Aquella gitana pasión que despierta exquisita alegría
El flamenco está asociado, en parte, con la improvisación, el desenfreno y una emocionalidad hiperbólica, especialmente para sentir y expresar el dolor. El cante jondo es una muestra de ello; en la danza, produce un decir enfático, un buceo introspectivo, cierto estado de posesión, casi un trance, como se podía ver cuando bailaban Carmen Amaya o Antonio Montoya “el Farruco”.
Sobre esa base, sobre esa estirpe gitana, hay relecturas, en España y en el mundo. En la Argentina, la coreógrafa Graciela Ríos Saiz ofrece, en
A la luz del flamenco, una mirada que privilegia la precisión coreográfica, la disposición en el espacio, y las vetas más festivas, más románticas y más líricamente femeninas que también tiene el flamenco. Ríos Saiz hace del flamenco una luz, una lente, a través de la cual danzan sus impecables bailarinas.
En el subsuelo del teatro La Comedia, el público se dispone relajadamente, acaso como en un tablado, en mesitas, mientras bebe una copa de vino. Las bailarinas se presentan en solos, como el que Natalia Bonansea hace con su bata, y en dúos y tríos, en los que los impecables unísonos se celebran con la alegre conciencia de las bailarinas que se saben danzando una energía compartida, con guiños a través de abanicos y de pañoletas. Se destaca María Eugenia Seijó, dueña de una exquisita delgadez que reúne puras fibras de sensibilidad. En tanto, Paula Suárez aporta un espíritu fresco, risueño, y Luciana Di Lorenzo, una presencia imponente que aglutina al conjunto. Ríos Saiz hace un solo de castañuelas en el que se reconoce la bailarina que supo ser, con un salero que en la actualidad traduce a su veloz y musical digitación percusiva.
Sobre el escenario, despojado, austero, el guitarrista español Manolo Yglesias y el cantaor Carlos Soto López, ambos integrantes de la antigua compañía de Angel Pericet, llevan una parte importante del espectáculo, apoyados por las palmas de Laura Garrido. Interpretan un repertorio que, desde la palabra, está en sintonía con la atmósfera mayormente gozosa. Aparecen fragmentos de García Lorca, como el enérgico Anda jaleo, o las imágenes más melancólicas de La baladilla de los tres ríos: “por el agua de Granada/ solo reman los suspiros”; o más románticas de Zorongo: “La luna es un pozo chico,/ las flores no valen nada,/ lo que valen son tus brazos”, a tono con Sevillanas, de Antonio Gala: “Aceituna en invierno/ trigo en verano […]/ Azahares en marzo,/ limón lunero,/ quién pudiera decirte/ cuanto te quiero”.