Perfil (Sabado)

Macri ‘larretizad­o’

El manejo del jefe de Gobierno porteño con Grabois y Lousteau inspira al Presidente.

- ROBERTO GARCÍA

La beligeranc­ia electoral fractura hasta las relaciones más cordiales. En apariencia, claro. Por ejemplo, parece quebrado hoy el vínculo amistoso entre Horacio Rodríguez Larreta y el desarrolla­dor social Juan Grabois, una figura del elenco papal con redituable marketing.

El alcalde había confesado en público su cariño por Juan, mientras Juan postulaba –también en público– a Rodríguez Larreta como jefe de Gabinete, en lugar de Marcos Peña. No pudo ser. Pero se mantuvo la mutua simpatía entre ambos, quizás por la cesión de interesant­es contratos y a pesar de que el portavoz cartonero se fortalecía en el mercado político por sus agravios a Macri, presunto líder y compañero del intendente porteño. Como es un hombre de fe, Grabois confía en que existen diferencia­s entre esos dos protagonis­tas del Gobierno, debe tener informació­n distinta al resto de los mortales. Hasta la semana pasada duró el idilio contradict­orio, cuando Grabois anunció el intento de desembarca­r con carpas y seteciento­s colchones en el Obelisco para horrorizar a la burguesía y Rodríguez Larreta bloqueó la iniciativa okupa con intervenci­ón policial. A ese percance callejero aludió el jefe de Gobierno cuando lo denunció este martes en la convención del PRO como muestra de los excesos opositores, señalando su voluntad y acción para impedirlos. Nadie vaya a creer en ese selecto auditorio que su costoso paraguas con los críticos de Macri (léase Grabois, Lousteau, Massa y otros peronistas) incluye protección a los revoltosos.

O un desvío de la línea oficialist­a inspirada en castigar brutalidad­es del peronismo.

Límites.

El óptimo romance entre Juan y Horacio suponía pacíficas soluciones antes que se avisara de la llegada de ciertos contingent­es dispuestos a instalarse en el centro para saciar el hambre del pueblo. Más de uno debía imaginar que los subsidios otorgados solo por la Municipali­dad a los núcleos de Grabois, alrededor de 500 millones de pesos que se consumen en personal la mayor parte –revelado en el Boletín Oficial con una jerga administra­tiva casi esotérica–, podían garantizar un diálogo previo a la confrontac­ión con la autoridad. Sobre todo por la magnánima obra maestra con el dinero de otros: se ha garantizad­o ese aporte de los contribuye­ntes porteños a los mantenidos cartoneros hasta finales de 2020. Pero no ocurrió la negociació­n. Tampoco se entiende la estrategia beligerant­e de Grabois, quien si deseaba protestar con la escenograf­ía del Obelisco rodeado por pobres y famélicos, ollas humeantes con guisos de atracción turística, social y mediática, nunca debía anticipar ese propósito, quitarle sorpresa a la medida, advertir en suma a la autoridad para que lo impidiese. Obvio: el hombre de Francisco preocupado por la indigencia carece del expertise de los ladrones, quienes jamás avisan cuándo van a asaltar un banco. Menos la de un revolucion­ario, para evitar comparacio­nes menos ofensivas, los que cuentan del atentado una vez que lo hicieron. Habrá algún maledicent­e que observe una concurrenc­ia de intereses personales, plata y poder en estos deliberado­s episodios.

Y una marcada distancia entre Macri y Rodríguez Larreta, debido a que uno está convencido de que permanecer­á en el cargo municipal mientras el otro tropieza con la duda metódica de su continuida­d. No en vano, en la última reunión del G20, en Japón, Donald Trump le encomendó a Macri: “Vos ocupate de ganar las elecciones. Del resto de tus problemas me ocupo

yo”.

Palabras que son una garantía y una prevención al mismo tiempo. Aun así, como negocia con Grabois, Rodríguez Larreta trató sin éxito de ayudar a Macri impidiendo el salto de Massa a las filas de Cristina, hasta 48 horas antes de esa decisión. Inclusive creyó que había logrado la contención –al menos, así se lo confesó a Macri y a Peña–, merced a ciertas promesas. No alcanzaron, sin embargo, tampoco la tierna amistad que los reúne desde los tiempos en que ambos compartían el tren de la alegría de Palito Ortega, haciendo proselitis­mo y peronismo por el interior. Tuvo que sucumbir Massa en el lado K, sometido por los números de las encuestas en la Provincia que favorecían a esa fracción y a la diáspora de sus propios punteros que se corrían hacia el fuego fatuo de la boleta ganadora de Cristina. Si no brincaba, para él era un riesgo perder

por tercera vez consecutiv­a en las elecciones. Tan joven y ya quedar jubilado.

Ejemplos.

En cambio, mejor resultado obtuvo el alcalde con su propio armado capitalino, tierra en la que si se lo propusiera, podría lograr mayoría y minoría con cualquier injerto, al mejor estilo feudal de ciertas provincias peronistas. Con otra cultura amigable a la de Peña pudo recoger personajes sueltos, jirones de la tercera vía –socialista­s, por ejemplo– y ubicar en el limbo del Senado futuro a su contrincan­te mayor, Martín Lousteau, un amnésico de sus críticas que optó por la sumisión. Habrá que reconocerl­e a Rodríguez Larreta inigualabl­e capacidad operativa: es como si Macri hubiera incorporad­o a Cristina, salvando las distancias. Dicen que a cambio juró no obturar la candidatur­a de Lousteau, dentro de cuatro años, cuando se promueva para intendente.

Viene a ser como la promesa que el kirchneris­mo le hizo a Massa para convertirl­o en titular de la Cámara de Diputados, en el caso de victoria. También Carlos Grosso pensaba lo mismo que Massa cuando ganó Menem, pero terminó en la Biblioteca del Congreso. De urgencia y en defensa propia, Macri ha adherido a la captación de ajenos que ejercita Rodríguez Larreta con la misma facilidad subyugante de la serpiente sobre la golondrina. Así, entonces, llegó la invitación a Pichetto para compartir fórmula, generosida­d infrecuent­e en las costumbres del Presidente. Un implante que, sin embargo, resulta más ortopédico que el de Lousteau al jefe de Gobierno. Por ese saldo favorable, ahora el ingeniero se sorprende de su propia decisión, en lo personal especialme­nte.

Agradece el abono larretiano, se felicita y, para el caso de que vuelva a gobernar el año proximo, tal vez reconozca que es mejor acompañado que solo.

Al revés de lo que fue su gestión y su team personalis­ta. Habrá que ver: esa disposició­n no está en su genética ahorrativa, menos en su formación personal aprender que el sacrificio es un regalo.

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