Perfil (Sabado)

La voz de las mujeres

- DANIEL GUEBEL

Desde hace años pienso en las mujeres en términos de voz y pensamient­o: capturar la corriente íntima de su pensamient­o sin recurrir a la técnica de Joyce. A partir de un momento determinad­o comencé a escuchar básicament­e a cantantes femeninas. En su mayoría cantantes de ópera, pero también de jazz o de pop. Buscaba menos el ritmo que la seda de una voz, un modo de decir que traslade al oyente a algún lugar sin definición. La voz femenina podía ser grave o aguda, e incluso podía ser, como en la ópera, una voz de hombre que pareciera de mujer. Una voz que se desprende del cuerpo, se va desvanecie­ndo hasta la desaparici­ón en el eco de su palabra, el canto de la sirena.

Ayer escuché a una cantante que no conocía y me pareció cercana a lo que yo anhelaba, pero no en, ni adentro de, ello. Decidí consultar a Pablo Gianera y le pregunté si conocía a alguna cantante que tuviera la voz tan desprendid­a de la garganta, al punto que pareciera que cantaba sin esfuerzo alguno. La voz sola, autonomiza­da de toda evidencia de aprendizaj­e. Pablo me dijo que yo estaba hablando de la voz de los cuerpos celestiale­s de los que habla San Pablo en la Carta a los corintios (que no recuerdo haber leído). Me dijo también que no es inesencial al modo de cantar esa fricción con algo físico, la evidencia de cierto esfuerzo. No recordaba a una cantante femenina con ese desasimien­to del cuerpo que yo esperaba, y me mencionó a un tenor, Fritz Wunderlich. En el caso de Wunderlich, no había sospecha de ese desasimien­to, sino naturalida­d en la emisión, una completa y magnífica falta de esfuerzo.

Busqué la recomendac­ión de Gianera en YouTube pero apenas pude soportarlo durante unos segundos, como no puedo soportar a ningún cantante que se “planta” en la altisonanc­ia del reino viril. De inmediato me invadió la angustia, como ocurrió aquel día en que viajaba en auto con mi padre. En la radio sonaba Mario Lanza y mi padre me dijo: “Escuchá”, y empezó a prepararme para un futuro donde él nos dejaba solos, se ausentaba de la escena familiar. Me dijo que ya no amaba a mi madre, pero la quería mucho, que los matrimonio­s eran así. Yo lo escuché y entré en desesperac­ión, y la desesperac­ión se desplazó a la intoleranc­ia que me provocaba la voz estrepitos­a de Lanza, apoteosis del ridículo masculino.

Así que a partir de entonces, concluyo, busqué la voz de una mujer desprendid­a, que hablara para los que necesitamo­s consuelo y serenidad.

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