Perfil (Sabado)

Las etiquetas no sirven

- JULIETA WAISGOLD *

El anuncio de la fórmula Alberto Fernández- Cristina Fernández de Kirchner dejó al discurso sobre el país dividido en tiempo de definicion­es. En las conversaci­ones de café, en los medios y en las redes sociales desfiló la impresión de que algo se había movido y eso que llamábamos grieta ya no volvería a ser exactament­e lo mismo.

Ningún sentido social en circulació­n desaparece por completo de un día para otro. Y frente a la ansiedad por decretar si la polarizaci­ón ha muerto, o no, es bueno mirar el espejo de Europa, donde se desvaneció la frontera entre izquierda y derecha. En el viejo continente la pérdida de agenda propia de la socialdemo­cracia hizo crecer a la ultraderec­ha, cuando muchos trabajador­es que dejaron de sentirse representa­dos encontraro­n en el extremo a alguien que hablaba en nombre del pueblo.

En nuestro país en cambio, al compás de las experienci­as progresist­as latinoamer­icanas, surgió una expresión radicaliza­da de la política que puso un hiato, diferenció con claridad –dependiend­o qué lado se elija– populismo e institucio­nalidad, o gobiernos populares y de derecha. De esta expresión que fue caracteriz­ada como “la grieta” no surgió, sin embargo, ningún emergente de los extremos al modo europeo.

Nuestra grieta tiene sus palabras y sus imágenes, y supo ser un potente dador de significad­os sociales. Su hito fundaciona­l, cuando el gobierno de Cristina Kirchner se enfrentó con las patronales agrarias en 2008, aglutinó

demandas variadas e intereses bien distintos.

Muchos interpreta­ron el enfrentami­ento que generó la Resolución 125 como el producto del corrimient­o del velo social. Al fin se veía la verdad.

Sin embargo, hasta ese momento, el campo no era el actor político central. Más allá de tensiones latentes, no era obvio que iba a ser el socio fundador de un conflicto tan resonante, de forma propia, particular e irrepetibl­e. No fue una resolución de rango ministeria­l sino la política la que imprimió el sentido final.

Este fue el puntapié del aspecto productivo de la grieta, en el que el discurso tuvo capacidad performati­va y delimitó con precisión una diferencia política. En una etapa histórica de dispersión social, en lugar de licuar, se dio nitidez a las posiciones y se generaron espacios de identifica­ción colectiva.

¿Vida eterna a la grieta entonces? La grieta que comenzó la Resolución 125 no es un dato geográfico, una fisura que divide la Ciudad de Buenos Aires justo a la altura del Monumento a los Españoles, sino que fue una construcci­ón contingent­e, un sin querer queriendo. Una creación que se inscribió en el discurso y en la forma de articular política del kirchneris­mo y de la oposición de entonces.

Sin embargo, a partir de ahí, oficialism­o y oposición llegaron sin saberlo a un nuevo punto de estabiliza­ción y acuerdo. Todos comenzaron a normalizar­la, a tratarla como un fenómeno preexisten­te, autónomo, situado fuera de los límites de lo que el discurso es capaz de anudar. Como si la diferencia entre sectores políticos no fuera algo dinámico capaz de emerger a través de mil nombres, se empezó a buscar grietas en cada política pública, en cada acción y en cada gesto.

Ahí se renunció a la posibilida­d de que el lenguaje juegue su rol de rearticula­dor, se relegó la faz activa de la política, su potencia y su capacidad productiva. Una capacidad que parece haber reaparecid­o en la oposición con el anuncio de Cristina Kirchner de una fórmula presidenci­al que corrió el eje y movilizó a todo el tablero político.

Las etiquetas no solo no ayudan a construir un proyecto de futuro que acepte la diferencia, sino que pueden acercar al país peligrosa y paradójica­mente al desencanto político que atraviesa la actualidad europea y que deberíamos evitar. No se trata de si la grieta sí o la grieta no, sino de que el uso o la negación de un significan­te no encierre a los proyectos políticos.

Cuando digan que la grieta ya fue, deberíamos contestar “depende”.

*Especialis­ta en Comunicaci­ón Política. Maestranda en Universida­d Austral.

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CEDOC PERFIL RESOLUCION 125. Hasta ese momento el campo no era un actor político central.

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