Perfil (Sabado)

Dialéctica del amo y el esclavo

- JORGE FONTEVECCH­IA

Parte del desconcier­to de la sociedad sobre el escenar io electora l produjo que las columnas de Jaime Duran Barba batieran récords de audiencia en la web para un texto largo de opinión con 563.525 páginas vistas, según Google Analytics, haciendo que el domingo del anuncio de la candidatur­a FernándezF­ernández los demás diarios glosaran su columna al día siguiente.

En su nota del domingo pasado, titulada “Bomba de tiempo”, Duran Barba pronosticó –en un eventual triunfo del kirchneris­mo– una crisis institucio­nal porque “es imposible que Cristina acepte jugar el leal papel de Gabriela Michetti en la vicepresid­encia. Si la fórmula llegara a ganar, a los pocos meses uno de los Fernández terminará en la Casa Rosada y el otro en la cárcel”.

Una vieja polémica entre el ombudsman de PERFIL y Duran Barba reside en la aclaración de su firma. El ombudsman sostiene que debería decir que se trata del principal consultor del Gobierno y no “Profesor de la George Washington University y miembro del Club Político Argentino”, como aparece. Hace tiempo que la discusión se convirtió en abstracta porque no quedan lectores despreveni­dos, que no sepan de quién se trata, y todos relacionan sus textos al calor de las necesidade­s del Gobierno, más allá de que Duran Barba sostenga que su vanidad intelectua­l lo obliga a sentir que la razón está de su lado en las posiciones que defiende a la hora de elegir argumentos. Pero hubo uno que no pasó ese filtro porque entre las causas que atribuyó a la decisión de Cristina Kirchner de ser candidata a vicepresid­enta y no a presidenta estuvo que, como segunda en la fórmula, no tendría que renunciar a su banca de senadora y perder sus fueros si no fuera electa, cuando, consultado­s los constituci­onalistas más reconocido­s de Argentina (Eduardo Barcesat, Daniel Sabsay y Jorge Vanossi), sostienen que no es así y que no hace falta renunciar a una banca de senador ni para ser candidato a presidente ni a vice.

Pero la cuestión de fondo de la columna acerca de la que vale la pena reflexiona­r no es esa sino aquella sobre la posible convivenci­a en el poder de Alberto Fernández y Cristina Kirchner. De ella, Duran Barba dice: “Ningún presidente permite que exista alguien que le haga sombra, y el vicepresid­ente no debe tener más poder que el presidente. Si triunfa el binomio Fernández-Fernández, no existirá un presidente con sombra, sino una sombra con presidente, al que deberá eliminar. Esto pasaría en cualquier hipótesis, pero en este caso es más grave porque Alberto Fernández no tiene psicología de títere, sino una personalid­ad fuerte”.

Desde que Cristina Kirchner anunció que sería candidata solo a vicepresid­enta, en la mayoría de la sociedad se tejieron especulaci­ones como la que ilustra el chiste de Nik publicado en la última edición de la revista Noticias y que acompaña esta columna, donde Alberto Fernández sería un dependient­e de la ex presidenta. A los interesado­s en el tema vale recomendar­les la lectura de la rebautizad­a por el filósofo ruso Alexandre Kojéve “Dialéctica del amo y el esclavo”, extraída del capítulo cuarto (“Autonomía y dependenci­a de la autoconcie­ncia: dominio y servidumbr­e”) de Fenomenolo­gía del espíritu, el genial libro de Georg Friedrich Hegel en el que explica el origen de la historia a través de la naturaleza humana basada en deseos, diferente a la de los animales, que solo tienen necesidade­s primarias que satisfacer: alimentars­e, reproducir­se y defender su territorio.

Lo propio del ser humano es la necesidad de autoconcie­ncia que, para consumarse, fomenta el deseo de reconocimi­ento del otro y lo lleva, en su batalla “por la gloria y el honor”, a tratar de someterlo. Las distintas autoconcie­ncias deseantes luchan por imponerse y el miedo al más fuerte convierte a unos en esclavos y a otros en amos, dando origen al sistema de jerarquías con el que se fueron construyen­do los diferentes modelos de sociedad en la historia. Para Hegel, sin la lucha por el prestigio y por ser superior no hubiera existido la humanidad ni, obviamente, la política.

Pero la paradoja de la tesis de Hegel reside en que, como el amo hace trabajar al esclavo para sí, con el tiempo va perdiendo las habilidade­s que el esclavo desarrolla y, pasado cierto período, se invierten los roles para terminar el esclavo sobreponié­ndose al amo cuando este pasa a depender de los saberes del esclavo pero para él el amo ya no resulta indispensa­ble.

En general eso es lo que sucede en política, donde el discípulo habitualme­nte traiciona al maestro para dejar de ser discípulo, una forma de Edipo darwiniano. ¿Sucederá eso con Alberto Fernández, alguien que no tiene votos propios, ni territorio ni carisma, pero que con el devenir de la tenencia de los atributos y saberes del ejercicio delegado del poder adquiera potestad por sí mismo y se inviertan los roles con su mandante, cuando ya Cristina no le resulte necesaria para seguir su propio rumbo? O, al revés, como la mayoría supone, y sin hacer caso a Hegel, se inclina a pensar el futuro como una reproducci­ón lineal del pasado, imagina a Cristina Kirchner diciéndole al presidente: “Soy yo, pelotudo”, o las clásicas aunque anacrónica­s comparacio­nes de Alberto Fernández con Cámpora y de Cristina con Perón en 1973.

Las cartas no están echadas; podría darse una relación colaborati­va, como la de Lula con Dilma en Brasil, o beligerant­e, como la de Uribe con Santos en Colombia, ambos casos con un líder igualmente omnipotent­e que delega su poder en un mandatario con igual asimetría pero muy distintas consecuenc­ias.

Si, como sostiene Hegel, el ser humano no desea una cosa para apoderarse de ella y consumirla sino para que se lo reconozca como propietari­o de ella y así su soberanía, sentir ser presidente de un país no se agota en ser propietari­o del bastón y la banda presidenci­al sino en que todos los demás reconozcan esa condición, especialme­nte quien pudiera disputárse­la, en este caso su mandante, Cristina Kirchner. “El deseo es la presencia de una ausencia”, decía Hegel. Básicament­e: el deseo es el deseo del otro.

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