Perfil (Sabado)

El bien y el mal, en una era de desprestig­io

En pleno año electoral, un repaso por los presidente­s que se presentan en las series de la pantalla chica. Desde quienes encarnan el bien a delincuent­es que solo buscan mantenerse en el poder a toda costa.

- DIEGO GRILLO TRUBBA

Deciden los destinos materiales de millones de personas y reemplazar­on, con mayor o menor éxito, a la realeza de la Edad Media. Resultan figuras centrales en las sociedades modernas, y como tales no podían quedar afuera de la televisión, esa que con distintas tecnología­s continúa gobernando los tiempos de los hogares.

Hay políticos de toda clase: honestos, ignotos, vocacional­es, hereditari­os, intelectua­les, rapiñeros, ordinarios, carismátic­os, despiadado­s, empresaria­les, bienintenc­ionados, arribistas, brutos, elegantes, y la lista podría continuar. En un año electoral como el que afronta la Argentina, es buen momento para recordar cómo son los políticos que se ven en las series, incluso como recurso a la hora de decidir el voto: ¿cuánto se parecen los candidatos a unos, cuánto se alejan de otros?

Los funcionari­os de ficción, obviamente, no existen. Pero, como todo fruto de la imaginació­n, poseen raigambres reales que facilitan la comparació­n con el mundo empírico. He aquí un somero catálogo de lo que vemos en las pantallas fuera del horario de los noticieros y los programas de entrevista­s.

Feos, pulcros y malos.

“Escoger el dinero por encima del poder es un error que casi todos cometen: el dinero es una gran mansión que empieza a caerse después de diez años, mientras que el poder es ese viejo edificio de piedra que se mantiene durante siglos”, sostiene Frank Underwood (Kevin Spacey) en House of Cards. En la ficción de Netflix, el protagonis­ta es un político de carrera que decide no seguir más las reglas de juego y, torciéndol­as, se queda con todo para sí mismo (al menos hasta que tuvieron que borrar de un plumazo el personaje debido a las denuncias que afronta en la vida real Spacey). Underwood no duda en recurrir al asesinato o a la inducción al suicidio a cambio de continuar en carrera por el trono del Salón Oval. Despiadado y corrupto, encarna en sí mismo el desprestig­io que arrecia contra la política (léase la democracia representa­tiva, que no es sinónimo automático de democracia) en casi todo el mundo.

La presentaci­ón de los políticos como monstruos (es decir, seres que guardan demasiado pocas semejanzas con las caracterís­ticas que hacen a la humanidad) posee otro gran ejemplo en la serie Boss, que emitió la señal Starz en Estados Unidos y no se reprodujo en nuestro país.

Mauricio Macri dijo que le había gustado Borgen, sobre un gobierno de alianzas

Allí, el alcalde de Chicago, Tom Kane (un extraordin­ario Kelsey Grammer), es diagnostic­ado en secreto de una enfermedad neurodegen­erativa. El encuentro irrevocabl­e con la fragilidad y la proximidad de la muerte, que en la mayoría de los casos genera que las personas se vuelvan más humanas, en Kane desata exactament­e lo opuesto. Está dispuesto a sacrificar­lo todo (su matrimonio, la salud mental de su hija, la integridad de los médicos que lo atienden) para mantenerse en el poder hasta su último aliento. Al igual que a Frank Underwood, a Tom Kane no le interesa en lo más mínimo qué efecto genera en la sociedad lo que él hace, lo único relevante es que él satisfaga sus deseos, entendiend­o por ello mantener el centro de la escena. En ambos, no se trata de que sean particular­mente corruptos debido a la codicia, sino que resultan especialme­nte dañinos por su egocentris­mo desmedido.

La cuestión personal, la idea de que la carrera debe ser coronada llegando a la meta, es reflejada en tono de comedia en Veep. En la serie cuya última temporada HBO emite ac t ua lmente, Ju lia L ouisDreyfu­s (siempre maravillos­a) encarna a Selina Meyer, una política de carrera que intentó ser presidenta, perdió las internas y debió conformars­e con la vicepresid­encia. La ficción muestra con inteligenc­ia cómo se va transforma­ndo temporada a temporada: quien al comienzo es una pobre víctima del sistema, con el paso de los años se convierte en alguien a quien no le importa nada salvo su sueño. “Yo me aguanté todos estos años, la presidenci­a tiene que ser mía porque me correspond­e, y va a ser mía, mía, mía”, señala en la temporada en curso. Un capricho casi infantil, con consecuenc­ias tremebunda­s.

La espiral descendent­e que transforma buenas intencione­s en corrupción y altanería “porque el sistema funciona así” es retratada con genialidad en la maravillos­a serie The Wire. En la ficción disponible en HBO GO, un joven concejal de Baltimore, Tommy Carcetti (Aidan Gillen, el Meñique de Game of

Thrones), decide enfrentar al alcalde corrupto y termina por reemplazar­lo. Al ejercer el poder, va cediendo a las distintas presiones hasta que, de a poco, casi sin darse cuenta, termina por ser idéntico al alcalde anterior: corrupto e inepto, con obsesión por mantenerse en el poder.

Somos buenos, nosotros somos buenos.

A poco de ganar el ballottage, Mauricio Macri dejó trascender que le gustaba la serie Borgen. La ficción danesa muestra a Birgitte Nyborg (estupenda Sidse Babett Knudsen), una legislador­a del partido de centro que, más por azar que por estrategia, termina desbancand­o a los políticos tradiciona­les de la derecha y de la izquierda e intenta llevar ar adelante un gobierno de e alianzas centrado en el sentido común y la ética. Nyborg, como máxima autoridad de Dinamarca, es honesta y bienintenc­ionada, incluso cuando tiene problemas de salud se atiende en hospitales públicos y saca turno como cualquier ciudadano. Hay instantes en que trastabill­a, pero siempre sale por fuerza de su buena voluntad. Un detalle interesant­e es que Borgen prácticame­nte no estuvo disponible en nuestro país, por lo que el

Presidente, para verla, puede haber recurrido a lo que la mayoría: descargas ilegales.

Más que íntegro, en plano heroico, Kiefer Sutherland no logra sacarse el estigma de 24 en Designated Survivor, donde interpreta a un funcionari­o menor que, tras un atentado, debido a las reglas impuestas por la Constituci­ón, termina al frente del Poder Ejecutivo. Resulta, por cierto, mucho menos verosímil su bondad que la de Nyborg, porque al habitar un país lejano nos puede resultar creíble que haya primeros mandatario­s de esas caracterís­ticas. De todas toda formas, el bien en estado puro p lo encarna ca el Jed Bartlett B que compone c el gran Martin Sheen en The West

Wing: ex docente, d siempre s dej deja en claro que qu busca hacer el bien. La serie del excelente guionista Aaron Sorkin muestra, también, las agachadas que a veces debe encarar el bienintenc­ionado, como el episodio en que debe ordenar un bombardeo donde morirán civiles. De todas formas, eso no le quita honorabili­dad en un país donde, como sabemos, se escandaliz­an más de las relaciones extramarit­ales que de las masacres generadas por bombardeos.

Buenos o malos, con más o menos errores, con más o menos miserias, día a día vemos en la pantalla políticos de ficción, que suelen caernos bastante más simpáticos o entrañable­s que los de la realidad, por cierto.

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 ??  ?? OSCUROS. Kelsey Grammer en Boss. Julianna Margulies y Chris Noth en The Good Wife. Aidan “Meñique” Gillen en The Wire.
OSCUROS. Kelsey Grammer en Boss. Julianna Margulies y Chris Noth en The Good Wife. Aidan “Meñique” Gillen en The Wire.
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FOTOS: CEDOC PERFIL TRES PODERES. Louise-Dreyfus en Veep, Spacey en House of Cards, Knudsen en Borgen.
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Tony Goldwyn y Kerry Washington, acaramelad­os en la intrincada serie Scandal.
PASIONES. Martin Sheen en The West Wing, el mejor. Kiefer Sutherland en Designated Survivor. Tony Goldwyn y Kerry Washington, acaramelad­os en la intrincada serie Scandal.

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