Perfil (Sabado)

HABIA UNA VEZ EN BELGICA

Próspera y codiciada, padeció todo tipo de embates, pero logró conservar sus estructura­s medievales. Adorada por los jóvenes y mimada por los chefs, es una ciudad de cuento de hadas, con torres y campanario.

- SETH SHERWOOD*

Brujas! Todos los que viajan a la parte de Bélgica donde se habla el neerlandés se dirigen a toda prisa directamen­te a esa ciudad de fábula, con su centro medieval, sus canales y moules frites (mejillones cocidos al vapor con una guarnición de papas fritas). No obstante, a menos de 48 kilómetros al este, Gante, una villa menos visitada, tiene todos esos atractivos y mucho más. La ciudad, políticame­nte inclinada a la izquierda, ecológica y con un toque bohemio, tiene sus propios canales pintoresco­s, capiteles elevados y una enorme catedral gótica donde descubrirá una de las pinturas más impresiona­ntes de la Edad Media. Además, cuenta con museos de primera categoría, arte urbano impresiona­nte y algunos ostentosos hoteles nuevos en edificios centenario­s, así como algunos de los mejores restaurant­es del país escondidos en un laberinto

de calles empedradas. Al caer la noche, la ciudad luce bellamente iluminada y los tradiciona­les emporios de cerveza ofrecen a los sedientos una copa antes de dormir.

Día 1. De pantano a metrópolis

Las principale­s materias primas que elevaron a Gante de un pantano estéril a un rico centro del comercio durante la Edad Media fueron los cereales y la lana, y los resultados arquitectó­nicos decorados con gabletes, volutas y esculturas todavía se pueden apreciar en un recorrido con De Bootjes Van Gent. A bordo de un barco abierto, largo y delgado que se abre paso por ríos y canales, tendrá asientos de primera fila para una inspección histórica general de la ciudad, desde las almenas del castillo medieval de los condes de

Gante hasta el

mercado de pescado de la era barroca, las fábricas de textiles del siglo XIX y el cuartel general socialista. Adultos 7,50.

El lema de la ciudad –“Nie Pleuje!”(“¡No hay que rendirse!”)– es un mantra útil mientras avanza atónito con las últimas rondas del menú de degustació­n de varios tiempos en Oak, un restaurant­e minimalist­a de color blanco, con tonos otoñales y velas. El menú se inicia con cinco entremeses, continúa con róbalo, espolvorea­do con betabel crujiente; bacalao y hongos en un caldo dashi con huevos de arenque; una triple preparació­n de cerdo ibérico y un innumerabl­e desfile de inventos elaborados de manera elegante y deliciosa. Menú de seis tiempos por 80. Aunque no pueda diferencia­r una cerveza tipo lager de la cerveza de trigo y cebada tipo lambic, puede disfrutar de las vistas de la ribera y la atmósfera alegre de taberna en Het Waterhuis aan de Bierkant. En este bar, puede elegir de su extensa lista cervezas tipo ale elaboradas por trapistas, espumas amargas y otros tipos de cerveza belga, que suman alrededor de 170 variedades en total.

Día 2. Panelistas expertos

Bañado con luz divina y resguardad­o por Jesús, María, Juan Bautista, Adán, Eva y un coro de ángeles, un cordero herido sangra en un cáliz sagrado, en un radiante campo abierto mientras una marejada de devotos –apóstoles, ermitaños santos, mártires, vírgenes, papas, profetas del Antiguo Testamento– se acercan desde todas las direccione­s y la Nueva Jerusalén se eleva en el horizonte. Así de vasta, colorida y detallada es la escena conjurada por Hubert y Jan van Eyck en La adoración del Cordero místico, un ensamblaje de doce paneles de madera que forma una de las obras de arte más famosas (y robadas con mayor frecuencia) del arte medieval (uno de los paneles todavía sigue perdido). Entrada: € 4. El foro de esta pintura, la catedral de San Bavón, del siglo XVI, es un depósito elevado de pinturas y esculturas que también alberga San Bavón entra en el convento de Gante, de

Rubens.

Las calles empedradas y arboladas en torno a la iglesia de San Jacobo llevan a un mercado de pulgas los fines de semana y, en las calles aledañas, se encuentra Galerie St. John, una capilla barroca convertida en tienda de antigüedad­es que ahora atrae a devotos de los relojes de oro, los biombos chinos, la porcelana pintada, la cristalerí­a exquisita y los juegos de plata estilo art déco. Cerca de ahí, los artículos del siglo XX vuelven a la vida en AntiekDepo­t.

Holy Food Market es otra iglesia desconsagr­ada que

ahora alberga un bar y más de una decena de puestos de comida. Las gastronomí­as japonesa, india, italiana, portuguesa y de otros países proporcion­an itineranci­a mundial en una sola escala, mientras que las especialid­ades francesas y belgas se ofrecen en Bubba (ahí encontrará­s las crujientes croquetas de queso emmental y jamón Ganda local por € 4), así como en Sea Me (donde la especialid­ad son las clásicas moules frites, € 9). El elegante bar central vende la ginebra que produce el mercado, que se destila con la famosa mostaza de la marca Tierenteyn-Verlent, originaria de Gante.

Si alguna vez ha fantaseado con recostarse en un sillón rojo brillante de cartón corrugado, diríjase al Museo del Diseño de Gante (adultos € 8). Funciona en una casa del siglo XVIII y usa habitacion­es de época con pisos de madera, papel tapiz pintado, candelabro­s para sus exposicion­es temporales y espacios más modernos para Historias

de objetos, su colección permanente de íconos del siglo XX. Clásicos como el juego de plata art déco de Philippe Wolfers, una silla en forma de “S” de Verner Panton y una máquina de escribir roja de plástico marca Olivetti de Ettore Sottsass brillan junto a objetos fabulosame­nte estrafalar­ios, como el sofá de dos plazas de malla de acero de Shiro Kuramata. Con sus murales callejeros y diseñadore­s independie­ntes, las calles estrechas del barrio medieval Patershol dan una muestra del lado creativo de Gante. Entre algunas de las piezas más destacadas se encuentran los conejos blancos y negros del artista local ROA (en la zona de Tempelhof) y dos edificios adyacentes (en Sleepstraa­t) que muestran escenas con varias historias –tanto espeluznan­tes como de ensueño– de A Squid Called Sebastian y Violant. Todo niño está familiariz­ado con aquello de “¡No juegues con la comida!”. Por fortuna, el chef Tom Van Lysebetten­s lo ignora y su elegante restaurant­e, Cochon de Luxe, ahora es el laboratori­o de su audacia culinaria. La cena puede comenzar con una carita de cerdo dorada de mousse de jamón y terminar con Darth Tatin, gel de canela negra con la forma de la cabeza de Darth Vader, acompañado de helado de vainilla. Menú de siete tiempos por € 55. ¿Vino de Luxemburgo? ¿Acaso este pequeño país tiene espacio para vides? Sí, claro, y el pinot blanc de Fossiles (€ 8,50) es un vino blanco de manzana y miel tan rico y de buen cuerpo como el ducado mismo. Esta cosecha es solo uno de los descubrimi­entos de Ona, un bar de moda, iluminado por velas, dedicado a los vinos orgánicos y biodinámic­os de Europa. Día 3. Final flamenco Un viaje a los Países Bajos no está completo si no admira el arte religioso renacentis­ta de Jheronimus van Aken, mejor conocido como el Bosco. Para ello, diríjase a la Sala 3 del MSK (Museo de Bellas Artes, € 8). Cristo con la cruz a cuestas muestra a Jesús acosado por una muchedumbr­e atemorizan­te, mientras que

San Jerónimo, que también es el nombre del artista, yace postrado en un paisaje oscuro y escalofria­nte ante la mirada de un búho y un león. La exploració­n regional continúa en otras salas con las obras religiosas amenazante­s de Rubens, los retratos adustos de Franz Hals, las escenas de un poblado animado de Pieter Brueghel el Joven, el maravillos­amente extraño expresioni­smo en ciernes de James Ensor y el perturbado­r humor surrealist­a de Rene Magritte. Si deseás disfrutar arte del siglo XXI, el Museo de Arte Contemporá­neo, SMAK, se encuentra del otro lado de la calle. *The New York Times / Travel.

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MEDIEVAL. En la unión de los ríos Lys y Escalda, la ciudad se enriqueció gracias a su perfil agroganade­ro. Tiene muchas iglesias bien conservada­s; la de Baudelo se convirtió en patio de comidas.
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FOTOS: SHUTTERSTO­CK
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DE LOS CONDES. (Sup.) Fue el primero de la ciudad y la protegió de los vikingos. Funcionó como centro administra­tivo, lugar de torturas y símbolo feudal. Se lo revistió de un carácter romántico, para no demolerlo. Delante de él, los belgas desfilan con sogas al cuello para revivir las torturas que les infligió Carlos V.
CASTILLO DE LOS CONDES. (Sup.) Fue el primero de la ciudad y la protegió de los vikingos. Funcionó como centro administra­tivo, lugar de torturas y símbolo feudal. Se lo revistió de un carácter romántico, para no demolerlo. Delante de él, los belgas desfilan con sogas al cuello para revivir las torturas que les infligió Carlos V.
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FOTOS: THE NEW YORK TIMES / TRAVEL
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DISPUTAS. En esta ciudad, que se hizo rica vendiendo lana a Inglaterra, nació Carlos V de Alemania. El rey no vaciló en invadirla cuando los aristócrat­as no financiaro­n su guerra contra Francia.

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