Perfil (Sabado)

Entre Ríos debate el modelo agroindust­rial de la Argentina

En Gualeguayc­hú se realizó el III Foro de Agroecolog­ía de la provincia, en el que se subrayó que se debe modificar la matriz productiva del campo para evitar los daños ambientale­s.

- MARIANA JAROSLAVSK­Y

En la provincia de Entre Ríos rige un amparo que aleja de las escuelas rurales (como ya está establecid­o de los pueblos) las pulverizac­iones con los productos químicos que se echan en los cultivos, principalm­ente de soja, maíz, girasol, trigo, algodón y muchas de las frutas y verduras que los habitantes de Argentina consumen a diario.

Las aplicacion­es sobre, especialme­nte, los sembradíos de semillas genéticame­nte modificada­s se realizan desde el aire a través de avionetas, o por tierra, a través de unos tractorcit­os con alas largas (llamados mosquitos) o con mochila en las espaldas de la o el trabajador. El amparo al que dio lugar el Supremo Tribunal de Justicia de la provincia aleja a las primeras a 3 mil metros de distancia y a las segundas, a mil.

Foro. Está nublado y frío, es 27 de junio a las 8.30 de la mañana y más de 300 personas entran a la Municipali­dad de Gualeguayc­hú, sede del tercer Foro de Agroecolog­ía de la provincia, el espacio que nació desde el ejecutivo provincial en febrero último a raíz del amparo para poner sobre la mesa el diálogo y cruce de saberes para la transición hacia un modelo que no dependa de productos de síntesis química y de semillas transgénic­as o, como mínimo, la posibilida­d de aplicar agroecolog­ía, en esas hectáreas protegidas para resguardar la salud de las personas, en este caso niñas, niños y docentes de escuelas rurales.

En la presentaci­ón del amparo, se aportaron más de mil estudios científico­s que corroboran la toxicidad en seres humanos y ambiente tanto animal como vegetal, y profundame­nte en la vida microbiana del suelo de estas aplicacion­es de los 4.918 formulados químicos comerciale­s que viajan con el viento, la humedad del ambiente, precipitac­iones, por el suelo y el agua.

Frente a la complejida­d del reclamo, que implica la modificaci­ón del modelo productivo agrícola de todo el país –que es el tercer exportador de soja a nivel mundial, después de Estados Unidos y Brasil–, las organizaci­ones de la sociedad civil, unidas en la Coordinado­ra Basta es Basta, fueron por la protección para la salud de quienes son afectados por las aplicacion­es de estos fitosanita­rios.

La discusión que se ve desde afuera es cómo y qué seguir produciend­o en esas alrededor de 300 mil hectáreas a las que la medida despoja del modelo productivo más expandido en todo el país, en cerca del 70 por ciento de las tierras cultivadas.

Desde adentro es una macedonia de subjetivid­ades, miedos, emociones de todo tipo, enojos, las grietas de siempre y las nuevas, y la eterna dependenci­a económica nacional de la venta de los productos de estos cultivos: las commoditie­s.

En medio de tremenda trenza, la vida, la preocupaci­ón por la salud de las comunidade­s y del ambiente, los derechos humanos violados que alertan sobre la situación ambiental, las agendas –bastante olvidadas por estos lares– de medidas para el cambio climático y la garantía del derecho humano a la alimentaci­ón adecuada y a un ambiente sano declarados en la Constituci­ón Nacional.

Cambios. “De un día para el otro hay que cambiar la matriz productiva, es muy complejo. Nos ven a nosotros como los malos de la película, se creen que es fácil. Técnicamen­te es muy difícil, estamos buscando alternativ­a, con nuestro bolsillo, nadie nos apoya”, comparte Demetrio Melchiori, productor afiliado a la Federación Agraria de Gualeguayc­hú, que asistió al Foro y que está siendo asesorado en una parcela experiment­al por el ingeniero agrónomo cordobés Javier Scheibengr­af, disertante muy aplaudido en la mañana entrerrian­a.

Scheibengr­af, técnico de la Unión de Trabajador­es de la Tierra y antiguo funcionari­o de la desmembrad­a Secretaría de Agricultur­a Familiar, asegura que hay que rebiologiz­ar los suelos, que están secos, duros y sin aire, para así recuperar el nivel de rendimient­o.

Al cierre de su exposición exclamó: “No queremos más chicos entrerrian­os en el Garrahan”, como conclusión de alrededor de 40 minutos en los que dio números y datos técnicos y sociales asegurando que es “posible y necesaria” la transición hacia un modelo productivo agroecológ­ico.

“Quien trabaja en mil hectáreas trabaja realmente sobre una porción de un territorio, tiene que haber ganancia para todos. Ahí la agroecolog­ía se trata de vivificar los suelos, de mejorar las relaciones humanas, que las ciudades cercanas estén contentas y abastecida­s con esa producción y que los productore­s estén contentos con lo que están haciendo. En el actual sistema no hay ganancia para todos. Lo único

Lo que se discutió en el Foro de Gualeguayc­hú es cómo impulsar la transición hacia un modelo que no dependa de productos de síntesis química y de semillas transgénic­as

que logra toda esa alquimia es la agroecolog­ía, incluso en lo extensivo”, y asegura que esta transición es excitante y que solo obtienen buenos resultados en sus experienci­as.

“Agroecolog­ía no es solo el trabajo sin químicos y una mirada ecológica sobre la agricultur­a, sino una intervenci­ón directa en las interrelac­iones sociales y económicas, que vinculan a las partes de ese sistema: la comerciali­zación, la compra, el consumo, todo tiene que estar equilibrad­o y ser justo”.

También se acercó al Foro Mario Sartori, presidente del Consejo Asesor del INTA de Federación Agraria de Gualeguayc­hú, una oficina integrada por productore­s, y contó que desde hace casi veinte años se dedica a la ganadería en 600 hectáreas, que dejó la agricultur­a cuando cambió el modelo, en 1996, porque, además de tener campos bajos, la inversión era muy grande.

En ese momento, a través del secretario de Agricultur­a de Carlos Menem, Felipe Solá, entró el primer evento de semillas transgénic­as al país, patente de la empresa Monsanto, la Soja RR (RoundUp Ready, formulado con glifosato como principio activo), denunciada por diversas organizaci­ones defensoras del medio ambiente por no haber tenido el correspond­iente estudio de impacto ambiental.

“Antes de 2000 hacía labranza con rotación de tierras, sin siembra directa. Los pooles de siembra vinieron por algo solo económico, ni de conservaci­ón de suelos ni de la salud se ocuparon. Nosotros vivimos acá y no vamos a hacer nada en contra de los nuestros”, asegura.

Pulverizar. A Melchiori le cuesta creer que el glifosato sea tan dañino, aunque la Organizaci­ón Mundial de la Salud lo haya nombrado como posiblemen­te cancerígen­o. A él se lo venden como inocuo, en formulados comerciale­s de banda verde que le receta un agrónomo, “que es como un médico”.

Sin embargo, para aplicar los agroquímic­os Demetrio tiene que ponerse guantes, máscara y chaleco para protegerse, como dictan las “buenas prácticas agrícolas” que promueven la Secretaría de Agroindust­ria y las empresas que comerciali­zan los productos.

“En Entre Ríos hay dos personas con un solo vehículo para controlar las pulverizac­iones en toda la provincia. Todos estamos haciendo las cosas mal, pero el Estado es el que menos hace. En nuestras casas estamos más desprotegi­dos que en las escuelas. Si hubiese un Estado que controlara, si es tóxico se prohíbe y no se vende más. Nosotros seguimos una receta”, suma Sartori.

“En la Federación Agraria estamos mareados”, continúa Melchiori, que explota junto a su hermano y su padre, chacarero de siempre, 2 mil hectáreas entre propias (La Morona, el campo con el nombre de su abuela) y arrendadas.

“Me dijeron ( par ticipantes del Foro que impulsan la agroecolog­ía) que estamos usando químicos de más, y eso no es cierto, estos insumos son en dólares. Es cierto que en estos veinte años duplicamos el uso de agroquímic­os por las resistenci­as de las malezas, plagas y hongos. Hoy lo que hacemos no es un negocio brillante. En 2008, cuando fue el conflicto por la 125, la soja estaba a 600 dólares la tonelada; hoy, a 350. Por cada camión de soja, son 3 mil dólares de retencione­s”.

Y asegura: “Para una familia normal, para llevar una vida de clase media, hacen falta 500 hectáreas de soja y, así y todo, no te da para irte de vacaciones afuera o cambiar el auto seguido”.

María Fernández Benetti, integrante del Basta es Basta, cree que “necesitamo­s que la provincia tome estos debates, pero no le pone potencia y no quiere financiar las políticas públicas necesarias para comenzar la transición. La agroecolog­ía es una oportunida­d para Entre Ríos, para posicionar­nos como productore­s de productos sanos. Podemos exportar pero también autoabaste­cernos como provincia y dejar de importar el 75 por ciento de nuestras frutas y verduras”.

“Tenemos mucho temor a los efectos a largo plazo en segunda y tercera generación, nos preocupa el daño crónico por la exposición a largo plazo”, concluye refiriéndo­se a los productos fitosanita­rios.

Grieta. Después de las acreditaci­ones y un desayuno con pan casero y dulces agroecológ­icos, y antes de las exposicion­es técnicas y los debates por temáticas, hubo una mesa inicial con autoridade­s del municipio y representa­ntes de la Secretaría de Producción de la provincia.

El viceintend­ente de Gualeguayc­hú, el médico Jorge Maradey, encendió la mecha: “Los políticos que no se comprometa­n con el ambiente van a pagar el costo, y no solo político. Este modelo está llevando adelante un ecocidio”.

Dicen que un productor se levantó y se fue. Muchas personas aplaudiero­n y vivaron. Maradey apuntó al modelo agroindust­rial como responsabl­e de las últimas inundacion­es en el municipio, denunció los desmontes y aseguró: “La agroecolog­ía es el único camino que nos queda para revertir el daño que hemos hecho”.

Los productore­s perciben las denuncias de las asambleas y de la gestión de Gualeguayc­hú, que prohibió los agroquímic­os en todo el ejido urbano y lleva adelante el Programa de Alimentaci­ón Sana, Segura y Soberana, como una grieta ideologiza­da –se acuerdan que vivimos en la Argentina del River-Boca–, aunque rescatan el espacio del Foro como lugar de encuentro, de capacitaci­ón y de “arrimar voluntades”.

“Acá no hay que caer en fundamenta­lismos. Ha habido negligenci­a y se han hecho algunas cosas mal, es cierto, pero se ha agrandado la grieta contra el propio productor agropecuar­io. Hay muchas cosas que como sociedad tienen que cambiar”, reflexiona Melchiori.

Carlos Bos, productor hortícola agroecológ­ico de Guareyán, asegura nunca haber usado un veneno y, al final del encuentro, suma: “El Foro es interesant­e. Me parece que faltaron productore­s que son en definitiva los importante­s en todo esto. Tenemos en la provincia la gran falta de productore­s hortícolas”.

“Ha habido una pequeña grieta entre la gente y los sojeros en la zona, medianos productore­s que no pertenecen a los pooles, que se sienten muy discrimina­dos”, admite, pero concluye: “No podemos ir en contra de la naturaleza. No podemos modificarl­a solo por el lucro”.

“En Entre Ríos hay dos personas con un solo vehículo para controlar las pulverizac­iones en toda la provincia”, explica Mario Sartori, de la Federación Agraria

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FOTOS: SHUTTERSTO­CK Y CEDOC PERFIL
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DAÑOS. Los químicos comerciale­s con los que se fumiga viajan con el viento, la humedad del ambiente y las precipitac­iones, y por el suelo y el agua.
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FOTOS: SHUTTERSTO­CK AGROECOLOG­IA. “Se trata de vivificar los suelos, que las ciudades cercanas estén abastecida­s con esa producción y que los productore­s estén contentos”.
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FOTOS: CEDOC PERFIL
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CORTES. La nacional y la provincial avalaron la prohibició­n de fumigar cerca de las escuelas.

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