Todo lo que ahí se necesita es a Jonah Hill y su sensibilidad pop
Hace rato que Jonah Hill es uno de los mejores actores de Hollywood. Vale desgranar la frase de muñeco de Instagram que no es otra cosa que una publicidad ajustada: hay que estirar la mera idea de “Jonah Hill es un actor de comedia de la escudería Judd Apatow que mejor funciona en otros terrenos”. Lo
ha demostrado incluso cuando lo asfixian: Jonah Hill es una bendición dentro de un cine, el de Hollywood o el indie americano, que no tiene actores como él. Hill decidió dirigir, y su película es el fiel reflejo de lo que le ha dado al cine: una manera de demostrarle que sus tonos, incluso cuando son orquesta, poseen modos ultrasónicos de sacudir el espacio.
Su debut se llama En los 90, y es una especie de milagro a cuidar en una cartelera que todo lo aniquila salvo juguetes carísimos. En los 90 no está lejos de los roles más famosos de Hill ( Super Cool, El lobo de Wall Street) pero sí baja el tono. Su historia muestra a un adolescente en los años 90, en los suburbios americanos, andando sin estar conectado (en todo sentido) y con algo de biografía personal pero también del cine que uno cree ha definido a Hill como paraguas que contiene a Richard Pryor y a Richard Linklater por partes iguales. Hay nostalgia, hay musicalización saturada, pero hay, en este mundo de cines en pose, un cariño genuino por cada escena, por cada personaje. Todo eso permite que En los 90 no sea una coctelera de noticias viejas (como por ejemplo lo es la adolescente y alocada Booksmart: la noche de las nerds). Hay skaters y sol, hay incomodidad y pisar sin entender queriendo pertenecer, y hay un protagonista que le permite a Hill mostrar un mundo extinto pero que al mismo tiempo define paradigmas emocionales de una generación. Hill puede pecar de marcar demasiado algunas emociones, pero nadie puede decir que no son genuinas y que no definen una forma de ver el mundo.