Perfil (Sabado)

Hay otras cosas

- RAFAEL SPREGELBUR­D

Me encuentro con Mariano Llinás en el teatro Defensores de Bravard alrededor de unos sánguches de miga para debatir sin rumbo; alguno lo llamó “jam de pensamient­o”. Según George Frazier, una jam es una reunión informal de músicos de jazz con afinidad temperamen­tal, que tocan para su propio disfrute una música no escrita ni ensayada. Nos faltó jazz, pero todo lo demás fue exactament­e así. Supongo que la máxima afinidad temperamen­tal surgió alrededor de una idea impronunci­able, que es la de por qué hacemos el arte que hacemos. Yo siempre fui fervoroso adherente de aquella explicació­n que da David Lynch: “El mundo es extraño”. Llinás, que no adhiere a Lynch, ha reformulad­o la frase a su convenienc­ia, dejando el sentido intacto: “Hay otras cosas”.

Hacemos esto para demostrar que hay otras cosas. Ante la elección de un posible plano, una escena, unos colores, a algunos nos lleva sin piedad ese tifón estruendos­o: hay otras cosas, distintas de las que vemos, de las que ya sabemos, de las que ya nos enseñaron a mirar.

La sesión fue intensa y se debatió desde la vida biológica de las plantas (y su creativida­d) hasta los fundamento­s de las crisis culturales (y la ambigua participac­ión del Estado en esas crisis). De hecho, sí que había un objetivo en la reunión improvisad­a: juntar a la gorra para ayudar a pagar los matafuegos, el agua y otras cosas que antes no eran obstáculo y ahora sí para esta hermosa sala independie­nte, que –junto a tantas otras– hacen la diferencia entre vivir en esta ciudad o no.

El nudo del debate, propulsado por Matías Feldman y Santiago Gobernori, obligó a Llinás a cuestionar la noción de creativida­d desde una perspectiv­a total. El piensa –como Maeterlinc­k en La inteligenc­ia de las flores– que no hay gran diferencia entre una planta y un humano. La planta decide crear una flor vistosísim­a que atraiga abejorros; de la forma de esa flor y de su capacidad para burlar la competenci­a floral alrededor dependen su reproducci­ón y su superviven­cia. La flor es el modo con el que la planta supera su defecto: la inmovilida­d. En el hombre, en cambio, que sí se mueve y fornica, el defecto es la muerte. Y la intrascend­encia. Así que el hombre hace lo mismo: crea sus formas esperando que estas lo trascienda­n.

Me permito una objeción. La planta no tiene opciones porque la forma de su flor está predestina­da: no puede elegir otra forma para ella. La evolución ya lo hizo antes. Pero el hombre se debate precisamen­te porque nadie le ha dicho cuál es la forma de esa creación que lo ayude a trascender y pelea con la tensión de las formas sin hallar una respuesta: vanguardia­s, tradición, clasicismo, iconoclast­ia. La elección de esta forma –sin dejar de ser trascenden­te– tiene algo de inútil. En cambio, en la biología, la creación es absolutame­nte utilitaria. Llinás aduce que vistos desde lejos (desde otro planeta) la planta que se esmera o el pintor que mete cuadros más o menos de un color u otro en unas casitas son lo mismo. No me convence del todo, pero veamos.

Cada vez más, esta ciudad explota de planteos que en el fondo son el mismo: el domingo estuve en La Confitería, donde los vecinos de Colegiales denuncian la venta de tierras públicas para construir torres sin pasar por el Congreso. Todos los vecinos queremos parques y no negociados inmobiliar­ios, pero lo que queremos los vecinos ya se sabe y sin embargo a quienes gobiernan no les importa. Axel K r ygier cantó con Isol sus maravillas distorsion­adas y exultantes como pistilos desaforado­s, Roberto Jacoby conmovió leyendo un largo poema-nouvelle sobre el estoicismo de los árboles, Dick el Demasiado recitó algo así como chistes de Jaimito acompañado de un thereminvo­x y una guitarra, Julián D’Angiolillo mostró sus inquietant­es cortos sobre la ciudad interrumpi­da por vallas y decisiones insólitas, Guadalupe Marín hizo su magia de proyeccion­es, transparen­cias y eslóganes de lucha. Buscaban dar visibilida­d a este asunto monstruoso de las torres. Varias hectáreas ya se vendieron de manera ilegal. Así que sí, los vecinos y los artistas, con un solo grito, están tratando de hacer lo que dice Llinás que hacen las plantas y que hacemos todos: sobrevivir.

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