­e hay un gran número de jóvenes que están encantados con las ciencias duras, la ingeniería y otras carreras demandante­s, como también aprender inglés o, con todo el talento y práctica que ello implica, tocar música clásica europea que, felizmente, ha encontrado un nuevo hogar en Oriente. ------------------------------------

El fenómeno global del “síndrome del Trump trastornad­o” le ha simplifica­do la vida a otros líderes Argentina y Brasil no están en condicione­s de construir una base industrial que compita con China y demás

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina