Perfil (Sabado)

El hijo justo

- FABIAN CASAS

El libro tibetano de los muertos En

se hace hincapié en que hay que ayudar a los seres queridos a que se vayan, no hay que retenerlos con nuestros deseos de apego. Es muy difícil.

Me acuerdo del caso de un ser amado al que yo estaba cuidando. Estaba muy deteriorad­o, en ese umbral impreciso entre la vida y la muerte. Mi amigo era un hombre mayor y durante su juventud había tenido una vida dedicada a la política y había sido un cuadro de inteligenc­ia en un grupo guerriller­o.

Uno de sus hijos, quizá en contraposi­ción a los intereses de su padre, se había ido a vivir a una comunidad espiritual. Creo que durante mucho tiempo no se habían frecuentad­o, sin llegar a estar peleados, pero ahora había vuelto para cuidarlo.

Un sábado a la mañana hablé con el hijo de mi amigo y le dije que quería pasar a cuidarlo para que él pudiera también hacer sus cosas. Mi amigo quería estar en su casa y no en el hospital, y por eso le acondicion­aron un cuarto donde le pusieron una cama especial.

Me acuerdo que recorrí con la vista todos los objetos de esa casa en la que habíamos vivido momentos muy felices. La mesa donde comíamos los asados, el escritorio donde él se sentaba a hacer mates y escribir. La parra que daba al patio y que en verano nos daba sombra para nuestras largas charlas.

El tiempo que estuve con él –desde la mañana hasta el mediodía– estuvimos hablando y yo le sostuve todo el tiempo la mano. En un momento vinieron vecinos a visitarlo –él era muy popular en el barrio– y mi amigo les hizo chistes. Tenía un estoicismo a prueba de balas. Cuando volvió su hijo, yo me despedí sabiendo que no lo iba a volver a ver con vida. Tuvo suerte: su hijo tenía un entrenamie­nto espiritual que yo no tenía. No sé qué hubiera hecho si él se hubiese empezado a morir en mi presencia. Tal vez me hubiera desesperad­o. Pero el hijo, en cambio, le dijo que se quedara tranquilo, que empezara a respirar y que se dejara ir, que él lo iba a acompañar con la respiració­n. Y lo soltó.

Recorrí con la vista los objetos de esa casa en la que habíamos vivido momentos felices

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