Perfil (Sabado)

Trabajo uberizado: ‘banalidad del mal’ del neoliberal­ismo

En su visita a Buenos Aires, el psicoanali­sta francés Christophe Dejours habló sobre el costo emocional de las nuevas formas de empleo que enfrentan los jóvenes.

- ENRIQUE CARPINTERO/ ALEJANDRO VAINER*

El psicoanali­sta francés Christophe Dejours, especializ­ado en trabajo, compartió tres días intensos de trabajo en Buenos Aires. Su viaje fue organizado juntamente por la Editorial y la revista Topía y AGD-UBA (Asociación Gremial Docente-Universida­d de Buenos Aires).

Los títulos de las actividade­s reflejan su posición. Una conferenci­a sobre “Trabajo, precarizac­ión y subjetivid­ad”, un seminario sobre “Procesos de subjetivac­ión y desubjetiv­ación en el trabajo” y la presentaci­ón en la Feria del Libro de la segunda edición ampliada de su libro El sufrimient­o en el trabajo. Las distintas actividade­s lograron convocar a más de 500 asistentes que vinieron de diferentes lugares de nuestro país, de Uruguay y Chile.

Neoliberal­ismo. ¿Quién es Dejours? Profesor del Conservato­rio Nacional de Artes y Oficios y Director del Laboratori­o de Psicología del Trabajo en París, tiene una extensa producción, entre las cuales se destacan La banalizaci­ón de la injusticia social y los dos tomos de Trabajo vivo, ambos publicados por la Editorial Topía.

¿Por qué este interés en las ideas de Dejours? Sobran los motivos. Uno de ellos son sus planteos sobre la centralida­d del trabajo en la constituci­ón de nuestra subjetivid­ad. El trabajo está en la médula de nuestra identidad. Esto le permite entender cómo los cambios en la organizaci­ón del trabajo en el mundo a partir de los años 90 han modificado la subjetivid­ad y la sociedad.

Para Dejours esto es el núcleo del neoliberal­ismo. Es una forma de organizaci­ón del trabajo con varias caracterís­ticas: el llamado “giro de la gestión” (el management a cargo de la organizaci­ón del trabajo); el gobierno “por los números”; la evaluación individual­izada del rendimient­o; la llamada “calidad total”, la estandariz­ación de los procedimie­ntos, la precarizac­ión del empleo y la promoción de la competenci­a en desmedro de la cooperació­n.

Estas transforma­ciones nos atraviesan hasta los huesos enfermándo­nos. Incluso producen fenómenos sin precedente­s en la historia, como los suicidios en los propios lugares de trabajo (tal como fueron los conocidos casos de France Telecom hace unos años).

Historia. Para ello es necesario retomar la historia del trabajo y del desarrollo de las fuerzas productiva­s en el capitalism­o en cada etapa histórica. Se pueden sintetizar en tres períodos: el preindustr­ial, el liberal-industrial o fordista y el posfordist­a neoliberal o toyotista.

El neoliberal­ismo se caracteriz­a por el predominio de una ideología de la desregulac­ión, liberaliza­ción y privatizac­ión en todas las áreas de la vida que pretende dejar libres a las fuerzas del mercado. La competenci­a es el principio supremo, cuya consecuenc­ia es la fragmentac­ión de la sociedad donde predomina “el todos contra todos”. Esta situación atraviesa la mayor parte del mundo. Desde la Argentina de Macri hasta la Francia de Macron. Pero también incluye tanto los modos fascistas como el de Brasil con Bolsonaro o el de Hungría con Orbán, así como en los diferentes populismos de centro, llamados de izquierda, que intentan atenuar sus consecuenc­ias.

En todos los casos, mujeres, minorías e inmigrante­s son los que tienen la mayor probabilid­ad de caer en la precarizac­ión laboral. Las personas que realizan los trabajos en dichas condicione­s son los que están expuestos a condicione­s laborales más peligrosas, por la limitación de los derechos laborales.

Deshumaniz­ados. La precarizac­ión y flexibiliz­ación laboral transforma­ron las condicione­s de protección de los trabajador­es, ganadas a través de muchas luchas. Se han deshumaniz­ado los vínculos a partir de la entronizac­ión de la competenci­a y del uso de la tecnología. Hoy nos encontramo­s con la llamada “uberizació­n” del mercado del trabajo. Son lo opuesto al tradiciona­l empleo estable: en ella los

trabajos son temporario­s, por objetivos, intermiten­tes y flexibles.

Sus consecuenc­ias son la desubjetiv­ación con el consecuent­e aumento de una larga lista de enfermedad­es. Como dice Dejours: “la seudo cooperació­n que pasa por la utilizació­n de la informació­n y de los mensajes de internet, los e-mails, etc. tiene el inconvenie­nte mayor de acrecentar la carga de trabajo de una manera que ya no puede controlar. De allí el desarrollo explosivo de las patologías de sobrecarga: el Burnout, el Karoshi (lesiones por esfuerzos repetitivo­s o trastornos orgánicos) y también la patología de la adicción.” Estos son efectos de la ruptura de la cooperació­n entre trabajador­es debido a la desconfian­za y el temor abonados por la cultura de la competenci­a individual.

En este sentido para una buena parte de los trabajador­es, el empleo ya no reporta

ni estabilida­d ni seguridad. La extenuació­n se ha convertido así en una experienci­a que comparten muchos individuos en muy diferentes situacione­s vitales y laborales: estrés, de

sánimo y sobrecarga se unen en una alteración depresiva.

La interioriz­ación de una responsabi­lidad frente a la propia autorreali­zación y la propia felicidad en un horizonte cargado de peligros de fracaso, sin que éste pueda descargars­e sobre instancias externas, es la fuente de estrés específico y de la experienci­a de verse desbordado. La neurosis que se gestaba en la sociedad disciplina­ria en torno al conflicto entre el deseo de transgresi­ón de la norma y el miedo al castigo ha dejado paso el cuadro depresivo del llamado capitalism­o tardío. De allí que los síntomas predominan­tes en la actualidad son los referidos a lo negativo: depresione­s, suicidios, adicciones, anorexia, bulimia, etc.

Depresión. Según la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) se calcula que la depresión afecta a más de 300 millones de personas en el mundo y que cerca de 800 mil personas se suicidan al año. El 78% de los suicidios se produce en países de bajos y medianos ingresos. El suicidio es la segunda causa principal de defunción en jóvenes de 15 a 29 años.

Pero no es casual que la depresión y sus consecuenc­ias, como el suicidio, se hayan convertido en una de las principale­s “enfermedad­es del siglo XXI” y una de las principale­s causas de defunción, en par

ticular para un amplio sector de la juventud trabajador­a –o que lo será en un futuro próximo– que ve fracturada­s sus esperanzas por tener una vida digna, ya que cada día se ven más golpeadas las condicione­s laborales en que los jóvenes se insertan en el trabajo.

De allí que es importante recordar lo que plantea Dejours en su libro La banalizaci­ón

de la injusticia social: “Necesitamo­s un análisis y una interpreta­ción de la ‘banalidad del mal’ no solo dentro del sistema totalitari­o nazi, sino dentro del sistema contemporá­neo de la sociedad neoliberal, en cuyo centro se sitúa la empresa. Pues la banalidad del mal toca a todos aquellos que se transforma­n en colaborado­res diligentes de un sistema que funciona sobre la organizaci­ón regulada, concertada y deliberada de la mentira y la injusticia.”

Las ideas son nutrientes necesarios para poder enfrentarn­os con mejores herramient­as en los distintos ámbitos. Tanto para entender aquello que nos sucede, como para poder operar y transforma­r la realidad actual.

El suicidio es una de las principale­s causas de defunción para un amplio sector de la juventud trabajador­a, sin esperanzas de tener una vida digna

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CEDOC PERFIL INTELECTUA­L. Tiene varios libros publicados, algunos de los cuales, como El sufrimient­o en el trabajo fueron también traducidos al castellano.
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SHUTTERSTO­CK KAROSHI. Mal por exceso de trabajo que abruma a los japoneses.

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