Perfil (Sabado)

CONTRA EL VIENTO HELADO

En un puñado de islas muy próximas a Terranova, la pesca de la langosta sigue siendo un savoir faire exclusivo y artesanal que pasa de padres a hijos -o hijas- descendien­tes de inmigrante­s franceses.

- VERENA WOLFF*

Las tres de la madrugada es la hora pico en el puerto de la isla GrandeEntr­ée. A principios del verano ya a esta hora el sol se encuentra sobre el horizonte desde hace rato. Los hombres echan con sus palas hielo sobre el pescado que hay en las cajas a bordo de las barcos de pesca. Hace frío. Aquí, en el este de Canadá, las temperatur­as pueden ser heladas en el verano. A estos hombres no les importa. Parten del mayor puerto de las islas de la Magdalena y buscan las jaulas-trampa con las que atrapan langostas en el Golfo de San Lorenzo. “Podemos pescar langostas durante diez semanas”, dice John Gee, quien parte con su capitán a bordo. La temporada arranca a mediados de mayo. Todas las noches, estos hombres de mar se adentran en el golfo que se encuentran entre las provincias canadiense­s de Quebec, isla del Príncipe Eduardo y Terranova. Un barco de tamaño similar se detiene en el muelle. Su capitán viene de atrapar cangrejo azul de las nieves. “La temporada es muy agotadora para los pescadores”, cuenta Gilles Lapierre, que vive desde su infancia en el pequeño archipiéla­go y cuyo árbol genealógic­o incluye nueve generacion­es de franceses. Pero los frutos de mar son una buena fuente de ingresos. Y las licencias para la pesca son escasas. “Por lo general, se pasan dentro de la misma familia”, dice Lapierre. “Al hijo, y a

veces también a la hija”. Y si alguna vez se libera un permiso, puede costar hasta 500 mil dólares canadiense­s (unos 371 mil dólares estadounid­enses). De todas formas hay listas de espera, ya que la langosta encuentra compradore­s más allá de Canadá. Durante mucho tiempo no hubo cuotas y todos podían pescar lo que querían y cuando querían. Pero las trampas comenzaron a quedar vacías. Se había producido una sobrepesca. “Antes la langosta ni siquiera figuraba en el menú”, explica Lapierre recordando su infancia. “En ese entonces se la considerab­a comida de pobres”, añade. Hoy en día, la langosta, el bacalao y el rodaballo se encuentran bien arriba en los menúes de los restaurant­es insulares. Pero los crustáceos no son lo único que se obtiene en las islas. Hay también una quesería y una cervecería fundada por dos mujeres: À l’Abri de la Tempete. Élise Cornellier Bernier y AnneMarie Lachance querían producir una cerveza distinta. Su cerveza clara con sal marina y limón se llama Cale-Sèche. Además, a las dos empresaria­s les gusta practicar kitesurf.

“Por la mañana puedes fijarte en cómo está el viento y elegir una playa para hacer kite”, dice el canadiense Steve Mantha, quien pasa todos los veranos en las “Maggies” y da clases de kite. Siempre hay viento más que suficiente. Menos ventosas son las excursione­s al golfo en kayak. En las orillas de las islas hay grutas en las que se puede nadar con traje de neoprene y casco. En el puerto de la Île de la Grande Entrée, en tanto, la pesca es trasladada al camión refrigeran­te. Los pescadores sacan del agua muchas toneladas durante la breve temporada de langosta, que dura hasta fines de julio.

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Hace cincuenta años en esta zona, comer langostas era de gente pobre. Hoy la a demanda los desborda. GOLFO DE SAN LORENZO. Hasta aquí llegan las aguas de los Grandes Lagos. La riqueza marina del agua no tiene par.
FOTOS: DEUTSCHE PRESSE AGENTUR SORPRENDEN­TE. Hace cincuenta años en esta zona, comer langostas era de gente pobre. Hoy la a demanda los desborda. GOLFO DE SAN LORENZO. Hasta aquí llegan las aguas de los Grandes Lagos. La riqueza marina del agua no tiene par.
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