Julieta Díaz en su mejor trabajo en cine
Marcos Carnevale ha buscado, como casi ningún director argentino, generar un estilo de cine que apela al sentimiento. Y eso implica, claro, que muchas veces su obra sea juzgada por igual desde su capacidad de evocar una búsqueda de emoción popular, con más o menos sutileza pero siempre con igual oficio, y su capacidad de leer la idiosincrasia argentina. Se diga lo que se diga, se piense lo que se piense, ha generado una constancia única, que adquiere en No soy tu mami su más poderosa versión. Y la virtud de ese poder no es tanto la forma de encarar una idea de maternidad enojada con la maternidad más tradicional, o, por intentar ser más quirúrgico, esa idea de maternidad que oxida la posición de la mujer en la sociedad y se presta más a memes del estilo “una madre es…” y así la perorata. La real virtud de No soy tu mami es darle a Julieta Díaz todo el cine que se merece y desde allí permitirle construir un personaje que se encuentra entre los más humanos del director.
Y es la misma Díaz quien
aprovecha y perfecciona. Lejos de su rol en El fútbol o yo, su anterior colaboración con Carnevale y una película que quería evitar que ella fuera una caricatura de la “esposa cansada del fútbol” pero se pisaba sus propios cordones en el intento, aquí Díaz es directora de una revista para mujeres, una que busca ser distinta, y desde un bajón en las ventas se ve obligada a escribir una columna sobre sus “razones para no ser madre”. Desde esas columnas y situaciones, la película a veces es una comedia lograda, sentida, a veces más deshilachada, a veces un poco demasiado confiada en personajes ranciones (obvio que existen personas rancias, oxidadas, pero en pantalla se fosilizan aún más rápido y hablan de quién los diseñó para hablar del mundo antes que de cualquier otra cosa). Es su éxito, el de su columna, el que comienza a reconfigurar su día a día y se convierte en el catalizador de una comedia que gracias a Díaz encuentra sus mejores pasos cuando la suelta, y falla cuando se fascina con determinadas moralejas para, sin quererlo, ahí perder sus virtudes.