Perfil (Sabado)

La importanci­a del ridiculum vitae

- CARLOS ALVAREZ TEIJEIRO*

Así de fulgurante resplandec­e la sonrisa ante el infortunio: “Aprende a reírte de ti mismo y nunca dejarás de divertirte.” Esto escribió Tomás Moro a su hija Megan (Margaret) semanas antes de ser ajusticiad­o en la Torre de Londres por orden del rey Enrique VIII (1535).

Cuando subía al cadalso en el que habrían de decapitarl­o, muy debilitado por un extenso período de reclusión, dijo a sus carceleros: “Ayúdenme a subir, que para bajar ya me las arreglaré yo solo.”

Y ya en el patíbulo acomodó su larga barba para que sobre ella no cayera el hacha del verdugo argumentan­do que la barba “no había ofendido en nada a su Graciosa Majestad”.

¿Cómo cabe explicar este increíble e indómito buen humor, incluso en las circunstan­cias más trágicas?

A lo largo de la historia ha habido –y sigue habiendo– innumerabl­es hombres y mujeres, sencillos y anónimos, absolutame­nte despreocup­ados, desprendid­os y hasta despreveni­dos de su ridiculum vitae (faltas, errores, defectos, imperfecci­ones, fragilidad­es, fallos…), al que atesoran piadosamen­te con esa “ternura común por las cosas” de la que hablaba Hegel en la Ciencia de la lógica (1813).

Esa ternura ante la fragilidad e imperfecci­ón, propia y ajena, es una forma de lúcida y profunda comprensió­n de lo que significa ser humanos, ternura incluso ante los naufragios y desastres de los que no están desprovist­as algunas vidas.

Los hombres y mujeres que han sabido acoger su ridiculum vitae son también los que han aprendido, a base de esfuerzo, a no tomarse demasiado en serio a sí mismos.

Por eso la ternura está tan relacionad­a con el sentido del humor. Solo quien experiment­a a diario y en cada instante esa ternura común por las cosas puede distanciar­se de sí mismo con una mirada no irónica, sino compasiva. Y quizás la compasión no sea sino una forma de humor, al menos en el sen

tido en el que los antiguos se referían a los humores.

Pero el humor trae consigo más beneficios, entre los que no es nada menor el de la humildad. Solo es posible desprender­se del propio ridiculum vitae mediante una actitud humilde ante la realidad de todo lo que acontece: no somos tan importante­s.

Y la humildad viene de la mano de un respeto profundo ante todo lo que vive, ante lo que no cabe otra actitud sino el cuidado, la procura.

Así, asistimos ante todo lo real y en la doble acepción de la palabra asistir: presenciar y auxiliar. Y asistimos convencido­s de que nuestra procura puede concurrir en el beneficio de aquello que asistimos, fundamenta­lmente nuestros semejantes. Esto es posible porque los que han abandonado su ridiculum vitae son profundame­nte optimistas y creen en el futuro sin desatender el presente por suficienci­a pretencios­a.

Pero no todos ni todas son así. Una muestra poderosa y postrera del excelente buen humor de Tomás Moro es que haya terminado por convertirs­e en el santo patrono de los políticos y los gobernante­s (se lo conmemora hoy), los personajes más circunspec­tos y menos dotados de sentido del humor que uno pueda echarse a la cara.

Ellos y ellas son graves, solemnes, hieráticos, grandilocu­entes, soberbios, vanidosos, llenos de caprichos. Tan dependient­es de su (buena) imagen pública que les preocupa como a nadie el ridiculum vitae pues están, podríamos decir, deseosos de sí mismos, encantados de haberse conocido.

Ignoran minuciosam­ente la graciosa y profunda sabiduría que dice que, cuanto más preocupado­s estamos por nuestro ridiculum vitae, en más ridiculece­s incurrimos.

Siempre severos, no toleran la fragilidad ni la imperfecci­ón ni en ellos ni en sus equipos de trabajo, y mucho menos el naufragio, al que algunos de los cuales están irremisibl­emente condenados.

Pero lo peor de todo es que no toleran la fragilidad ni la imperfecci­ón en sus gobernados, a los que viven retando mediante eslóganes y consignas por no estar presuntame­nte a la altura de las circunstan­cias.

Por fortuna, la sabiduría popular de los gobernados suele encontrar abundantes recursos para reírse de ellos y no tomarlos excesivame­nte en serio. A veces, pocas, es lo único que nos queda a los gobernados. Pero es una muy saludable medida para mantenerno­s cuerdos en un mundo de locos. *Director de la Maestría en Comunicaci­ón para la Gestión del Cambio, Universida­d Austral.

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CEDOC PERFIL TOMAS MORO. Ejerció el buen humor hasta último momento.

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