Perfil (Sabado)

Financiami­ento educativo

- AGUSTÍN CLAUS* * Docente de Economía de la Educación en Flacso.

En la mayoría de los países desarrolla­dos, la inversión en educación, ciencia y tecnología es una política de Estado sostenida desde los años 50 del siglo XX como factor de crecimient­o y desarrollo económico y social. Aunque sufrió los vaivenes de las transforma­ciones sociales, políticas y económicas, la calidad institucio­nal del Estado de Bienestar aún permanece con niveles de prestación de bienes y servicios aceptables para el conjunto de la sociedad.

En América Latina, los distintos países impulsaron políticas de incremento sostenido de los niveles de inversión en educación, ciencia y tecnología desde la década del 80, en función de la ampliación de la cobertura impulsada por la mayor demanda social de educación.

La Argentina no se encontró ajena a estas tendencias globales y regionales, y recién luego de la salida de la última dictadura cívico-militar, con la apertura democrátic­a, se incorporó de manera ininterrum­pida la perspectiv­a de ampliación del derecho a la educación, requiriend­o mayores niveles de inversión. Ahora bien, ¿cómo fue la evolución de la inversión educativa en los últimos cuarenta años? ¿Cuáles fueron las estrategia­s para sostener los niveles de financiami­ento?

La apertura democrátic­a trajo un reclamo histórico por incrementa­r el financiami­ento educativo: éste no obedece a una apelación políticame­nte correcta sino al prerrequis­ito de generar las condicione­s materiales mínimas para garantizar una educación de equidad y calidad para toda la sociedad. En cada período de administra­ción de gobierno se impulsaron distintas iniciativa­s que procuraron aportar soluciones a los niveles requeridos (o al menos posibles) de inversión en educación, en un sistema configurad­o bajo un esquema de centraliza­ción de los recursos por parte del Estado nacional y de descentral­ización de los servicios educativos (gastos) en los Estados provincial­es.

Se pueden distinguir cuatro períodos bien diferencia­dos en el análisis de la inversión consolidad­a (Nación, provincias y municipios), medida por el producto interno bruto (PIB). Primero: en la década del 80 se mantuvo prácticame­nte en torno al 2,5-3,0%. Segundo: en la década del 90 se incrementó del 2,8% al 4,0% del PIB, adicionand­o 1,2 puntos porcentual­es en un marco de fuertes reclamos gremiales y reforma del Estado, con la culminació­n de la descentral­ización de los servicios educativos a las provincias. Tercero: entre 2003 y 2015 se pasó del 3,4% al 6,2%, registránd­ose un crecimient­o inédito de 2,5 puntos adicionale­s de la economía destinados a la inversión en educación, ciencia y tecnología, un incremento impulsado por la Ley de Financiami­ento Educativo que permitió alcanzar el 6% del PIB. Cuarto: desde 2016 y 2017 se registró un cambio en la tendencia creciente de los niveles de inversión, retrotrayé­ndola a niveles del año 2011.

La perspectiv­a del mediano y largo plazo reciente evidencia la necesidad de incorporar en el esquema del financiami­ento educativo en Argentina, un conjunto de reglas objetivas y un mecanismo de coordinaci­ón entre los niveles de gobierno de la educación que identifiqu­e responsabi­lidades por objetivos, y que acompañe –mediante la asignación de recursos en base a objetivos y metas de políticas educativas– el destino y aplicación de los recursos.

Superar la lógica subyacente en el esquema del financiami­ento educativo, invariable a lo largo de los últimos cuarenta años, persiste como el principal desafío de la educación a futuro. Aunque se propusiera alcanzar el 6%, 7%, 8% o 10% del PIB en los próximos años, lamento afirmar que, si no se modifica el esquema subyacente de financiami­ento, estaremos con los mismos problemas estructura­les irresuelto­s, pero –eso sí– con un nivel de inversión educativa inédito en Argentina.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina