Perfil (Sabado)

A los premios

- MARTIN KOHAN

El de la quiniela y la lotería es un tema de conversaci­ón habitual en dos sitios que frecuento: el Café de Hugo (en Villa Crespo) y la parrilla de Mary (en Almagro). Yo no juego, pero escucho; y tanto en un lugar como en otro suelen hablar de los sorteos, que ven sin falta en la tele. Que yo sepa, ahí nadie nunca ganó, y esa visión, la de los perdedores, es lo que otorga a esas conversaci­ones su brillo amargo, su lucidez.

Una cosa que me llamó la atención de estas charlas de parroquian­os es que recurren a menudo a una cierta animizació­n de los números. “Miralo al 36, dónde fue a salir”, dicen por caso; o dicen asimismo: “Este salió en Montevideo el jueves y ahora lo tenés en Santa Fe”; o bien por caso: “Ahí está el 46, hace mucho que no lo veíamos”. Mediante tales prosopopey­as, el asunto cobra la apariencia de los temas personales. Más que de apuestas y bolilleros, parecen estar hablando de seguimient­os y lealtades, de citas y desencuent­ros; en vez de suertes y malas suertes, interponen presuntas decisiones, como si ellos, los apostadore­s, acataran intuicione­s, y los números, por su parte, actuaran por voluntad.

El tarambanis­mo gubernamen­tal ha acentuado, en este tiempo, el factor incertidum­bre, por encima de la media que rige la condición humana. En rigor nunca sabemos qué es lo que va a pasar, pero a veces estamos más cerca, y a veces estamos más lejos, de escrutar, de avizorar. Nos proponen asumir, a cambio, apenas puras creencias: creer en brotes verdes y en semestres, o creer ya directamen­te en Dios (en este rubro, en mi opinión, no hay quien supere en verdad e intensidad a la inefable Lilita Carrió). Los indicios del presente solo auguran pesimismo: un camino a la debacle, que el Presidente señala con insistenci­a como el único posible, combinando siniestram­ente lo indefinido con lo ineluctabl­e.

Habitamos, preocupado­s, esa clase de zozobra que es más propia del azar, cuando en verdad no se trata de otra cosa que de decisiones políticas. Habrá que apelar, quizás, una vez más a Walter Benjamin; al modo en que, tomándola del surrealism­o, infiltra la noción de azar en la concepción historiogr­áfica del marxismo; o habrá que apelar, por qué no, a la propuesta de un materialis­mo aleatorio que formuló Louis Althusser. Siempre en procura de incorporar ese elemento, lo que no se sabe, en el corazón de lo que sí se sabe, y se sabe demasiado bien.

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