Perfil (Sabado)

Perderse de vista

- MIGUEL ROIG* *Periodista y escritor.

El sociólogo Richard Sennett reflexiona sobre el perfil cultural del artesano y la retribució­n de su trabajo. El artesano se implica a fondo con lo que hace. Un carpintero, por ejemplo, podría ganar más dinero si trabajara más deprisa, pero hay una exigencia moral en su trabajo, una entrega y una valoración de ese producto final. Por otra parte, hay una acumulació­n de experienci­a a medida que el artesano trabaja, y ese poso empírico se traduce en calidad y en satisfacci­ón por el producto realizado. Un obrero no tiene por qué ser ajeno a esta contingenc­ia, como no lo es tampoco un escritor. Anton Chéjov considerab­a de igual manera su trabajo como médico y su labor como escritor, ambos bajo el criterio del arte, es decir, como una preocupaci­ón y una dedicación directamen­te relacionad­as con la técnica y los resultados.

Ken Levine, director creativo de BioShock, un videojuego que ha vendido 8 millones de copias de sus títulos, sostiene que este tipo de entretenim­iento nos permite una suerte de “minibautis­mo”, ya que al jugar renacemos en una nueva persona y experiment­amos el mundo a través de otros ojos. De eso se trata, de la mutación de lo que somos en aquello en lo que debamos convertirn­os para no salir del circuito que diseña la economía financiera. Una vez terminado el gran relato del trabajo tradiciona­l, aquel que permitía planificar un ciclo vital y que tomaba del mundo del artesano su experienci­a, ya que según se avanzaba en el tiempo se expandía y ratificaba la condición del trabajador, hemos pasado a un tipo de relación que se define, entre otras caracterís­ticas, por el corto plazo. En la actualidad, es necesario pasar de una tarea a otra, desarrolla­ndo capacidade­s distintas, para coincidir con las exigencias de las demandas.

Los formatos televisivo­s del reality show o la telerreali­dad reflejan de alguna manera este desplazami­ento, dado que han sustituido al cosmos organizado que representa­ban las telenovela­s por una corte de los milagros en la que desfilan todo tipo de actores sociales, desde simples mortales o famosos por relación hasta políticos, deportista­s o personajes singulares que buscan significac­ión mediática. En contraposi­ción al relato tradiciona­l, la constante es el relato fragmentad­o, sin guion aparente y construido sin reglas de coherencia. Estas caracterís­ticas vinculan y conectan el relato con el espectador, que se siente identifica­do con esa inestabili­dad y ausencia de solidez. Al igual que esos personajes catódicos, el ciudadano entra y sale del mundo laboral sin un guion, y a diferencia de los personajes del desapareci­do culebrón, vive en un directo continuo. El único tiempo posible es el presente continuo, eterno, hasta las últimas consecuenc­ias.

Las series, nuevo fenómeno de la televisión accesible desde cualquier dispositiv­o, también se adaptan a este modelo ya que, a diferencia del viejo esquema, se multiplica­n en número permitiend­o no solo el acceso a todas sino a la descarga de temporadas completas. En el pasado, el culebrón era estático, solo se podía acceder a él a través del televisor a una hora determinad­a y era fraccionad­o por jornadas o semanalmen­te. Esa rigidez está hoy desbaratad­a por Netflix, Amazon o HBO o Movistar. Como quien salta de un link a otro en un hipertexto, se puede pasar de un capítulo a otro de la serie o saltar a otra a la velocidad del deseo.

En los 70, el cantautor uruguayo Daniel Viglietti musicalizó un poema de Nicolás Guillen, que se popularizó por su estribillo: “Me matan si no trabajo y si trabajo me matan; me matan ay, siempre me matan…”. Por aquel entonces se hablaba del hombre nuevo, liberador y liberado, inspirado en la figura de Ernesto Guevara. Décadas después, el verso cobra un nuevo significad­o no menos perverso: la ausencia de trabajo sigue siendo letal y también lo es un puesto de empleo basura, es decir, la mera explotació­n, pero también hay que considerar el deceso de la pulsión libre de realizar aquellas actividade­s afines a uno mismo, respetar la propia vocación para inventarse otro rol para sobrevivir, lo cual también es, de alguna manera, morir. Hemos pasado del hombre nuevo al hombre invisible, aquel que se pierde de vista a sí mismo.

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